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El futuro confiscado

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Cuando nadie nos convoca a crear una sociedad más justa, solidaria, creativa, en armonía con la naturaleza, factible como esperanza colectiva, los chilenos tenemos el futuro confiscado por políticas de corto plazo. ¿Podremos recuperarlo?


Por Hernán Sandoval*

En la cosmogonía aimará el pasado está siempre al frente, porque es lo conocido, mientras que el futuro está a la espalda porque no lo vemos. A fuerza de no verlo corremos el  riesgo de ignorarlo, porque hay muchos que pretenden que ya no hay futuro.

¿Existe el futuro? Esta pregunta es pertinente porque éste aparece ignorado, sólo es real lo vivido y percibido, aquí y ahora. En todo caso la primera respuesta es no, a nivel individual hay dos razones para decir que no, el futuro no existe porque es indescifrable, es decir no podemos prever que sucederá y por lo tanto más vale proyectar nuestro presente, conocido y repetible; la otra razón es prosaica, no sabemos si estaremos vivos.

La segunda respuesta es sí, el futuro existe. Si para cada individuo no existe, ¿cómo existe?, en realidad sólo existe como construcción colectiva, en una reflexión en la cual cada participante sabe que quizás pueda vivirlo, pero lo importante es que represente una posibilidad para el colectivo que lo imagina. 

La política es también una obra colectiva, concibe y propone las tareas que debe abordar una sociedad para mejorar, en todos los ámbitos. El futuro y la política se encuentran como espacio de lo colectivo y posibilidad de superación, la política fracasa cuando sólo propone administrar el presente.

En 1991, F. Fukuyama inaugura una era de abolición del futuro cuando señala que hemos llegado «al fin de la historia» (dominio global del capitalismo, la democracia representativa y el respeto de los derechos humanos). La humanidad no necesita evolucionar, estamos en el presente perfecto, sólo mejorando en función del progreso material.  La reflexión sobre el futuro es reemplazada por el  espejismo de la tecnología que nos depararía un creciente bienestar, a condición que siga el crecimiento económico y que los emprendedores innoven.  El futuro es el consumo, nada cambia, sólo algo de las condiciones materiales. El presente perfecto sólo tenemos que reiterarlo hasta el infinito.

Muchos problemas salieron al camino del presente perfecto, la historia tiene aún un largo camino por recorrer y las mujeres y los hombres, por construir.   La crisis financiera actual nos lo recuerda y sin embargo pareciera ser que la solución está en superar la contingencia y recrear las condiciones de operación de los «agentes económicos» para reiniciar un nuevo ciclo, es decir no hay reflexión ni convocatoria para crear un orden distinto que abarque las esferas de la moral, de la organización política, de la economía al servicio de las personas y del respeto por la naturaleza.  

En Chile vivimos en el paraíso de los tontos, ya pensaron por nosotros y nos sometemos. La Constitución de la dictadura  es el anticipo del presente perfecto, todo está diseñado para que nada cambie. No hemos podido, o no hemos querido, abrir las anchas alamedas del futuro.

Hoy estaríamos en un momento ideal para convocar a los chilenos a imaginar un futuro. No existe esa convocatoria, por el contrario, aparece como posible un triunfo de la derecha que ya le puso camisa de fuerza a la democracia, su propuesta es más crecimiento económico, más ganancias para los monopolios que nos abruman y más represión para tener una sociedad ordenada en función de sus intereses. No se ha dado cuenta que crecimiento económico no es desarrollo y que no solucionará con ello «los problemas de de la gente». La Concertación hace su fuerte en la gobernabilidad, es decir en su capacidad de administrar el modelo, la administración es siempre el pasado, se administra lo que existe, a lo más se mejora la eficiencia. Para ella los intereses de las cúpulas partidarias son superiores a los de la democracia y el progreso y no ha demostrado ni fuerza ni voluntad para cambiar los pilares institucionales del régimen: la inscripción voluntaria, el sistema binominal, la ley de partidos políticos y las mayorías calificadas. La izquierda tradicional es la nostalgia por cosas que algunos creyeron o creímos y que muchas veces nunca existieron, sin propuesta de futuro. La esperanza joven nos convoca desde la política tradicional, es decir nos llama a confiar en él, delegando nuestra participación con la creencia que podrá encarnar algo diferente, sin embargo no hay aún en él una propuesta global de futuro, a pesar que fue uno de los pocos que denunció la colusión de la Concertación y la Alianza para mantener el sistema electoral que les permite ser dirigentes vitalicios.

Ninguna de las anteriores es una convocatoria al futuro. Son las grandes utopías de una vida nueva las que inspiraron los movimientos políticos que movilizaron  fuerzas sociales de gran envergadura, con resultados dispares y a veces costos sociales enormes. Sin embargo ello no obliga a renunciar a la utopía, al contrario es preciso encontrar sus posibilidades en los problemas y vivencias de la época, para ir a una «utopía realizable» como proponía Víctor Hugo.

Cuando nadie nos convoca a crear una sociedad más justa, solidaria, creativa, en armonía con la naturaleza, factible como esperanza colectiva, los chilenos tenemos el futuro confiscado por políticas de corto plazo. ¿Podremos recuperarlo?

*Hernán Sandoval es Presidente de ChileAmbiente y militante del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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