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Un mundo sin Google

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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¿Qué pasaría si un día dejase de existir el motor de búsqueda más popular del planeta y todos sus servicios, incluido Gmail y las aplicaciones usadas por empresas? Le pedimos al escritor y autor de la novela “Synco” que ensayara una respuesta.


El primero de septiembre el sistema de correo electrónico de “La gran G” estuvo caído varias horas dejando a millones de usuarios sin poder ingresar a sus mail. Algo parecido pasó en febrero. ¿Qué pasaría si un día dejase de existir el motor de búsqueda más popular del planeta y todos sus servicios, incluido Gmail y las aplicaciones usadas por empresas? Le pedimos al escritor y autor de la novella “Synco” que ensayara una respuesta. Esta es su predicción.

Por Jorge Baradit*

Los Angeles, 11 de septiembre de 2009 (AP): Las últimas informaciones confirman lo que ya todos saben: Gmail y la red de servicios de Google se encuentran caídos desde hace más de dos horas. La empresa no ha emitido declaraciones pero se sabe de al menos dos emergencias médicas cardíacas y un sinnúmero de ataques de pánico en las oficinas de Google alrededor del mundo, incluso el rumor insistente, surgido a partir de la declaración de testigos, que dicen haber visto saltar desde una ventana del octavo piso de las oficinas de Albuquerque, a un alto ejecutivo de la compañía.

«Lo voy a plantear de esta manera», señaló un experto en redes sociales, «Cuando el Titanic sufrió su accidente, nadie dejó de hacer lo que estaba haciendo: siguieron cenando, escuchando música o conversando junto a la chimenea. Los eventos siguieron una lenta curva descendente pero con aceleración contínua hacia el desastre».

«Señores», levantó la voz, «hemos chocado con un iceberg, sigan con su vida normal, hasta cuando puedan».

En Chile, los informativos de prensa hablan de preocupación excesiva, de la necesidad de no prestar atención a quienes buscan cámara haciendo declaraciones apocalípticas. De hecho, las personas ya comienzan instintivamente a buscar nuevas vías para mantenerse en contacto: usan twitter…hasta que se dan cuenta que no todo el mundo tiene una cuenta y las instrucciones para ordenar un movimiento bancario no caben en 140 caracteres. Usan Facebook, hasta que descubren lo dificil que es cerrarle el acceso a 500 «amigos» a la información confidencial que están intentando enviarle a ese cliente tan importante. Recurren a los servicios de correo antiguos, como Hotmail o Yahoo para despachar archivos adjuntos, pero se dan cuenta que hace muchos años dejaron de escribir en papel las direcciones de sus contactos y miles de email addresses se esfumaron en el aire cuando Google sufrió ese único y repentino colapso, que lo hizo retorcerse sobre sí mismo y apagarse en un grito en código binario, verdoso, áspero, mientras caía por el barranco de la internet.

De pronto millones de voces quedaron mudas, incapaces de hablar, gritando desde cuatro paredes, amarradas de pies y manos. Solos con su humanidad de corto alcance y capacidades reducidas, uno al lado de otro en barrios y edificios, aislados del resto en sus cajas personales limitadas. Lisiados digitales.

Los datos iniciales son confusos, en medios independientes comienza a hablarse de un posible e-11S, es decir: un ejército de hackers fanáticos religiosos inundando la web con proclamas y exigencias, pesadilla que pone los pelos de  punta al servicio secreto. Quizá Google no fue bajado, quizá fue secuestrado. Un hijack de la nueva era. O peor: un suicidio digital.

(Al mediodía del 11 de septiembre, Gmail regresa, pero en blanco, sin ningún correo, ninguna dirección y ningún servicio. Te mira en silencio desde la pantalla, no acepta tus intentos de enviar un correo, se aleja, sientes que te mira con desconfianza. Desaparece a las dos horas llevándose gran parte de la información de cada disco duro. Alicia tenía todas sus fotos ahí, Gmail como tu cofre de recuerdos, tu respaldo online; tenía sus direcciones, sus datos, su agenda, sus cartas de amor, toda su vida volatilizada en un vaho de estática disuelto en el aire como un enjambre de luciérnagas).

Millones de operaciones comerciales quedaron en el aire, miles de millones de citas nunca se realizaron, muchos accidentes no pudieron frenarse, suicidios no pudieron ser evitados. La historia se modificó para siempre. Montañas de información movilizándose como cardúmenes por el aire desaparecieron, las sinapsis del planeta cruzaron cables y la Tierra tuvo un ataque de epilepsia. Luego del restart. Confusión, ¿Dónde estoy? ¿El incendio de la Biblioteca de Alejandría?

El día 12 de septiembre amaneció como el día después a una tormenta. Una Hiroshima invisible. La pantalla negra como pupila de tiburón, apagada, mirando desde una esquina. Todos recogiendo sus despojos informáticos, los restos fragmentados de su self-digital, para coserlo, rearmarlos. Caminar hasta la casa del amigo para pedirle su dirección de correo y su teléfono; aprovechar de intercambiar en tarjetas y papeles emails escritos en grafito, los chasquis y los correos offline operaban como enjambres reconstruyendo las redes virtuales entre almas cortadas por la mitad. Las bolsas cayeron, en la velocidad del siglo XXI se hablará de este fenómeno como «la Edad Media del 2009», que duraría 6 meses terribles, que haría retroceder la confianza en las aplicaciones en internet y retraería a los usuarios a la informática del siglo XX y sus computadores cerrados, más sólidos, más visibles, menos vagos.

(«Nunca fue provechoso escribir en la niebla», escribió alguien y mató su avatar en las sangrientas purgas que organizaron algunos activistas en las plazas de Second Life llamadas BebelPlatz für selbst, junto a los teatros samurai de las muñecas bulímicas peruanas que nunca salían de sus perreras).

*Jorge Baradit es autor de las novelas «Ygdrasil», «Synco», trabaja en su próximo libro «Kalfukura» y mantiene un blog personal

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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