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De mea culpa a FODA

Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Hoy día los liderazgos que requiere la Concertación no son candidatos presidenciales, sino que facilitadores para el proceso FODA que viene.


Llama la atención que al reportar sobre el reciente ‘cónclave’ concertacionista, la prensa escrita cuestionó que no se había realizado una mea culpa, implicando o que esta se hacía necesaria, o que alguien la estaba pidiendo. Si bien existen algunas voces que prefieren identificar responsables en vez de razones, estos representan intereses particulares y no los de la coalición. Es más, una mea culpa a estas alturas sería poco menos que un precipitado análisis, careciendo de profundidad y rigurosidad intelectual, ideológica y política (y para qué decir, sinceridad).

La Concertación esta recién comenzando un proceso, que implica pensar lo que significa ser oposición y repensar lo que significa ser Concertación. Anteriormente, bastaba con apelar al proyecto compartido originalmente: simplemente la derrota de la dictadura, cuando cualquier diferencia interna, o entre los distintos partidos de la coalición, estaba subordinada a este objetivo mayor.

[cita]Hoy día los liderazgos que requiere la Concertación no son candidatos presidenciales, sino que facilitadores para el proceso FODA que viene.[/cita]

La tesis de proyecto compartido sufrió un pequeño ajuste una vez instalada la democracia, y la Concertación en el poder. Ahora el objetivo no era la redemocratización, sino que la consolidación democrática. La Concertación, con su mezcla entre humanismo cristiano y socialdemocracia, era la coalición capaz de asegurarles a los chilenos y más aún, a inversionistas extranjeros, que se construiría un tranquilo pero sólido sistema político, basado en los consensos. La derecha aun no hacía el exorcismo necesario, pero sí servía de contrapeso.

Al poco tiempo, este proyecto en común se transformó en poco más de un afán por el poder: idealismo transformado en ambición. Ahí comenzaron los problemas, desde la pérdida de mística hasta la corrupción. Mientras tanto, un sistema electoral que supuestamente canalizaba las fuerzas políticas en dos grandes bloques, inyectando otro aspecto estabilizador en el sistema.

Todos los análisis se basan en lo mismo: la Concertación se fundó y continuó existiendo en base de un proyecto común. El problema es que como elemento explicativo es un poco débil. La Concertación fue extraordinariamente exitosa, no solamente porque ganó cuatro períodos presidenciales, sino por un sinnúmero de políticas y proyectos –desde la apertura comercial hasta la protección social– que cambiaron el país. Cuando perdió, agotada después de veinte años en el poder, perdió por poco, y con una Presidenta que contaba con altísimos niveles de apoyo popular.

Pero perdió, y es bueno y propicio que se examinen las razones. Se pueden evaluar fortalezas y debilidades, para luego identificar oportunidades y amenazas. Pero no son procesos fáciles, e incluso pueden llegar a ser arduos y dolorosos. Como en cualquier organización pública o privada, estos procesos requieren de participación de todos los actores relevantes y algún tipo de liderazgo.

Ahí es donde la Concertación ya está enfrentando un problema. No será necesario hacer un FODA para saber que a la Concertación le sobran líderes, pero carece de liderazgo. El candidato en la última elección fue uno de varios que representaba el pasado, fue seleccionado a través de un proceso poco transparente, manejado por máquinas partidarias poco amenas a abrir espacios. Lo que siguió es conocido por todos. Hoy día los liderazgos que requiere la Concertación no son candidatos presidenciales, sino que facilitadores para el proceso FODA que viene. Para esto ni los cónclaves ni las meas culpas son relevantes, porque no se está buscando ser parte del reino de los cielos, sino simplemente sobrevivir para nuevamente ser gobierno aquí en la tierra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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