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Editorial: El país arriba de la pelota

Ello se explica por la fuerza sociológica y cultural del fútbol, el que hace rato dejó de ser un monopolio de práctica masculina y solo una manifestación de masas, y se convirtió una industria con un valor político y económico insospechado, además de una potente entretención.


A partir de 11 de junio y durante treinta días Chile estará literalmente arriba de una  pelota. Funcionando al ritmo del campeonato

mundial de fútbol, único fenómeno cultural de masas verdaderamente global, que copará la agenda informativa. No en vano se presentaron ya iniciativas parlamentarias para flexibilizar los horarios laboral o escolar, para que la población vea con tranquilidad las alternativas de “la Roja”.

A muchos parecerá un exceso mediático que durante ese período pasen a segundo lugar las informaciones sobre la reconstrucción, los efectos de los temporales en las comunidades damnificadas si llegan a ocurrir, o la agenda política.

Ello se explica por la fuerza sociológica y cultural del fútbol, el que hace rato dejó de ser un monopolio de práctica masculina y solo una manifestación de masas, y se convirtió una industria con un valor político y económico insospechado, además de una potente entretención.

Los campeonatos mundiales son en manos de las tecnologías globales de la comunicación, una fiesta conciliar que cada cuatro años hace una puesta en escena  de carácter cuasi religioso. Tan potente que hace resurgir con fuerza el espíritu de lo propio en zonas tan integradas y racionales como la Unión Europea, haciendo que los partidos entre sus países tengan la misma tensión que uno de Nepal con China o un clásico entre Brasil y Argentina.

[cita]Felizmente, para todos los que gustan del fútbol, un campeonato mundial tiene una dimensión lúdica insuperable y es una especie de vuelta a la inocencia en la apreciación del deporte. [/cita]

Es un hecho que al crear la actual Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) en mayo de 1904, sus fundadores solo pensaban en el impulso deportivo, y no alcanzaron a  percibir la enorme proyección económica y política de su obra.

Recién en 1930 se realizó el primer mundial en Uruguay, y luego de la interrupción provocada por la Segunda Guerra Mundial, maduró rápidamente hasta esta, su versión 19ª que se jugará en Sudáfrica, donde se juntan todos los elementos de su potencia mediática: su carácter globalizado de masas, su potencia política y la dimensión económica.

Sus vertientes y negocios conexos, como los televisivos; artículos deportivos; souvenirs, bebidas; transacciones entre clubes de jugadores, partidos y competencias, entre otros, son gobernados bajo reglas de la FIFA, organización  que ha sabido captar de manera magistral la esencia de la economía moderna y se ha transformado en un organismo tanto o más poderoso que cualquier religión, la Cruz Roja u otra institución privada internacional.

La característica básica de la industria moderna es que el valor de sus activos tangibles no representa más del 20% del negocio. El valor restante proviene de los llamados activos intangibles, esto es la organización de los clientes, la calidad de los servicios, el marketing, la innovación, la flexibilidad de los productos.

Esa concepción incorporada a la gestión del fútbol ha transformado a los viejos clubes de antaño en máquinas industriales organizadas como sociedades anónimas, con acciones en la bolsa y formas de funcionamiento de mercado, paradójicamente siempre en alza. Allí donde hay crisis económica, como ocurre hoy en España, la industria del fútbol no parece experimentarla, al menos no a nivel de los grandes clubes.

Según la consultora Deloitte & Touche el fútbol ocupa el lugar 17 en la economía del mundo con un volumen de negocios estimado en 500 mil millones de dólares anuales y unos 240 millones de jugadores activos pertenecientes a 1 millón y medio de equipos gobernados directa o indirectamente por la FIFA. Si ello es exacto, sólo el PIB anual de 25 países supera a la industria del fútbol en su conjunto.

Las grandes marcas deportivas como Puma, Nike u otras proveen la mayor parte de los equipos a las selecciones que van al mundial. También a los clubes más grandes del planeta como el Manchester United, el Real Madrid, el Milán, el Chelsea y el Barcelona, donde juegan entremezclados, con salarios astronómicos, los mejores jugadores del mundo. Que a su vez son rostros deportivos del marketing de los productos.

A veces los millones no se reflejan ni en la productividad de los equipos ni  en la calidad de los espectáculos, pese a que los contratos aumentan las exigencias de alto rendimiento a jugadores y equipo técnico. Hasta niveles considerados como excesivos y que obligarían a un mayor control laboral  y a normas de tributarias y contables más estrictas para evitar distorsiones en la actividad.

Felizmente, para todos los que gustan del fútbol, un campeonato mundial tiene una dimensión lúdica insuperable y es una especie de vuelta a la inocencia en la apreciación del deporte. Ello es parte de esa especie de catalepsia colectiva que nos envolverá y  transformará en comentaristas y estrategas espontáneos de todas las situaciones.

Empieza en el carácter casi amateur de las selecciones, entre ellas la nuestra, que luce una estampa de todo pelo y un desparpajo que encanta, sin distinciones de barrio, profesión, rango o ciudad.  Y continuará en el café o en los entretiempos: sobre si Kaká es algo semejante a la elegancia de espacios abiertos de Zinedine Zidan o Juan Román Riquelme. O si es más bella la habilidad y rapidez turbadora de Messi, Robinho, o nuestro Alexis Sánchez. O si lo es la potencia física de Cristiano Ronaldo o Milito. ¿Y qué nos traerán los africanos esta vez? Y la Roja, una y otra vez.

Televisión Nacional ha anunciado que transmitirá 33 partidos, y sin duda el 11 de junio a la hora señalada estaremos frente al televisor para la inauguración con el partido Sudáfrica-México, con la mente imaginando el debut de la Roja, el 16 ante Honduras. Y, como en la canción de Silvio Rodríguez, pensando “que me perdonen en este día los muertos de mi felicidad”.

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