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Leyendo a Orwell


En 1984, de George Orwell (que acabo de releer después de muchos años), América del Sur forma parte de Oceania, una de las tres superpotencias que se reparten casi la totalidad de la superficie terrestre.

Oceania incluye las islas británicas, Australia y las Américas. Las otras dos potencias, Eastasia y Eurasia, ocupan el resto del planeta, excepto un extenso triángulo que sirve de escenario para las cíclicas y poco menos que rituales batallas de los tres imperios.

En el último tercio de la novela, Winston Smith, el protagonista, lee un par de capítulos del libro del líder subversivo Emmanuel Goldstein. El recuento histórico de Goldstein sobre la formación de Oceania y la nueva organización mundial está plagado de ironías.

Una a la que acaso Orwell no le dedicó excesiva reflexión resulta, sin embargo, para mí, la más cercana: en Oceania, la distópica tiranía perfecta, el más hermético de los estados policiales, los indígenas de los Andes tienen acceso al círculo central del partido, y pueden, en efecto, ocupar la esfera del poder.

Así que ahí lo tienen: en la más atroz de las dictaduras ficcionales jamás imaginada, los andinos tienen más posibilidades de poder que en el Perú de la realidad. Y después hay quien se pregunta por qué ciertos mensajes violentistas y autoritarios han encontrado alguna vez eco en los Andes.

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