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Una agenda para la felicidad en el país de los claroscuros

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Hablamos de Chile, el país que ha avanzado, pero ocupa lugares regulares en los rankings de felicidad, malos por niveles de desigualdad y agresividad, y pésimos en consumo de drogas y antidepresivos. La salud mental habla de los claroscuros del hogar común que es Chile.


Por Esteban Valenzuela y Alejandra Pallamar*

El siquiatra Lister Rossel hizo circular un  libro sabio en los equipos programáticos de la candidatura de Enríquez-Ominami: «La Felicidad, lecciones para una Nueva Ciencia», del senador e intelectual inglés, Richard Layard. El profesor de economía de la London School of Economics se suma a una corriente crítica en Occidente que hace décadas cuestiona el asimilar desarrollo meramente al crecimiento económico. Basta con retrotraerse a las críticas de Adorno y Marcuse en los sesentas con la Escuela de Frankfurt, a la visionaria advertencia de los ecologistas europeos de modificar el patrón de exceso de consumo.

El asunto no tiene nada de naif. Es serio y clave. La ciencia de la felicidad se ha ido perfeccionando en sus mediciones y debe alumbrar un ciclo de nuevas políticas públicas para Chile. Por cierto, va mucho más allá de esa prédica neoliberal de que todo se arregla volviendo al «crecimiento del 7% anual» o la falta de pensamiento crítico que domina a los aparatos partidarios del oficialismo. Esto no es una visión «izquierdista», de hecho, Layard es un moderado. Tiene que ver con hacerse cargo del mundo que nos toca vivir. Hablamos de Chile, el país que ha avanzado, pero ocupa lugares regulares en los rankings de felicidad, malos por niveles de desigualdad y agresividad, y pésimos en consumo de drogas y antidepresivos. La salud mental habla de los claroscuros del hogar común que es Chile. Es la pregunta que se ha hecho el presidente francés ante la ola de suicidios. Sarkozi entiende que no basta con el crecimiento y creó la Comisión para el Desarrollo y el Progreso Social, con la participación de críticos como Joseph Stiglitiz y Amartya Sen.

Chile leyó parte de esta crisis a fines de los años 90, donde el libro «Anatomía de un Mito» de Tomás Moulián, y un duro informe del PNUD sobre la inseguridad integral que sufrían los chilenos a pesar de las cifras de crecimiento económico, gatillaban una sensación de «malestar» muy profundos. Allí comenzó un ciclo de reformas de protección social que han dado «más seguridad»; pensiones básicas, AUGE, más crédito en las universidades, seguro de desempleo, mejores viviendas a los nuevos postulantes.

Estamos ad portas del Bicentenario y debemos enriquecer nuestra mirada con puntos esenciales de la agenda por la felicidad. La clave es solidaridad y cohesión social. Las mediciones muestran que son más felices los países donde la gente paga impuestos sin sufrir (ajeno a esa prédica anti-Estado de la extrema derecha) lo que permite ampliar las redes sociales. Layard emplaza a los «progresistas» a entender que la cohesión es importante y la tasa de divorcio empíricamente afectaría los niveles de felicidad colectivos.

Por cierto, se coincide en que es necesario fortalecer los lazos y la familia sin ortodoxia (los conservadores en Chile no quieren ver que hoy la mayoría de los niños nacen fuera del matrimonio, que es esencial abrirse a las diferentes formas de familia, y en el caso de las minorías, respetar sus «uniones»). Otro indicador de felicidad es la sociabilidad y el asociacionismo que enriquecen el capital social (lo que implica jornadas de trabajo humanistas y ciudades a escala humana que promuevan la interacción). También la expresión madura de la libertad que se traduce en redes pro corresponsabilidad como elegir gobiernos regionales y participar sin paternalismo extremo en las diversas esferas sociales. Igualmente, se señala que son más felices las sociedades creyentes abiertas, donde Dios no es reducido a visiones fundamentalistas y agresivas, pero donde hay una visión de trascendencia.

No hay recetas sobre la felicidad, lo que sería demagógico, pero sin duda, hay cuestiones básicas insoslayables, que Marco Enríquez-Ominami ha integrado; reforma tributaria, salud mental en los consultorios, barrios verdes, educación de calidad, descentralización, apoyo a la mediación y a los lazos societales sin miedo al otro. No son palabras genéricas; son orientaciones claves de políticas públicas a profundizar a contar del Bicentenario.

*Esteban Valenzuela es diputado y Alejandra Pallamar sicóloga. Equipos programáticos candidatura de Marco Enríquez-Ominami.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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