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Frei, MEO, Piñera: La muerte de Mendoza Collío pesa sobre sus cabezas

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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En síntesis, Chile nació mestizo y sus instituciones no lo son. Chile funda sus bases en el despojo de pueblos preexistentes, Chile es también esos pueblos preexistentes y aún no ha reparado ese despojo.


Alexandro Álvarez*

¿Por qué escaló el conflicto en la Araucanía? ¿Cómo abordarlo para que no siga siendo la violencia el mecanismo de resolución? Responder éstas preguntas de un modo inteligente y certero es, a éstas alturas, un imperativo ético. La muerte de Jaime Mendoza Collío (más allá de las responsabilidades penales que ciertamente deben perseguirse) pesa sobre todas nuestras cabezas.

Hay algo que no se ha dicho aún frente a esta tragedia. La muerte del joven mapuche, a manos de fuerzas policiales, pesa también, y de manera especial, sobre los candidatos presidenciales con más opciones en la competencia actual. Veamos.

Los pueblos indígenas son sujetos colectivos. Lo son porque la propia historia demuestra que, pese a todo el peso de las políticas asimilacionistas (de gobiernos progresistas y conservadores durante el siglo XX), los pueblos indígenas siguen vivos, y poseen una identidad colectiva diferenciada y fuerte.

Sin órganos de representación, ninguna colectividad puede actuar en la realidad.

La determinación de las demandas indígenas ha sido hasta ahora el resultado de la interpretación de los actores de la sociedad dominante. Por eso  es que, no importando si usted o yo estamos de acuerdo con ellas, si las políticas no abordan las demandas estratégicas de los pueblos originarios como entes colectivos, el conflicto crecerá indefectiblemente. Si no hay órganos de representación de los pueblos indígenas, no hay manera de determinar cuáles son las demandas y si las políticas vigentes las están satisfaciendo. Además, sin interlocutores representativos no hay posibilidad de procesar institucionalmente los conflictos y sin instituciones, los conflictos tienden a procesarse con la violencia.

Las demandas de los pueblos indígenas son políticas. Las señas disponibles nos muestran además que, pese a la pobreza material de sus pueblos, los líderes indígenas con bases sociales que los sostienen, han estado permanentemente trabajando para la conquista de mayores espacios políticos, por comparecer a los foros en los que se toman las decisiones, por hacer efectivo el derecho de participación y ello ha sido permanentemente bloqueado desde la sociedad dominante y particularmente desde del Estado en los últimos años, contradiciendo de paso el discurso presidencial.

La violencia entonces es una estrategia esperable: si no hay lugar para los líderes indígenas en los espacios en que se toman las decisiones relevantes, ni siquiera en sus propios territorios, es decir, si no hay lugar en los espacios de diálogo institucional, en la política; entonces los espacios en la agenda y en los medios masivos es una conquista importante. La memoria histórica no se equivoca: en los últimos 20 años, los indígenas pasan a ser notables cuando hay violencia. La delegación de altos personeros que por estos días se apersonarán en terreno, confirma coyunturalmente el punto.

Siempre, como en toda sociedad, hay actores extremos esperando tomar el relevo. Los burócratas «progresistas» interpretan que su función es  escamotear los espacios políticos a los líderes indígenas, como en un juego de cartas. Si esos burócratas son jugadores expertos, pues se consigue el objetivo, ya que deja de ser eficiente el uso de las instituciones democráticas para la conquista de espacios de poder. Cuando eso sucede, se da el escenario propicio para que actúen quienes usan la violencia como lenguaje. La violencia que mató a Jaime Mendoza Collío, a Matías Catrileo y a Alex Lemún.

Las elecciones presidenciales como ventana de oportunidad. La muerte del joven mapuche hace imperioso plantear un modo efectivo de enfrentar este conflicto en el mediano y largo plazo y la campaña presidencial es un ámbito propicio para poner este tema en la agenda.

La construcción de mecanismos de representación de los pueblos indígenas como entidades colectivas con derechos políticos es urgente pues es urgente la comparecencia de los Pueblos Indígenas en el foro político. 

La primera señal que debe darse en ese sentido es dar realce y cobertura inmediata a los liderazgos sociales y políticos indígenas en los territorios. Estos indígenas han dedicado gran parte de sus vidas a construir vínculos de confianza con miles de sus hermanos, han creído en las instituciones democráticas y en el diálogo, han tenido la paciencia de esperar y luchar desde las trincheras de las ideas y el trabajo. Con ellos relevados y empoderados no hay espacio para la violencia.

Los complejos conceptos de participación y consulta, de derechos de los pueblos indígenas y de tierras y territorios, que ya son parte de las obligaciones internacionales de Chile,  serán imposibles de ser operativizados en un ambiente democrático, participativo y de colaboración, sin líderes fuertes y representativos de los propios Pueblos Indígenas.

En síntesis, Chile nació mestizo y sus instituciones no lo son. Chile funda sus bases en el despojo de pueblos preexistentes, Chile es también esos pueblos preexistentes y aún no ha reparado ese despojo.

Con el Estudio de Opinión Pública Los mapuche rurales y urbanos hoy (CEP, mayo 2006) pareció demostrarse que los elementos constitutivos de la identidad indígena están en crisis, que los urbanos se parecen casi en todo a sus vecinos huincas, mucho más que a sus familiares indígenas del campo. Sin embargo, hay un factor que explica la porfiada persistencia de la identidad ancestral: la política. Es la política y no las «costumbres» las que hoy nos permiten hablar de Pueblos Indígenas.

La cifra más conservadora (la del Censo del 2002) indica que los indígenas en Chile son un 4,6% de la población nacional.

Abordar estos asuntos, no solo es una buena manera de enfrentar el conflicto, ni de evitar más muertes, ni de dar los pasos pendientes desde los históricos acuerdos de Nueva Imperial, ni de convocar el voto indígena en todos los territorios en una campaña altamente competitiva.

Enfrentar los asuntos indígenas con inteligencia y compromiso, es también un modo de ver quiénes somos en realidad, de reconocer en un espejo nuestras señas de origen y de entender que eso no es una amenaza, sino que el modo de hacer a Chile un mejor lugar donde vivir.    

*Alexandro Álvarez es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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