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A propósito de la sexta encuesta de juventud

Roberto Mardones
Por : Roberto Mardones Profesor de Historia, Geografía y Educación cívica. Magíster en ciencia política.
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[cita]Los jóvenes no confían en la clase política, no se sienten representados por ningún sector político y sienten que su opinión no cuenta. Hay una valoración de las relaciones más cercanas, del núcleo que les rodea más que cuestiones lejanas y abstractas, lo cual podría explicar la baja importancia que se le da a la política en general.[/cita]


Hace ya casi dos meses que salió a la luz pública la sexta encuesta nacional de juventud, cuyo autor material es el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV). Estas encuestas se realizan desde 1994 con una periodicidad de tres años y nos entregan importante información cuantitativa respecto de cómo ha ido evolucionando nuestra juventud durante el régimen democrático.

Son muchas las cosas que podríamos decir, pero hace un tiempo que he venido siguiendo un aspecto particular que tiene que ver con la valoración de la democracia, la satisfacción con la misma y la confianza en las instituciones y ahora, que estamos ad portas de iniciar un nuevo gobierno, con una nueva mano, me resulta interesante reflexionar y exponer mi preocupación acerca del tema.

[cita]Los jóvenes no confían en la clase política, no se sienten representados por ningún sector político y sienten que su opinión no cuenta. Hay una valoración de las relaciones más cercanas, del núcleo que les rodea más que cuestiones lejanas y abstractas, lo cual podría explicar la baja importancia que se le da a la política en general.[/cita]

Si tomamos como punto de inicio la tercera encuesta (2000), nos encontramos con que, si bien la pregunta es distinta a posteriores entregas, la valoración positiva de la democracia como la forma de gobierno preferible a cualquier otra bordeaba el 48%, siendo el punto más alto la cuarta encuesta (2003) donde se llegó al 70%, posteriormente baja al 57% (2006) y finalmente al 43% (2009). Paralelamente, aumenta la cantidad de encuestados que comienza a responder que da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático y que, a veces, un gobierno autoritario puede ser preferible.

Sumadas ambas opciones, nos encontramos con que comenzamos en 17% (2003), para luego pasar a 32% (2006) y finalmente a un 38,6% (2009). Parece que, sin ser alarmista, la fractura democracia – autoritarismo está más vigente que nunca, la pregunta es por qué. No podría en estas pocas líneas desarrollar un argumento sólido para poder explicar, pero creo que está claro que uno de los fracasos de los gobiernos de la Concertación tiene que ver con una falta de claridad al momento de implementar políticas educativas orientadas hacia la profundización y consolidación de un currículo democrático, esto no obstante los planes y programas de estudio indican lo contrario. Es decir, se le da mucha importancia a la formación ciudadana, pero todo indica que lo declarado no está en directa relación con la práctica cotidiana, y se enseña a vivir la democracia en un contexto de clase autoritario.

En veinte años de gobiernos democráticamente elegidos, solamente tenemos una democracia formal. El porcentaje de jóvenes (15–29 años) que se declara satisfecho y muy satisfecho con ella sólo llega al 24%, lo cual representa una baja de casi 13 puntos porcentuales respecto de la cuarta encuesta. De los que se encuentran en edad para votar (18 – 29), el 78,7% dijo no estar inscrito en los registros electorales y se manifiestan mayoritariamente a favor de la voluntariedad del voto (88%).

Para qué hablar de la confianza en las instituciones democráticas. Si hay algo que se mantiene constante en la década 2000–2010 es la casi nula confianza en el parlamento y en los partidos políticos (los más bajos 2,5% y 2,2% respectivamente) lo cual contrasta con el tercer lugar que ostentan los carabineros (27%). Esto para mí representa una paradoja, toda vez que confiar en una institución relacionada con la represión durante la dictadura militar es, por decir lo menos, complejo.

Los jóvenes no confían en la clase política, no se sienten representados por ningún sector político y sienten que su opinión no cuenta. En la antípoda está la familia, los amigos, compañeros de estudio o trabajo. Hay una valoración de las relaciones más cercanas, del núcleo que les rodea más que cuestiones lejanas y abstractas, lo cual podría explicar la baja importancia que se le da a la política en general, no les interesa (34,7%).

Pero tampoco están muy interesados en otras formas de participación que no sean las formales desde el punto de vista político. La cantidad de jóvenes que dice participar en una actividad comunitaria llega al 28% versus el 71% que dice no hacerlo y aquellas que creemos están tan de moda entre los jóvenes, como participar en campañas por Internet, sólo concitan el 21% de participación contra el 78% que no lo hace. Esto contrasta con el hecho de que los encuestados consideran que las personas jóvenes son un aporte  para la sociedad (90%) y están de acuerdo en que la juventud debiera realizar actividades para mejorar su participación en la sociedad (89%), lo cual, desde mi perspectiva, corresponde a una inconsistencia, una disonancia cognitiva. ¿Quiénes son estos jóvenes? ¿Cuáles son sus intereses?

Creo que estamos frente a un problema del cual el sistema democrático no se ha hecho cargo en términos de democratizar la sociedad. Terminaremos teniendo una democracia elitista, en tanto la variable educación y nivel socioeconómico juegan un rol fundamental al momento de analizar los datos.

Son los jóvenes con mayor nivel de educación, nivel socioeconómico y urbanos, los que valoran más la democracia, están más satisfechos y confían más en las instituciones, lo cual evidentemente es una injusticia social respecto de los más desposeídos, en el amplio sentido de la palabra. Si la desafección política avanza, que no sea por ignorancia, que sea por una razón fundada. La idea es que el ciudadano tenga la posibilidad de elegir, que cuente con las herramientas necesarias para hacerlo, y para eso necesitamos una educación de calidad, para tener un ciudadano de calidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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