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Célula artificial

Michael Seeger Pfeiffer
Por : Michael Seeger Pfeiffer Académico del Departamento de Química de la Universidad Técnica Federico Santa María.
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Es diferente sintetizar el genoma de una bacteria, que modificar el genoma de células humanas o de embriones. Son planos distintos.


Hace unos días Craig Venter, padre del genoma humano, publicó un paper en la revista Science, una de las más prestigiosas del mundo en materia científica. Luego de 15 años de trabajo, Venter fabricó en un laboratorio el ADN completo de la bacteria “Mycoplasma mycoides”. En el fondo, se trata de una célula artificial que da origen a vida sintética y cuyo material genético procede de cuatro botes de productos químicos.

La importancia de la investigación de Venter radica en que fue capaz de sintetizar artificialmente todo el material genético de una célula. Los fragmentos de ADN se ensamblaron con ayuda de una levadura, y finalmente ese cromosoma de Mycoplasma mycoides fue transferido a otra bacteria, siendo capaz de mantener el funcionamiento de la célula. Cuando ese nuevo genoma se expresa es capaz de reconstituirla completamente, lo que quiere decir que con el paso de las generaciones, esa célula y sus componentes están basados en el genoma ensamblado en los laboratorios.

[cita]Es diferente sintetizar el genoma de una bacteria, que modificar el genoma de células humanas o de embriones. Son planos distintos.[/cita]

Lo interesante de la teoría es que se puede diseñar un microorganismo con los potenciales que uno determine y hacer que ese ADN artificial permita mantener una célula y que pueda generar algún producto de interés. La “gracia” del trabajo de Venter es que permite sintetizar un genoma completo a partir de la síntesis in vitro de ADN y el ensamblaje de sus partes con ayuda de levaduras.

Se puede proyectar este estudio para la producción de biocombustibles. Se podría crear una bacteria que permita utilizar como fuente de carbono el CO2 del aire para la producción de biocombustibles. Esto tendría dos beneficios importantes: por un lado captar el CO2, que incide directamente en el calentamiento global; y por otro, producir hidrocarburos, es decir, generaría una importante fuente de energía para el futuro.

En nuestro país se está estudiando el potencial de las algas en el norte para que produzcan aceites e hidrocarburos que se pueden convertir en biocombustibles. El hallazgo de Craig Venter permite diseñar células para ese fin. Es un desafío mayor, y todavía faltan muchos estudios en la materia para llevarlo a cabo.

Este hito de la ciencia también abre las puertas para la elaboración de nuevos fármacos. El mundo microbiano es uno de los productores de medicamentos más grande del mundo. Si realizamos una programación distinta de estos microorganismos, es decir, encausar las rutas de los compuestos que nos interesan en el proceso de síntesis para desarrollar fármacos, podríamos obtener remedios que mejoran ostensiblemente la calidad de vida de las personas.

No hay que olvidar que luego de la “creación” de Venter se abrió una disyuntiva moral acerca de las aplicaciones de esta célula. La discusión de carácter ético sobre este tema es muy importante, y es bueno que la sociedad se haga preguntas al respecto. Nadie discute los beneficios de la insulina para los diabéticos. Esta insulina es transgénica, siendo producida por bacterias.

Debemos comprender los tremendos potenciales que ofrece la biotecnología para la salud y los ecosistemas. El tema está en cómo se utiliza, pues el problema no es la herramienta en sí misma. Es diferente sintetizar el genoma de una bacteria, que modificar el genoma de células humanas o de embriones. Son planos distintos. La modificación genética en bacterias es algo aceptado no sólo por las comunidades científicas, sino que también por todas las sociedades modernas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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