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El cáliz de Tohá

María de los Ángeles Fernández
Por : María de los Ángeles Fernández Directora ejecutiva de la Fundación Chile 21.
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Insistir en la defensa del legado puede terminar siendo un salvavidas de plomo cuando, lo que se espera de las nuevas generaciones políticas, es inspiración y orientación para otear lo que viene.


Carolina Tohá se ha convertido, para la élite concertacionista, en algo así como “la joya de la corona”. Su carrera política y, sobre todo, su rol como generalísima en la campaña presidencial de Eduardo Frei, la colocan en ese sitial en el marco de un conglomerado que, si bien no supo renovarse para enfrentar electoralmente a la derecha, sería imperdonable que no lo hiciera siendo oposición. A pesar de lo lejana que se observa la próxima contienda presidencial, se encuentra en una “pole position” que se ve obligada a preservar.

Resulta de interés, por tanto, vislumbrar las implicancias de su decisión de no apartar de sí el cáliz que supone competir por la presidencia del PPD. Recordemos que se han alzado voces señalando la conveniencia de “cuidar” su liderazgo. En el caso de una mujer, pueden no resultar del todo convenientes porque contribuye a reforzar la creencia, todavía extendida en algunos sectores, acerca de una supuesta debilidad femenina. Sin embargo, es una aprensión con cierto fundamento.

[cita]Insistir en la defensa del legado puede terminar siendo un salvavidas de plomo cuando, lo que se espera de las nuevas generaciones políticas, es inspiración y orientación para otear lo que viene.[/cita]

Está muy documentada la inconfortable relación que las mujeres establecen con los partidos políticos. A ello se suma el hecho de que, en un régimen presidencial, la dirección partidaria no entrega demasiados dividendos por cuanto los partidos no juegan un rol tan decisivo en la articulación de programas de gobierno ni de políticas públicas amplias. Ser presidenta del PPD, incluso, pudiera contribuir a su descapitalización política. Aunque son muy escasas las mujeres que han dirigido partidos en la historia reciente para sacar conclusiones, tenemos nuestro propio referente criollo de ello y, si no, que le pregunten a Soledad Alvear y su paso por la presidencia de la DC. Todavía existe menos experiencia para el caso de mujeres a la cabeza de coaliciones. El caso de Merkel, en Alemania, es digno de observar debido al rol que ha jugado en la llamada  Gran Coalición, compuesta por los partidos demócrata-cristiano y socialdemócrata.

Pero ¿tiene Tohá otra opción, no sólo para mantenerse vigente, sino para amasar recursos políticos necesarios si es que quiere, en el futuro, llegar a la primera magistratura? Conducir el PPD le permitiría enfrentar de mejor forma algunos de los obstáculos con los que Bachelet tuvo que lidiar y, en particular, responder a la expectativa de no solamente ser jefa de Estado y de gobierno, sino también jefa de una coalición. Se ha afirmado que buena parte de la responsabilidad por la situación de debilidad que atraviesan los partidos se debería a la desatención que le merecieron a Bachelet. Sin embargo, ella carecía de los instrumentos necesarios para ordenarlos. Sólo al final de su mandato, y arropada por una popularidad creciente a la que contribuyó, sin duda, su opción se situarse por sobre ellos, los parlamentarios comenzaron a cerrar filas a su favor. Los presidentes pueden alcanzar influencia de dos formas: a través de los poderes constitucionales inherentes al cargo o bien, a través de capitales partidarios, teniendo control sobre sus propios partidos y que éstos, a su vez, controlen la mayoría de escaños en el Congreso. Estos dos factores interactúan, sumándose a factores individuales como estilo y personalidad, determinando el grado de influencia presidencial.

Bachelet no sólo carecía de capitales partidarios sino que, cuando asumió, conformó su gabinete con independencia de los partidos. Arreciaron las críticas, pero la decisión era comprensible: una mujer que llega a tan alto cargo va acompañada de sospechas acerca de su autonomía. Estas impresiones también parecen perseguir a Tohá, cuya candidatura viene precedida de una conocida proximidad con el expresidentes Lagos. La prensa ha resaltado que éste pretende hacer de ella “la futura líder” de los partidos concertacionistas.

Al día de hoy, dispone del capital de imagen que, en las democracias modernas, parece ser una condición necesaria, pero todavía no es líder de nada. Sus apoyos, por ahora, provienen de la elite y tiene por delante la tarea de construir una base partidaria y social amplia.

Así como la posición de quien será presidente ante el sistema de partidos es importante, porque contribuirá a su influencia para transformar su programa electoral en leyes, así también lo es su capacidad de negociación. Tohá rechazó la propuesta que, en carta privada, le enviara el senador Quintana en aras de conformar una mesa de consenso en el marco de las próximas elecciones internas, aludiendo a su no disposición para un “arreglin”. La política democrática es el procedimiento de conciliación de intereses diversos e, involucra, mal que nos pese, negociación y deliberación. El rechazo a la propuesta de una mesa de consenso pudiera ser interpretado como un gesto excluyente. Por otra parte, surge la inquietud acerca de la conveniencia de intentar contrarrestar la política de camarillas y grupos que se le adjudica al adversario, en este caso al senador Girardi, mediante la conformación de una camarilla propia.

Otras paradojas rondan la figura de Tohá. En su caso, su relativa juventud, al contrario de lo que se piensa, no parece estar reflejando la urgencia por emprender los debates pendientes ni los desafíos de futuro. Aún reconociendo que puede ser una impresión precipitada, lo concreto es que ha defendido con fuerza la explicación de la derrota electoral en base al desorden partidista y al abandono de la defensa de la obra concertacionista.

Esta apelación, no exenta de connotaciones disciplinarias, y de difícil comprobación empírica, no deja de resultar inquietante. No parece ni razonable ni convincente culpar a los diputados díscolos por su rebeldía cuando la misma Concertación, mientras fue gobierno, se ató una mano a la espalda en materia de divulgación de su propia obra. Basta recordar la máxima tironiana de que la mejor política comunicacional es la que no existe. De esta forma, se renunció a la posibilidad de promover una política comunicacional que nos acercara al paisaje informativo plural y diverso del que hoy estamos huérfanos.

Insistir en la defensa del legado puede terminar siendo un salvavidas de plomo cuando, lo que se espera de las nuevas generaciones políticas, es inspiración y orientación para otear lo que viene. La tarea no es menor: promover el reencuentro entre los progresistas, que compitieron divididos en primera vuelta e intentar el diseño de un proyecto político que recupere la credibilidad y se conecte con las aspiraciones y demandas de los chilenos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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