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Comparando culturas. Viveza nacional, tragedia común

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Comparaba esto con lo que observo cuando estoy en Santiago, donde casi nadie da el paso, donde cada cual trata de ser más «vivo» que el vecino adelantando su vehículo; cada cual piensa en ganar un metro o un segundo que -de no aprovecharlo- lo aprovechará el próximo auto y, en el proceso…


Por Alejandro Canut De Bon*

En la presente columna (una más en esta serie en la que hemos comentado diferencias culturales) nos referiremos a un paradigma que creo está en el inconciente colectivo de nuestra cultura nacional y que, en diferentes formas, observamos o escuchamos seguidamente: la idea de que el chileno goza de viveza y rapidez mental; característica que elevamos prácticamente a una suerte de atributo nacional, como si se tratase de un especial gen criollo. Y es más, hacemos tal, comparándonos con el estereotipo que hemos creado del «gringo«, sea norteamericano o europeo. En palabras simples, todo esto lo reducimos al dicho «el chileno es muy vivo» o, en su versión negativa, «los gringos son muy quedados».

En lo personal, siempre he dudado de la sabiduría de ese supuesto gen criollo. La razón de esta duda es muy simple; ¿Cómo es que siendo nosotros los «vivos» y ellos los «quedados», somos nosotros los que vivimos en un país que lucha por salir del subdesarrollo y ellos los que viven en uno ya desarrollado?…. Algo no cuadra en esa lógica. Por ello en las próximas líneas trataré de aportar en la explicación de esta aparente contradicción, utilizando la denominada «Tragedia de los Comunes».

La «Tragedia de los Comunes» corresponde originalmente al título de un artículo publicado en 1968, en la revista Science por un profesor de Ecología de la Universidad de California, de nombre Garret Hardin. En él explicó, en términos económicos, la razón de la sobreexplotación que sufren los bienes de propiedad común. Dicha crónica se hizo de gran fama durante los ´80 y con los años se transformó en un concepto en sí. Hoy, las personas  que conocen de temas ambientales y económicos hablan de la «Tragedia de los Comunes» para referirse a la conducta que busca un aprovechamiento inmediato a pesar de que, en el largo plazo, conlleva un perjuicio final. El ejemplo que Hardin utiliza en su famoso ensayo es el de un pastizal aprovechado por varios ganaderos rurales. Todos comprenden que el pastizal está siendo sobreexplotado por el excesivo número de animales y todos hacen el mismo ejercicio mental que, lejos de salvar el pastizal, lo condena a la extinción: piensan por separado que si disminuyen unilateralmente el numero de cabezas de animales que tienen pastando en dicho lugar, asumirán personalmente un perjuicio económico que, en definitiva, no hará diferencia alguna para el pastizal, pues los otros ganaderos seguirán enviando sus animales a pastar (o incluso, el menos conciente de ellos enviará más animales aprovechando el retiro que hace el más conciente).

Termina, por lo mismo, cada pastor concluyendo que lo mejor es aprovechar al máximo el pastizal mientras éste exista, aunque ello signifique condenarlo colectivamente a la extinción. Este razonamiento que subyace a la Tragedia se puede llevar a cualquier campo… explica, por ejemplo, la caza de animales en peligro de extinción (si no lo cazo yo, lo hará otro y de todas maneras se extinguirán), o que en una ciudad bajo restricción vehicular la gente salga en su automóvil a sabiendas que ello empeora la calidad del aire («los demás sacarán su auto a pesar de haber restricción y el aire de todas maneras se contaminará», piensa cada uno por separado).

En fin, con la «Tragedia de los Comunes» en la mente, no podía el otro día dejar de observar una esquina saturada de vehículos acá, en Europa, y ver en ella lo mismo que en Estados Unidos: en una suerte de acuerdo tácito los autos provenientes de diferentes calles, al encontrarse en la esquina, toman turnos para pasar, evitando así que el tráfico se enrede en un taco. Comparaba esto con lo que observo cuando estoy en Santiago, donde casi nadie da el paso, donde cada cual trata de ser más «vivo» que el vecino adelantando su vehículo; cada cual piensa en ganar un metro o un segundo que -de no aprovecharlo- lo aprovechará el próximo auto y, en el proceso, transforman el tráfico en un taco generalizado que paraliza cada esquina. Y el mismo ejemplo, el mismo razonamiento, se repite y repite en todos los sistemas. Cada uno aprovechando un resquicio del sistema de salud, del sistema de pensión, o de lo que sea…, pensando que si no lo aprovecha él de todas maneras lo hará el vecino, para encontrarse al día siguiente, por lo mismo, con que el sistema ya no funciona para nadie, que la garantía se ha perdido para todos. En el mismo sentido, recuerdo que siendo niño me llamó mucho la atención que en Estados Unidos la gente depositara una moneda en una máquina dispensadora de periódicos y, al abrir la puerta de la máquina, retirara sólo un ejemplar. Si deseaba dos, repetía el proceso no obstante hubiese podido sacar dos periódicos con la primera moneda. Saben que de hacer esto último la máquina tarde o temprano desaparecerá y todos perderán.

En resumen, quizás deberíamos preguntarnos quiénes son los realmente «vivos» y en la respuesta considerar la posibilidad que no lo seamos más que los gringos, sino que lo que realmente ocurre es que nosotros no hemos aún podido comprender algo que para ellos es obvio: la ganancia de corto plazo producto de esa «viveza criolla» es al fin la tragedia común, es el perjuicio para todos, incluido para el más «vivo» de nosotros.

*Alejandro Canut De Bon es abogado.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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