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El otro Feuerbach

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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las negociaciones políticas de la elite de la Concertación subsidiaron a la DC entregándole el candidato presidencial, todo ello para mantener -supuestamente- la unidad del conglomerado. En otras palabras, mientras el electorado se mueve más hacia la izquierda progresista, sus dirigentes lo hacen…


Por Osvaldo Torres*

Héctor Noguera acaba de estrenar la obra «Yo, Feuerbach», lo que me recordó la vieja polémica de Marx con el otro Feuerbach, que planteaba, con su materialismo vulgar, que «no se piensa lo mismo en un palacio que en una cabaña».

Bueno, el Chile actual ya no es una «vieja cabaña», no se cree lo mismo ni en lo mismo que cuando pensaban 5 millones de pobres, ni cuando el ingreso per cápita promedio era de sólo US$ 2.800, la cobertura educacional no era universal o se vivía encerrado comunicacionalmente por las restricciones a las libertades y el temor. Los cambios han sido profundos y eso se está manifestando en las opciones políticas de la actual confrontación presidencial, aunque el padrón electoral haya envejecido y a pesar que éste no expresa en toda su magnitud y extensión el cambio producido en los sistemas de creencias, valores y expectativas de la población. Pero inscritos y no inscritos, para bien y para mal, conviven diariamente y se influyen mutuamente.

La derecha chilena sigue limitada electoralmente y es difícil que pueda superar el 50% de la votación, en tanto expresa claramente una mezcla de conservadurismo comunitarista, autoritarismo político y conformismo con la desigualdad social. En cambio, los chilenos han ido moviéndose hacia un progresismo más liberal en el sentido valórico, democrático en lo político e igualitarista en lo social. Lo demuestra por lo demás la revalorización del Estado y la protección social, la aceptación mayoritaria al divorcio, al uso de anticonceptivos, al aborto terapéutico, a la libre opción sexual; como entre los católicos la opinión favorable a que los sacerdotes se casen, las monjas hagan misa o se pueda tener sexo sin procreación. En otras palabras, se ha consolidado una mayoría progresista en las formas de pensar y que no encuentra su correlato ni en las leyes ni en las elites.

En este bloque progresista mayoritario se ha venido produciendo un desplazamiento del eje socialcristiano de inicios de los noventa, hacia el eje liberal – socialista. La DC ha perdido más de un millón y medio de electores, llegando a un 20%, mientras el eje laico y de izquierda bordeaba el 30%; sin sumar el 7% de la izquierda extraparlamentaria.

Sin embargo, las negociaciones políticas de la elite de la Concertación subsidiaron a la DC entregándole el candidato presidencial, todo ello para mantener -supuestamente- la unidad del conglomerado. En otras palabras, mientras el electorado se mueve más hacia la izquierda progresista, sus dirigentes lo hacen en sentido contrario provocando un resquebrajamiento en su representación política. La mayoría progresista cuestiona sus liderazgos conservadores, atados  a intereses de grandes empresas, a los cálculos con los poderes fácticos o a las viejas formas de hacer política desatando una clara crisis en la izquierda y particularmente en el PS.

En éste su directiva, impuso a Frei y mayoritariamente desde abajo respalda a Marco Enríquez Ominami. En tanto el PC, en el momento más débil de la Concertación, llega a un acuerdo parlamentario para romper la exclusión pero no critica ni su programa ni al candidato. Así las cosas, hay tres izquierdas: la freísta, la arratista y la que apoya a Marco, siendo las primeras más tradicionales y la última buscando nuevas orientaciones y aperturas.

Sumado a lo anterior, la generación de los noventa, aquella que no tuvo la experiencia de vivir el proyecto colectivo de lucha democrática contra la dictadura, ha ingresado a la política con una experiencia más desde lo individual, de crítica de las componendas, más desprejuiciada y hastiada de las limitaciones de la actual democracia. Es una generación que no le debe nada a nadie, sea porque sus padres le pagaron la universidad y no el Estado o porque «nadie les quiso ayudar» y han quedado excluidos del crecimiento económico con su carga de frustraciones.

En este contexto el progresismo enfrenta fracturado, en tres candidaturas, las elecciones próximas y corre el serio riesgo de provocar la paradoja, que teniendo la mayoría electoral, la presidencia sea para el candidato de la derecha. La culpa de ello no será por supuesto de los electores, que tienen plena libertad de votar por quién crean represente mejor su proyecto o liderazgo; tampoco lo será de quienes han tenido el coraje de ampliar las alternativas de elección pues de eso se trata la democracia.

Impedir que la derecha llegue al gobierno será más que un ejercicio aritmético de suma de las partes, pues si la vieja dirigencia de los partidos no entiende que Chile cambió, no sólo materialmente sino, y sobre todo, su modo de pensar y hacer, no se podrá articular esa mayoría progresista emergente y diversa que exige nuevos liderazgos y nuevas coaliciones.

L. Feuerbach fue rebatido por Marx el que afirmó que «son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado» (tesis 3). Ha llegado el momento de aprender de lo que dice el electorado.

*Osvaldo Torres G. es antropólogo, Director Fundación Chile 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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