En sexualidad, la enseñanza oficial de la Iglesia es autoritaria y rígida, de blanco o negro, como si en lo sexual toda falta fuera grave, lo mismo la masturbación de un adolescente que el adulterio, el control artificial de la natalidad o el segundo matrimonio.
Por Cristián Barría*
Los fieles se alejan de la enseñanza oficial. El 91% de los católicos creen en la libertad de las personas para escoger un método de regulación de la natalidad. Sobre los separados en segundo matrimonio, el 74% de los católicos piensan que pueden recibir la comunión. Para prevenir el SIDA, la mayoría acepta el uso del condón (Adimark, 2005). Una renovación es necesaria, manteniéndose lo esencial de la fe.
En el Concilio, “el papa bueno” invitó a un aggiornamento de la Iglesia en la modernidad. La Iglesia dio el paso. La adopción de idiomas locales fue una revolución, abandonándose el latín. La utilización de los métodos modernos de interpretación de la Escritura, aportados por la ciencia, permitieron superar las argumentaciones fundamentalistas, ganando profundidad en su comprensión.
La iglesia necesitaba cambios. Incluso antes del Concilio la iglesia ya había modificado su moral social. Levantó la prohibición al cobro de interés por el dinero, que rigió por siglos. Hoy nadie discute esta alteración doctrinal. La innovación se hizo al escuchar a personas con experiencia. En la actualidad la iglesia acoge a la ciencia social moderna -economía, sociología- y reconoce que no le corresponde dar fórmulas precisas en lo social. Caritas in veritate de Benedicto XVI constituye un buen ejemplo.
La iglesia cambió el método de su moral social. En este campo, ahora, ella enseña principios y valores, entrega orientaciones y criterios que deben guiar una acción social justa. Pero no ordena en detalle lo que debe hacerse en todos los casos. Deja un espacio importante al discernimiento adulto de los fieles, quienes deben decidir por sí mismos lo social o políticamente mejor, según las circunstancias (Calvez, 1993). Cuando entra en el campo del debate público, ella recuerda, por ejemplo, el imperativo de un sueldo ético (Goic, 2007), puede incluso sugerir una cifra pero no pretende imponerla. Aduce razones, persuade, motiva a pensar y se acredita.
En sexualidad, la enseñanza oficial de la Iglesia es autoritaria y rígida, de blanco o negro, como si en lo sexual toda falta fuera grave, lo mismo la masturbación de un adolescente que el adulterio, el control artificial de la natalidad o el segundo matrimonio. Esto ya no es razonable para el hombre de hoy. ¿No podría la iglesia en este campo adoptar el método de la moral social? Vale decir, renovar las normas, entregar principios y dejar un espacio de aplicación en conciencia.
En esta área ella dio un paso revolucionario con Pío XII en 1951, al admitir la regulación de la natalidad por medios naturales, después que la ciencia descubrió la existencia de los ciclos femeninos de la fertilidad (lo que hizo posible los métodos de continencia periódica). Desde entonces los católicos pudieron distinguir entre el amor sexual de la pareja, por un lado, y la búsqueda de la fecundidad, por otra. Por primera vez se pudo intentar ambos fines del matrimonio conjunta o separadamente. Otro paso lo dio la Comisión asesora de Pablo VI hace 40 años. De sus quince obispos y cardenales, nueve recomendaron al Papa aceptar la regulación de la natalidad, dejando la decisión de los métodos a usar a los esposos, según su conciencia y circunstancias, sin recomendar ningún método específico (Buelens, 1968). Pero desde Humanae vitae el magisterio frenó la renovación en curso.
Si en materia de contracepción no se ha acogido el avance científico, tampoco se lo ha hecho en materia de fecundación. La ciencia ha desarrollado procedimientos de fertilización asistida que resuelven el problema de muchas parejas sin hijos. Pero Donum Vitae rechazó estos procedimientos, incluyendo el realizado al interior del matrimonio y en contra de teólogos innovadores que estiman que el amor de la pareja le otorga un sentido profundamente humano al procedimiento técnico que suple la falencia física.
La mayoría de los fieles no acoge las normas sobre moral sexual oficial. Tampoco lo hacen muchas personas que siguen a sus pastores en todo lo demás. La no recepción por parte del Pueblo de Dios de una doctrina reiterada tantas veces debe hacer pensar.
Se ha vuelto imperioso que las autoridades católicas se abran a un diálogo capaz de acoger el aporte de expertos, de fieles comunes y de pastores. Hay un aprendizaje entre los fieles que necesita ser madurado y transformado gradualmente en enseñanza orientadora. Especialmente las nuevas generaciones deben ser persuadidas con argumentaciones convincentes, con razones que hagan inteligibles sus experiencias y los enormes cambios culturales. La iglesia, de la mano de la fe y de la razón, ha sabido renovarse a lo largo de la historia. Parece llegado el momento en que debe formular un nuevo método en la moral sexual católica.
*Cristián Barría Iroumé, Centro Teológico Manuel Larraín.