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La Concertación y la necesidad de volver a las fuentes

Pablo Bello
Por : Pablo Bello Ex Subsecretario de Telecomunicaciones
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Tenemos el deber de entender este nuevo Chile del que somos co-autores y nuevamente, con ideas, con pasión, con transparencia, con humildad, con convicción, ofrecerle a nuestros ciudadanos una nueva propuesta política para los tiempos que vienen.


Han pasado ya varios días desde la segunda vuelta electoral. Hemos leído y escuchado diversos análisis, variadas explicaciones, múltiples justificaciones de lo que ese día pasó.

Algunos han querido encontrar la respuesta en las evidentes deficiencias de la conducción política de nuestros partidos en el último tiempo. Otros responsabilizan al candidato y a la forma en que fue designado. Incluso hay quienes sugieren que la culpa es de quienes se fueron y se presentaron por fuera. No comparto esa lectura simple. Creo que el resultado es consecuencia de un deterioro profundo en la forma de hacer política en nuestra coalición.

No me refiero a las políticas públicas, que la gran mayoría de Chile apoya y respalda, sino que a la forma en que se construye el poder desde la ciudadanía y se representa a través del sistema político. Hemos escuchado poco y hemos deteriorado la democracia al interior de nuestros partidos. Creo en la Concertación.

En la convergencia de la social democracia con el social cristianismo. Es desde allí, con nuevos liderazgos, nuevas prácticas y (espero) una nueva institucionalidad que nos ponga bajo la misma bandera, que esta coalición debe refundarse. Tenemos el deber de entender este nuevo Chile del que somos co-autores y nuevamente, con ideas, con pasión, con transparencia, con humildad, con convicción, ofrecerle a nuestros ciudadanos una nueva propuesta política para los tiempos que vienen.

Navegando en mi computador encontré este texto que escribí hace 10 años. Creo que hoy es más urgente que entonces el volver a las fuentes:

Volver a las Fuentes
Octubre 2000

Las fuentes que le dieron sentido histórico a la Concertación se están secando. Cualquier cosa que se pueda decir no oculta el hecho evidente de que estamos perdiendo. Y no es que electoralmente hayamos dejado de ser el máximo referente de la política chilena de la última década, sino que hemos perdido la brújula que nos permitía interpretar las necesidades de aquella ciudadanía en cuyo apoyo nos sosteníamos. Aquella sensibilidad que nos hacía ser la fuerza creadora y agente del cambio para la sociedad chilena se está derrumbando. La profunda creencia de que la Concertación es el mejor proyecto posible que Chile dispone, esta hoy dolorosamente velada.

[cita]El desafío es construir un liderazgo nuevo, renovar las ambiciones de cambio, y recuperar esa ética política que nos llevó a gobernar nuestro país. La misión es revitalizar las fuentes que nos vieron nacer, refrescando con nuevas ideas y acciones nuestro compromiso con Chile.[/cita]

La Concertación nació para encauzar los esfuerzos del país para el retorno a sus más valiosas tradiciones de democracia y progreso social a partir de la más vasta alianza de grupos políticos, fuerzas históricas y sociales que ha existido en Chile. La Concertación nació como un compromiso valórico expresado en una alianza electoral, a partir de un profundo sentido del respeto a los derechos humanos, la democracia como forma de gobierno, la inclusión social y la igualdad de oportunidades como sentido conductor de nuestros esfuerzos políticos.

El camino de la Concertación se inició con la afirmación de un proyecto ético para derrotar a la dictadura militar. Levantar aquellos principios permitió devolver la cohesión y el sentido de dignidad al país, logrando el reencuentro de Chile con su historia.

El proyecto que encarnó el gobierno de Patricio Aylwin reconstruyó en el imaginario colectivo el orgullo de vivir en un Estado que buscaba el diálogo, la justicia, el progreso y la inclusión social de todos sus ciudadanos. La Patria Justa, donde todos teníamos un lugar.

Luego, con el gobierno de Frei, interpretamos que el destino del país estaba dirigido a aventurarse por los procesos de modernización que el sentido de esta época exigía. No bastaba con la construcción de una nación sustentada en pilares éticos y que buscaba la equidad. El desafío era construir un Estado fuertemente orientado hacia la eficiencia y estimular un salto cualitativo del sistema productivo. El crecimiento, la estabilidad y el desarrollo, la mejora en las condiciones sociales de la población en general; y particularmente para los grupos desaventajados, la mejor inserción del país en el mundo y las reformas de la justicia y de la educación fueron los hitos del segundo gobierno de la Concertación.

La Concertación logró un salto significativo para Chile. En pocos años se había hecho mucho más que en las décadas precedentes y objetivamente el Chile de finales de los noventa era un mejor país. Las cifras hablaban por sí solas.

Pero algo sucedió. Lejos de sentir orgullo por los logros, comenzamos a percibir que era poco lo avanzado. Y la gente empezó a desencantarse de nuestro liderazgo, mientras nosotros mismos comenzamos a sentirnos cada vez más lejanos de nuestro Gobierno. Es cierto que la crisis económica precipitó estos procesos, pero no es ésta la responsable de lo que hoy vivimos.

A lo largo de estos años se fueron incubando una serie de dificultades, obstáculos y comportamientos viciosos dentro de la Concertación de Partidos por la Democracia, algunos de los cuales ya estaban en germen desde un comienzo, y otros que han ido emergiendo con el desgaste y la confusión que engendra el ejercicio del poder.

La esperanza que el liderazgo del Presidente Ricardo Lagos representa para poder reencauzar el camino del proyecto político de la Concertación y recuperar su misión histórica puede quedar comprometida precisamente con estos problemas y su buen destino depende de que de una vez por todas los encaremos con decisión.

Nuestra alianza está presa de un grave desgaste de su imaginación, de una parálisis en su capacidad creadora, lo que nos ofrece la tentación de la mera administración como sucedáneo. El empantanamiento progresivo en la mantención de equilibrios internos que aseguran eternas cuotas de poder a verdaderas castas y facciones al interior de cada partido y de la alianza en general, ha infectado nuestra voluntad política.

Por más esfuerzos que haga el Presidente Lagos, lo cierto es que ya no ofrecemos horizontes futuros que entusiasmen a la gente y que parezcan consistentes para nosotros mismos, sino que apenas nos conformamos con aparecer ante los medios de comunicación como dominando la situación del presente. Pero la Concertación no nació para administrar el presente y enfrentar la coyuntura. Nació para liderar un proceso eminentemente transformador que diera cuenta de las necesidades de Chile y lo condujera con éxito hacia el desarrollo.

Esto se expresa, aunque no se agota, en el anquilosamiento del liderazgo político de la Concertación, su envejecimiento y continuidad ininterrumpida,  asociada también a la patética ineptitud de los candidatos al recambio generacional. Mientras tanto, la derecha ha sido capaz de reinventarse y revitalizar un proyecto político que tan poco tiempo atrás creíamos condenado al recuerdo. El populismo, la eficacia de un discurso simple que apela a nuestras debilidades, un activo uso del marketing, un correcto trabajo de bases y un notable recambio generacional nos hace sentir hoy que son ellos, y no nosotros, quienes tienen la primera opción de gobernar Chile a partir del 2006.

Una de las más graves pérdidas que la Concertación ha sufrido es la descomposición de su tejido social. Decepcionados o autodestruidos se han ido descolgando de la gran convergencia que conformaba nuestra alianza una serie de movimientos sociales que antes configuraban el canal más expedito entre la ciudadanía y el gobierno, perdiendo de esta forma poder de movilización política.

Lo anterior se ha traducido poco a poco en que las coyunturas políticas ya no se vuelven desafíos, sino verdaderas circunstancias traumáticas que amenazan la estabilidad. Este sistema ha reprimido la crítica interna, dejando como único recurso las actitudes irresponsables y caudillistas de quienes buscan el protagonismo personal.

Debido a lo anterior, el deterioro de la representatividad de los partidos políticos no puede considerarse como un mero reflejo de un inevitable desencanto democrático del pueblo con sus élites, sino también como algo que ha sido producido por nuestras propias prácticas políticas.

Por ello, es que no nos extrañan los múltiples síntomas de crisis que vemos hoy: la confusión de los intereses públicos con los personales, la falta de integración entre las acciones individuales y los proyectos colectivos, la pérdida del sentido de la función pública, los cuoteos, el clientelismo, el nepotismo y el abandono de las propuestas éticas. Por cierto que dentro de estos problemas está la dificultad en el manejo de los efectos de una crisis económica global y otros problemas coyunturales y estratégicos. Pero las dificultades políticas actuales no se explican por esas circunstancias, sino,  por el contrario, son esas circunstancias las que se explican por las dificultades a las que nos estamos refiriendo.

Los problemas que sufre la Concertación no se resolverán por simples cambios de estilo, sino que necesitan un golpe de timón, un giro radical hacia aquel sentido profundo e histórico que nos vio nacer.

Si nos sentimos herederos de los principios y valores que dieron vida a la Concertación, tenemos la responsabilidad de defender lo avanzado y de construir  alternativas viables para reencauzar nuestros esfuerzos hacia nuevos desafíos comunes.

En muchos sentidos de la palabra podemos sentirnos avergonzados,  derrotados y carentes de entusiasmo para continuar en esta senda. Por lo  mismo, el desafío es construir un liderazgo nuevo, renovar las ambiciones de cambio, y recuperar esa ética política que nos llevó a gobernar nuestro país. La misión es revitalizar las fuentes que nos vieron nacer, refrescando con nuevas ideas y acciones nuestro compromiso con Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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