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Defenestrados, defenestradotes y perdedores

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Se debe reflexionar sobre lo que significa que en la región se haya ido imponiendo un modelo de democracia con anclajes por la cual, algunos líderes de izquierda, siguiendo el diseño inaugurado por Fujimori en la década pasada en el Perú y teniendo por soporte una mayoría transitoria, imponga la…


Por Ricardo Manzi*

América Latina se ha puesto en estos últimos días en el foco de la noticia política. De un lado el Golpe de Estado en Honduras, nos traslada, como en un racconto al pasado golpista de la región; por otro, la debacle del peronismo en la Argentina Kirchneriana y sus acólitos, que nos recuerda que la manipulación tan frecuente en la política trasandina,  tiene a pesar de su tradición histórica-, un límite y que llega el momento en que la ciudadanía y, aún los actores del sistema, confluyen a establecer un freno al abuso y la prepotencia. Estos hechos políticos nos indican que algo no está funcionando en nuestras democracias y que ha llegado el momento de reflexionar en serio sobre su futuro, so pena de tener una seria involución, como parecen anticipar los sucesos reseñados.

El presidente Manuel Zelaya de Honduras, ha sido defenestrado mediante un Golpe de Estado, peste fáctica que creíamos definitivamente extinta de nuestros métodos de resolución de conflictos políticos. Este preocupante hecho nos pone en alerta respecto de la inclinación a resolver las diferencias ideológicas por métodos de fuerza que lejos de ser un mecanismo superado, sigue siendo un recurso disponible y que algunos están dispuestos a utilizar, si ha juicio de los mismos, los hechos lo ameritan.

La respuesta regional, tanto de sus líderes políticos como de sus órganos multilaterales ha sido rápida y precisa. No se tolerará este tipo de expresiones para el tratamiento de las diferencias políticas y quién lo intente, sólo obtendrá el repudio de la comunidad regional e internacional. Del mismo modo, resulta esperanzador que los Estados Unidos a través de su presidente Obama, sin más, se sume a esta posición, que parece ser la única razonable. Desde este punto de vista, las determinaciones de la OEA y las acciones emprendidas por medio de su Secretario General, van en el sentido correcto, esto es, hacer ver a los insurrectos que su actuación lejos de ser una acción que contribuya a la mantención del sistema democrático, -por mas buenas razones que se esgriman en su favor-, más bien lo erosiona y que la única salida posible, es restablecer el orden jurídico alterado por el golpe militar. En lo que le hace al golpe de Estado y su condena, el sistema parece haber funcionado. ¡Bien!

De otro lado, se debe reflexionar sobre lo que significa que en la región se haya ido imponiendo un modelo de democracia con anclajes por la cual, algunos líderes de izquierda, siguiendo el diseño inaugurado por Fujimori en la década pasada en el Perú y teniendo por soporte una mayoría transitoria, imponga la reelección permanente de su líder, echando por tierra el principio democrático de la alternancia en el poder.

Este mecanismo de dudosa legitimidad democrática fue muy cuestionado en tiempo de apogeo del ex presidente peruano por los mismos que hoy defienden este tipo de prácticas. La seducción de esta solución ha cooptado a políticos populistas que como él aspiran hoy a perpetuarse en el poder y así ha ocurrido, con mayor o menor elegancia con varios gobernantes actuales, como  Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua y, Chávez en Venezuela.

En eso se encontraba el defenestrado Manuel Zelaya cuando lo sorprendió el golpe militar que lo derrocó, pues al margen de la legalidad, pretendía someter a su pueblo a una suerte de pronunciamiento para el establecimiento de una asamblea constituyente destinada a modificar la Constitución y posibilitar su reelección indefinida. Se le ha imputado que los materiales de esa «consulta» habían sido proporcionados por el gobierno de Venezuela, lo que de ser efectivo, importa que ese país de la mano de su gobernante insiste en inmiscuirse en los asuntos internos de otras naciones, violando flagrantemente los principios de derecho internacional de respeto a la autodeterminación de los pueblos y a la no intervención.

Pues bien, la OEA y sus organizaciones deben levantar la voz y advertir los riesgos que entraña para el sistema democrático, que algunos de sus asociados preconicen esas formas de consolidación permanente del poder en manos de sus actuales detentadores y denunciar esas prácticas como contrarias al orden político democrático.

Como puede verse, un populismo de derechas, hoy arrastra por el mismo derrotero a los populistas de izquierda y este extremo debe ser denunciado, ya que esto no es otra cosa que una forma de engañar a la ciudadanía, donde el Poder del Estado se confunde con el jefe del mismo, es decir con su detentador transitorio. Esto se parece a las formas de poder absolutistas, que se encarnaron en Federico II de Prusia, «Yo soy el Estado» o la atribuida a Luis XIV, «L’ Etat c’est moi.»

El poder subjetivado, es decir, aquel sustentado en las cualidades estrictamente personales y en las habilidades singulares de un gobernante, constituye una forma arcaica de expresión del Poder político del Estado, en desmedro del Poder institucional derivado de la comunidad política. Una sociedad pluralista necesita instituciones y no guardianes y es por eso que sólo el Poder público institucionalizado, nos puede proteger de los poderes privados o particularizados.

La subjetivización del Poder es la capitalización privada del Poder del Estado, con grave perjuicio para la comunidad política organizada y la democracia y a esa empresa se encuentra abocada la transitoria moda del populismo actual.¡Mal!

*Ricardo Manzi es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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