Publicidad

Los 50 liceos y la política de la humillación


Ha pasado más de una semana desde el discurso presidencial del 21 de mayo en Valparaíso. Desde ese entonces, y hablando desde el sector educativo, han inundado los medios de comunicación una serie de artículos acerca de la conveniencia de los 50 liceos de excelencia y alguno que otro comentario sobre el mapa escolar, promovido por el actual ministro de Educación, que teñiría nuestro territorio de banderas verdes, amarillas y rojas.

Me han asombrado en particular un par de artículos publicados en El Mercurio: una es la carta de Julio Dittborn y el otro el estudio de Libertad y Desarrollo e Inacap. En el primero de ellos, defendiendo la idea de los 50 liceos, el diputado señala en su despedida: “Démosles a las familias de clase media, especialmente en regiones, la posibilidad de que sus hijos responsables y bien dotados intelectualmente puedan acceder a colegios de excelencia, aunque éstos lamentablemente no estén disponibles para todos, aún”. Por otro lado, el estudio de Libertad y Desarrollo e Inacap titula sugerentemente que: “Profesores se muestran abiertos a que parte de su sueldo dependa de su desempeño”, mientras en el cuerpo del artículo una profesora afirma: «Al parecer, tienen en mente el modelo del Instituto Nacional, y los ven como una oportunidad para que los buenos alumnos puedan seguir progresando y aspirar a entrar a buenas universidades, en especial en sectores de más pobreza».

Discutir si los 50 liceos de excelencia son una buena o mala idea, tiene varios matices que conviene abordar. En primer lugar, como bien señaló un internauta, reaccionando a la defensa de Dittborn, los liceos de excelencia siempre han existido… no constituyen novedad alguna en nuestro sistema. Han existido en Santiago y en regiones una serie de liceos masculinos, femeninos y mixtos, que hoy son conocidos como “tradicionales”, que han educado siempre seleccionando a los mejores alumnos/as. Estos liceos representan para las clase media (y también para las clases populares, ¡atención Señor Dittborn!) una oportunidad de cumplir con la promesa de ascenso social del proyecto liberal… entendiendo como proyecto liberal, aquel desarrollo republicano que implicó una progresiva democratización del acceso a la educación en nuestro sistema educativo, esencialmente durante el siglo XX, y que estuvo dado por la movilización popular en torno al “derecho a la educación”.

Es normal que una familia desee lo mejor para sus hijos, para ella la idea de 50 liceos suena seductora, porque crea un sueño o esperanza, un sueño que cae bajo la ley de las probabilidades, ya que sólo el 4,8% de la población tendrá acceso a ellos (si cada uno de los liceos tuviese 1000 alumnos/as).

Un tema mayor me parece discutir los 50 liceos en el marco de todos los anuncios realizados por el Presidente. Una política pública tiene sentido cuando la miramos en medio del conjunto de iniciativas que el Estado lleva a cabo.

Bajo esta lógica podríamos señalar que la hipótesis del cambio educativo (y la superación de la crisis) estaría dada por:

a) Más medición estandarizada: introducir mayor número de pruebas SIMCE para inglés, TICs, y Educación Física. Resulta pertinente  preguntarse si la evaluación estandarizada ha producido cambios positivos en las escuelas desde que existe  y en ese sentido a que objetivos responde aumentar cantidad de mediciones así como también los sectores sometidos a medición (1988).

b) Más inversión económica: aumentar el voucher o subvención escolar. El sistema de financiamiento sigue inalterable, cabe apuntar que Chile sólo destina un 3,5% del PIB público a educación, y más de la mitad de este porcentaje va directamente a la educación privada.

c) Aumentar las exigencias: incentivar a los profesores que “lo hacen bien” en base a su desempeño. Sigue entendiéndose que el desempeño de un profesor tiene que ver sólo con una acción aislada en una sala de clases, desestimando que tras esa acción pedagógica existe también un cuerpo de profesores, una dirección escolar, condiciones de trabajo docente, colegios vecinos que están seleccionando a “los mejores alumnos” y dejando a los demás en el camino.

d) Mayor participación privada: incentivar aún más la participación económica del sector privado a través de programas filantrópicos o de responsabilidad social. Si pensamos en que la empresa privada tiene un interés declarado que es el lucro, ¿qué sintonía tiene esta lógica con nuestra educación? Tal vez es una sintonía perfecta…

e) Mayor información: elaborar cartas dirigidas a los padres con los resultados SIMCE, y con los mapas. Claramente un porcentaje mínimo de nuestra población elige, muchas veces es la escuela la que establece mecanismos más o menos sofisticados para quedarse con los alumnos/as más deseables  y menos problemáticos, a su juicio.

e) Mayor selectividad: creación de los 50 liceos de excelencia, y su opuesto la extensión de la jornada escolar a 12 horas en sectores de alta vulnerabilidad –cabe decir que el mentado Instituto Nacional hasta hoy tiene sólo media jornada-.

Ninguna de estas medidas cambia un tema estructural en el sistema escolar. Ninguna de estas medidas permite creer en un sueño colectivo de una educación pública de calidad: porque no se recupera el rol, responsabilidad y deber del Estado de educar a todos/as (y no sólo a una parte), porque sostiene arcaicas visiones de la excelencia (la individualiza en aquellos que obtienen buenas notas), porque sigue privilegiando la enseñanza científico-humanista (en detrimento de las opciones técnico-profesionales), porque segmenta (y no une o integra a nuestros hijos e hijas), porque mide y estandariza (sin considerar las diferencias), porque estresa (al creer que sólo la competencia individual entre alumnos/as, profesores/as, directores/as puede transformar la educación).

No necesitamos un sistema que humille a quienes no puedan pasar las selecciones de un liceo de excelencia, sino un ”Sistema de Excelencia”, donde creamos en el rol pedagógico de nuestros maestros y maestras, en la posibilidad de generar un bienestar común sin negar las diferencias socioeconómicas,  de género, etnia, región o cultura. El sueño es que cada niño y niña, joven y adulto de nuestro país tengan la posibilidad de educarse en una escuela pública de alta calidad.

La educación es un derecho, no un privilegio.

*Jorge Inzunza H., Programa EPE, FACSO – Universidad de Chile,
Estudiante del Doctorado en Educación de la Universidad Estadual de Campinas (Brasil).

Publicidad

Tendencias