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El principal resorte de la máquina

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Sólo el Jefe del Estado posee la legitimidad suficiente para empujar reformas profundas y buscar un nuevo pacto que inaugure la democracia del bicentenario, pero no será sin conflicto porque las fuerzas que se oponen a todo avance están sólidamente emboscadas en el aparato gubernamental.


Por Cristián Fuentes*

Cualquiera sea el resultado de las próximas elecciones, el liderazgo del Ejecutivo será clave para ordenar, dirigir y gobernar un sistema político en crisis. Como usted quiera llamarla, de representación, centrífuga o de dispersión, o en transición, soterrada, de baja intensidad o abierta. En fin, la incertidumbre prevalecerá si «el principal resorte de la máquina», como decía don Diego Portales refiriéndose a la institución presidencial, abdica de intervenir para preservar el régimen o guiar resueltamente transformaciones que a esta altura resultan inevitables.

Veamos los escenarios posibles. Si gana Piñera se enfrentará a un Congreso con mayoría opositora, mucho más plural que el actual, comunistas incluidos, con un movimiento social activo, respaldado por sectores partidarios refractarios a repetir acuerdos que ya no significarían más que costos políticos, por lo que su hipotética convocatoria a un «gobierno de unidad nacional» tendría una respuesta limitada sólo a liberales y centristas desencantados. Por si fuera poco, la UDI negociará tema por tema y levantará la opción «díscola» según sus propios intereses.

Si triunfa Frei deberá lidiar con una Democracia Cristiana golpeada por resultados electorales discretos o derechamente poco favorables, con una dirección partidaria deslegitimada y un proceso de renovación de suyo complejo. Por su parte, el Partido Socialista afrontará los efectos de la implosión sufrida en la campaña, intentando cuadrar el círculo entre una convocatoria amplia que evite mayor fragmentación y definiciones claras que reafirmen su pertenencia a la Concertación, con más o menos variaciones. Para eso se estima esencial reemplazar el estilo de conducción autoritario ejercido hasta ahora, desplegar un programa progresista que reafirme las transformaciones que el país requiere y consolidar los nuevos elencos que se insinúan pero aún no se consolidan.

Si Marco Enríquez-Ominami consigue ser electo Presidente de la República, se encontrará con la complicada tarea de administrar el Estado sin partidos que lo acompañen y con serios problemas para asegurar la gobernabilidad, ya que el edificio institucional entraría en un colapso difícil de soportar para quien pretenda conducir el país con alguna pretensión de éxito.

En el contexto de la Constitución de 1980 es casi imposible escapar del cerco de hierro que trampas como el binominal acechan a la democracia. La dictadura y la derecha que le dio sustento, plasmaron en la carta magna su desconfianza hacia la soberanía popular, empatando mayorías y minorías, convirtiendo al Congreso en una institución débil y dotando de atribuciones por completo desmedidas a órganos como el Banco Central, el Ministerio de Hacienda y el Tribunal Constitucional, los cuales no se originan directamente en ningún mandato de la ciudadanía.

El único que puede mover las piezas y desbloquear el escenario es el Presidente. El habitante de La Moneda es el mecánico que posee la mayor cantidad de herramientas para desmontar los mecanismos heredados del ancient regime, aunque sea más difícil luego de las reformas de 1989 que moderaron las facultades presidenciales originarias.

No obstante, sólo el Jefe del Estado posee la legitimidad suficiente para empujar reformas profundas y buscar un nuevo pacto que inaugure la democracia del bicentenario, pero no será sin conflicto porque las fuerzas que se oponen a todo avance están sólidamente emboscadas en el aparato gubernamental y ante la posibilidad de estrellarse contra el muro, seguir usufructuando de la inercia es demasiado tentador.

Cambiar de talante, juntar aplomo y dar vuelta la página de un ciclo ya concluido en la política chilena es el test que debe cumplir la próxima administración. Para la derecha, mantener el statu quo depende de sus habilidades de transformista, convenciendo a la mayoría de que puede seguir haciendo lo mismo pero mejor. La coalición que ha gobernado Chile en los últimos veinte años, por su parte, requiere persuadir a los votantes de que es capaz de reinventarse y guiar al país en una etapa distinta. Por último, los candidatos alternativos se encuentran ante el reto constante de demostrar que son algo más que un saludo a la bandera.

El nudo a desatar en el país político podría resumirse en una paradoja de tinte portaliano, consistente en que «el principal resorte de la máquina» le gane al «peso de la noche».

Sin embargo, tal esfuerzo no puede sostenerse exclusivamente desde el establishment, ya que se requiere construir una nueva mayoría política y social por los cambios que la sustente, materia que, en todo caso, forma parte de otro artículo.

Mientras, los actores se mueven en un escenario donde las tablas crujen y el público se impacienta.

*Cristián Fuentes V. es Cientista Político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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