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La derecha y el cambio

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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El éxito de Enríquez-Ominami en apropiarse de la idea del cambio está dejando muchas víctimas en estas elecciones. La principal es la derecha, ya que desde su irrupción, Piñera es el único candidato que ha mostrado una tendencia electoral descendente, sembrando una gran duda sobre su futuro.


Por José Miguel Zapata*

La alternancia en el poder es el comportamiento normal de las democracias modernas. Ello ocurre generalmente porque después de un cierto tiempo, usualmente un par de períodos en el Gobierno, los deseos de cambio dentro de la población comienzan a acrecentarse muchas veces como algo bastante poco racional. A menos que el partido o coalición opositora se encuentre en muy malas condiciones o que el Gobierno lo esté haciendo extraordinariamente bien, el resultado natural es el cambio. Como ambas situaciones no son tan probables, es difícil observar- como ha pasado en Chile- que la oposición pierda tantas elecciones consecutivas.

La rápida inclinación al cambio se ve favorecida por el hecho de que los electorados se han vuelto fuertemente desideologizados y despartidizados y, por lo tanto, los que votan siempre por un mismo partido son sólo una parte pequeña de la población. Esto le da un carácter bastante volátil a los electorados modernos quienes fácilmente se dejan atraer por lo nuevo.

El caso de Chile también ha mostrado esa ruta. Las primeras dos elecciones post dictadura encontraron a una derecha derrotada política y éticamente, internamente conflictuada y sin liderazgos atractivos que ofrecer a la sociedad. Además, la población aún percibía que el proyecto de la Concertación – particularmente en lo tenía que ver con la consolidación democrática- estaba aún en desarrollo. En ese contexto, ni los ánimos de cambio eran tan intensos ni la derecha estaba en condiciones de sacar ventaja de ellos.

Algo distinto ocurrió en el período que antecedió a las elecciones del 2000. La Concertación comenzaba a mostrar los primeros signos de agotamiento, el desencanto afloraba en parte del electorado concertacionista y la derecha actuaba con mayores niveles de cohesión. Además, por primera vez la derecha había logrado ofrecer un liderazgo que encarnaba totalmente la idea del cambio y había enganchado fuertemente con ese talante dentro de la sociedad. Lo potente en Lavín era que representó no sólo la idea de cambio como alternancia en el poder sino -y sobretodo- como cambio de estilo de liderazgo. Empezaba a surgir un liderazgo desconocido que mezclaba un poco de populismo con «cariñocracia»,  lo que le daría muy buenos dividendos.

Sin embargo, a pesar de que la Concertación mermó parte de su votación, su abultada cuenta corriente electoral hizo que a la Derecha no le alcanzara para ganar.

Después de lo que pasó en la elección del 2000, cualquiera podría haber predicho que la oposición la tendría fácil para el 2005. Sin embargo, nadie imaginó que surgiría una figura como Bachelet. Ella inmediatamente atrajo parte del electorado volátil que se había inclinado por Lavín y logró apropiarse a la idea del cambio añadiéndole un nuevo atributo: el género. Quién podría negar que el ser la primera Presidenta mujer en la historia nacional representaba una gran transformación social y cultural para el país. La derecha había perdido la principal arma de su campaña del 2000 y nuevamente quedaría fuera de La Moneda.

En esta nueva elección presidencial, la Concertación comenzaba la campaña en las peores condiciones, a pesar de los altos niveles de aprobación hacia la Presidenta. Por primera vez había sufrido una derrota electoral, estaba mostrando signos de dispersión que se han seguido incrementando y mostraba una carencia de liderazgos que, como lo hiciera Bachelet, pudieran encantar al electorado desafecto por la vía de expresar algún elemento de novedad dentro de un escenario más que adverso.

Este contexto parecía ser el mejor de los mundos para la oposición en aras a  canalizar los deseos de cambio que eran cada vez más evidentes dentro de la sociedad y asegurar finalmente ser Gobierno después de tantos fracasos electorales. Durante mucho tiempo, las encuestas reflejaron esa realidad.

Sin embargo, cuando todo parecía claro para la oposición, irrumpe la figura de Enríquez-Ominami, presentándose como una ruptura con las cúpulas políticas y con el establishment tradicional y disparando contra moros y cristianos. Nuevamente una figura ajena a la derecha había capturado la  idea de cambio que tantos réditos electorales le había dado a quienes la encarnaron en elecciones pasadas. Enríquez-Ominami no sólo representa el cambio como alternancia en el poder sino que también como cambio de estilo y también le ha agregado su propio componente: el cambio generacional.

El éxito de Enríquez-Ominami en apropiarse de la idea del cambio está dejando muchas víctimas en estas elecciones. La principal de ellas es la derecha, ya que desde su irrupción, Piñera es el único candidato que ha mostrado una tendencia electoral descendente, sembrando una gran duda sobre su futuro.   Así como van las cosas, parece que el cambio le será nuevamente esquivo a la oposición.

 

*José Miguel Zapata es MPA, Harvard University

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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