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Oposición, progresismo y mala onda

Salvador Muñoz
Por : Salvador Muñoz Cientista Político
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En otro lugar, encontramos a quienes se autodenominan “progresistas”. Ellos buscan relativizar los conceptos políticos cambiando sus propuestas programáticas dependiendo del clima de turno. La ambigüedad y el juego de cintura es su política más cómoda. En la campaña “progresista” de MEO encontrábamos desde piñeristas como Fontaine, Navia y Bellolio, hasta ex miristas arrepentidos como Marambio y Pascal Allende.


No creo en los intercambios personales como herramienta de discusión política. Pero algunos permiten introducir a la discusión temas que de otra forma no se habrían podido instalar. Hoy, gracias al montaje de El Mercurio y a la inexistencia de una aclaración transparente de los aludidos, se ha instalado una sana discusión al interior de la “oposición” sobre su carácter. O más bien, sobre sus distintos caracteres.

Así, hay quienes persisten en confundir la oposición con el progresismo, y hablan de ambos como la centroizquierda (sí, escrito todo junto).

Pero la oposición no se remite únicamente al “progresismo”. El” progresismo” no abarca toda la oposición ni se remite sólo a la oposición. Menos aún cuando nadie ha podido definir aún qué significa “ser progresista” o “ser de centroizquierda”.

El escenario está confuso. Los conceptos están trastocados y las posiciones no terminan de asentarse. Si pudiéramos decir que existe un consenso, tal acuerdo no podría ser sobre algo distinto a esto.

Esto es lo que explica que Piñera lleve gobernando más de un mes sin oposición.

Simplificando el cuadro en extremo complejo creo que hoy hay al menos tres “oposiciones” distintas.

Primero, hay una oposición autodenominada de “centroizquierda” que le disputa la gestión del modelo a la derecha piñerista. Son quienes perdieron el gobierno y hoy tienen como objetivo final recuperar la banda presidencial. Algunos la llaman “Concertación”.

La Concertación fue cooptada por los grupos económicos y se acomodó al modelo heredado de la dictadura, renunciando tempranamente a transformarlo. Ellos terminaron el trabajo de la dictadura de desactivar a la sociedad civil y destruir el tejido social. Y como saben que esa condición del modelo es intocable para recuperar la posición que tuvieron los últimos veinte años no van a encontrar forma de levantarse.

En otro lugar, encontramos a quienes se autodenominan “progresistas”. Ellos buscan relativizar los conceptos políticos cambiando sus propuestas programáticas dependiendo del clima de turno. La ambigüedad y el juego de cintura es su política más cómoda.

En la campaña “progresista” de MEO encontrábamos desde piñeristas como Fontaine, Navia y Bellolio, hasta ex miristas arrepentidos como Marambio y Pascal Allende.

Ser todo y nada, criticarlo todo y a la vez ser funcional a todo. En definitiva, agregación de proyectos personales más que un proyecto colectivo. Eso parece significa “ser progresista” en el Chile de hoy.

Con estas dos “oposiciones” Piñera puede seguir tranquilo.

Pero también hay una tercera oposición. Aunque algunos persistan en invisibilizarla. Es una oposición que ha entendido que la derrota fue mucho antes que la elección presidencial y que el camino de reconstrucción social y política durará mucho más que cuatro años.

Para la izquierda, la transformación que requiere el país es mucho más profunda. Es cierto que se requiere una Nueva Constitución, un nuevo modelo de desarrollo y privilegiar la educación pública por sobre la privada. Pero los papeles y programas hace rato que son insuficientes.

Para reencantar a una ciudadanía que se siente engañada y traicionada –con justa razón- es indispensable construir los ejes de la oposición junto a ella, escuchando sus problemas y trabajando en conjunto para solucionarlos. Y no entre “expertos” o “cúpulas dirigenciales”.

Esa construcción será larga, requerirá esfuerzo y paciencia, trabajo y humildad, pero será en la mejor de las ondas.

Salvador Muñoz es Presidente del Partido de Izquierda PAIZ

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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