Publicidad

Cuando estaba el Muro de Berlín

Javier Campos
Por : Javier Campos Poeta y columnista. Profesor de Literatura Latinoamericana, Fairfield University, Connecticut.
Ver Más

«Sí se ha tratado el asunto de la caída del muro en la literatura, pero hasta ahora no se ha escrito la ‘gran’ novela que se haya dedicado exclusivamente a este tema. Realmente la literatura lo ha tratado pero de manera subterránea, alusiva, pero no como asunto central».


No hace tiempo hice mi tercer viaje a Alemania. La diferencia es que en esta última visita llegué en la primavera europea y no durante el frío de noviembre ni en la helada nieve de enero. Y ahora, por primera vez, visitaría Berlín.  No entraría a aquella ciudad por avión sino en un cómodo tren desde Nuremberg, en un viaje de cinco horas y, además, por el territorio que antes fuera la antigua República Democrática Alemana (RDA).

En Nuremberg, mi amigo Roland Spiller me explicaba algunas cosas mientras paseábamos  por aquella ciudad. Como se sabe, allí condenaron  a los más altos jefes nazis en una sala que ahora se encuentra  en el edifico de los tribunales. » Pero previamente a esos juicios, Nuremberg fue bombardeada  por los aliados hasta dejarla en escombros porque bajo Hitler era el lugar de las reuniones del Partido Nacional Socialista. Todo lo que ves ahora, las iglesias, fuentes, etc, han tenido que reconstruirlas». Me dice eso mientras en el centro de la ciudad contemplamos una impresionante escultura llamada «La nave de los locos», basada en varias fuentes.

La primera fuente es el famoso poema medieval, del mismo título, escrito por el alemán Sebastián Brant  y publicado en 1494. Las ilustraciones al poema de Brant las hizo el pintor, nacido en Nuremberg, Alberto Durero (1471-1528). Luego el pintor holandés, Juan Bosch (o El Bosco, 1450-1516), conociendo el texto de Brant, y sin duda las ilustraciones de Durero, pintaría en 1500 su famoso óleo en tabla con el mismo título del poema de Brant.

Pero conociendo la horrible historia que sembró el fascismo alemán a través de cientos de campos y sub-campos de concentración, construidos con mano esclava, y diseminados entonces por todo el territorio alemán y por los países que invadió el Tercer Reich,  la escultura allí  en Nuremberg tiene también un significado especial.

Es decir, no sólo rescata la tradición medieval y aquellos tiempos confusos cuando se iniciaba lentamente el paso al renacimiento, sino al igual que una nave surrealista, llena de  una escoria humana, guiados por enfermos mentales, a través de aguas tenebrosas, aquella impresionante escultura es también un espejo de lo que fue el horror del fascismo alemán. Especialmente en su proyecto oficial de eliminación sistemática, y organizada de millones de judíos, de comunistas, gitanos, antisociales y homosexuales.

Días después, desde Nuremberg tomé el tren con destino a Berlín. Entré por lo que sólo hace 14 años atrás fuera el territorio de la RDA y que entonces rodeaba aquella ciudad, pero convirtiendo el Berlín de lado oeste en una isla cercada por un muro y por alambradas de púas.

Para el que no ha estado nunca en Berlín, el muro construido allí en 1961 (y hasta el comienzo de su derrumbe definitivo el 9 de noviembre de  1989), le parece que fue sólo una muralla que dividía verticalmente los dos lados. Pero la muralla era parecida a una serpiente ondulante, de grueso cemento, que iba por entre la ciudad. La RDA había cercado la ciudad para que nadie escapara desde el Este.  Por eso, viéndola visualmente desde el aire, Berlín ciertamente era una isla rodeada de fuertes murallas y de espesos alambrados de púas.

El paso principal hacia el lado este fue el famoso control de seguridad norteamericano llamado «Charlie» (o más conocido como  Checkpoint  Charlie) ubicado en la calle Friedrich.  Era realmente un puente entre los dos lados. Entre la libertad y el control o tutelaje del Estado comunista. Era la única entrada (después habría otros controles fuertemente vigilados) hacia el este para los aliados, para los extranjeros y para los alemanes del oeste. Estos últimos podían visitar a sus familiares, pero solo por 24 horas y regresar. Además, nunca el visitante del oeste podía reunirse con más de dos personas de la misma familia al mismo tiempo. El viaje hacia el este era también rigurosamente vigilado.

En cambio la gente común de la RDA debía arriesgar su vida si quería cruzar los duros y altos muros, y las torres de control. Check point Charlie fue el símbolo cotidiano de la guerra fría y sólo Berlín podía mostrarlo allí con tanta crueldad. Para todos, sin excepción, ese fue un  lugar  importante en la historia de aquella ciudad vigilada durante 28 largos años del siglo XX.

Días después hablé con Friedhelm Schmidt-Welle del Departamento de Investigación y Proyectos de Literatura y Estudios Culturales del Instituto Iberoamericano de Berlín. Este Instituto, me dice, «posee la biblioteca más grande en Europa, y la tercera del mundo, respecto a la colección sobre América Latina y de la Península Ibérica, y no solamente en castellano». Conversamos en un restaurante griego, muy cerca de su oficina, y cerca de donde entonces estaba instalado el muro. En el lado este del muro había un espacio que se llamada  «la franja de la muerte » porque allí estaban instaladas las torres con soldados de la RDA  para detener a balazos a los que pretendieran fugarse al lado opuesto. También  había hileras de alambres de púas y policías con perros «pastores alemanes», amaestrados en agarrar fugitivos.

En ese restaurante conversamos justamente sobre la caída del muro y sobre una reciente en importante película alemana que aparecía recién en 2003: «Good Bye Lenin» del director alemán  Wolfgang Becker (1954).

Le pregunto si en la literatura (novela o poesía) se ha tratado realmente el asunto de la caída del muro. «Sí se ha tratado el asunto de la caída del muro en la literatura, pero hasta ahora no se ha escrito la ‘gran’ novela que se haya dedicado exclusivamente a este tema. Realmente la literatura lo ha tratado pero de manera subterránea, alusiva, pero no como asunto central». Entonces me habla de esa reciente película alemana, curiosamente con título en inglés, y la primera -con la distancia de los hechos-  que lo ha tratado directamente.

Me cuenta brevemente el argumento de la película. «A una mujer, madre de un adolescente, cinco días antes de caer el muro (en noviembre de 1989) le da un  infarto y permanece en estado de coma por cinco meses. Ella vive en la RDA y cree en aquella sociedad. Pero ella despierta cuando ya no hay muro y aquella sociedad  no existe más. Su hijo debe cuidarla y evitar que sufra ningún choque emocional. Entonces debe reconstruirle a la madre la sociedad que desapareció y que ella  ignora que desapareció.»

El final de la película, me dice Friedhelm, «es lo más interesante para mi y creo para muchos alemanes: en el fin, las cenizas  de la madre muerta  -quien  en realidad mantuvo sus ideales utópicos hasta la muerte (pero no los ideales del ‘socialismo real existente’ que había vivido)- se ponen en un cohete que va al ‘cielo sobre Berlin’ y  explota. La cenizas esparcidas de su cuerpo sobre el cielo de la ciudad (y quizás con ellas los ideales de aquel socialismo utópico)  sugiere que aquellos ideales están entremezclado, de alguna manera,  en la nueva Alemania. O quizás que deben entremezclarse».

Le pregunto si  cierta gente  que vivió en el Este alemán, ahora con la caída del muro ha quedado impactada,  incapaz, emocionalmente de cambiar, y de  entender que el Estado no es como  antes donde nadie tenía de que preocuparse porque había trabajo, vivienda, alimentación, educación, y diversión de acuerdo a las pautas no-capitalistas. Friedhelm me dice: «Exactamente, muchos han quedado impactados. Especialmente los que más han caído en ese estado de confusión, cuando ocurre la caída del muro, es la generación que tenía 40 años o más». Lo que él me dice también se me confirma con algunos exiliados chilenos, de esas edades aproximadamente,  que vivieron en el este alemán. Es decir, la nostalgia de haber vivido cierto socialismo utópico en el mismo  «socialismo real».

De esto último también me habla mi amigo Ludwig Balurock quien cuando cae el muro tenía 13 años. Conversamos dos horas en la famosa Alexander Plaz. Esa tarde había allí una gran manifestación de trabajadores socialistas (o de izquierda) exigiendo al gobierno alemán actual mejores remuneraciones y beneficios sociales. Había cantos, banderas rojas, música de rock.  En otros tiempos, me dice Ludwig, «en Alexander Plaz, las manifestaciones eran convocadas por la dirigencia comunista de la RDA.» Pero algo había allí ahora, diferente, entremezclado en Alexander Plaz mientras este joven alemán de 27 años me daba su propia perspectiva, mucho más actual con los tiempos que corren,  y con una ausencia total de la nostalgia de la otra Alemania.

Mientras continua la manifestación en Alexander Plaz, voy rescatando las siguientes frases de Ludwig: » Las veces que fui al lado este, siempre regresé con el sentimiento de que la RDA era muy aburrida y gris, además de saberte vigilado todo el tiempo. Había que informar a las autoridades  de la RDA previamente a quién visitarías y sólo te permitían  juntarte con tu familiar en sectores muy cerca del muro, en el caso de Berlín. Claro, la gente del oeste también se sentía muy paternalista, superior, hacia los que habían tenido la mala suerte de vivir en el otro lado. Los que vivieron en el este, y con quien a veces converso, les queda muy fuerte aún esa nostalgia de haberlo recibido todo de parte del Estado y ahora no».

Mirando aquella concentración de gente con manos en alto, Ludwig continua hablándome: «Especialmente, dicen esas personas que vivieron en la RDA, que la gente allí era más solidaria. Entiendo que es traumático perder aquello con lo cual creciste y luego desaparece para siempre. Pero también aquella gente nostálgica no quiere ver el lado oscuro que también tenía aquel sistema, especialmente de quitarte la libertad de viajar o pensar diferente. Les cuesta asumir ahora que el Estado no te da todo. Es cierto que la presión de ‘el mercado libre’ se les vino encima y no saben cómo reaccionar ante eso.  Para mi, como joven alemán, es chocante ver con cuanta rapidez la gente olvidó la base del duro sistema represivo de la RDA».

Cuando ya dejaba Berlín, en la madrugada de un domingo de la primavera de mayo, en ruta hacia el aeropuerto, el taxista pasó por lo que entonces fue Checkpoinr Charlie. Sentí que pasaba en minutos por un lugar histórico importante. Mire hacia atrás mientras nos alejábamos de  aquel control que hoy es una reliquia.  Mire hacia el cielo de Berlín. Creí ver cenizas que caían sobre la ciudad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias