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El otro Simce

Marcela Romero
Por : Marcela Romero Académica de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago (Usach)
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Antes que los semáforos rojos los minimicen aún más, he querido ubicarme decididamente desde el punto de vista de los vencidos de este SIMCE, de los que ya no son escuchados porque el fracaso escolar es tan pesado de asumir.


Los resultados que los medios entregaron respecto del SIMCE 2009, no dieron cuenta del clima escolar y mediático en que se tomó la prueba, ni tampoco evidenciaron una radiografía diferente, referida a la nueva evaluación aplicada, que buscó comprender por qué les va mejor o peor a los estudiantes. En ese sentido es necesario recordar que se aplicó un instrumento adicional. Para 8° año básico, contenía 26 preguntas que abordaron factores referidos al grado de satisfacción de los estudiantes en los establecimientos educacionales, la auto percepción por la enseñanza de las matemáticas, la manera en que viven las prácticas docentes de aula, el clima de la sala de clases y la infraestructura. Para el nivel de 4° año básico, el cuestionario fue de 13 preguntas, concentradas en la relación de los estudiantes con sus familias, referidas al trato personal-familiar, apoyo escolar y de igual manera que el nivel mayor, su auto percepción por la enseñanza de las matemáticas y la manera en que viven las prácticas docentes de aula.

Por tanto, dada la importancia que tienen los resultados de la evaluación de los que viven la experiencia en aula y que por primera vez dicen lo que piensan, eran esperables otros resultados respecto de lo que opinaban los estudiantes de sus padres y escuela, sin embargo, el parámetro resaltado por los medios y el MINEDUC, siguió siendo el ranking que obliga a competir.

La esperanza que nos planteaba este otro SIMCE era que este año generara un espacio para que como adultos tomásemos conciencia de la infancia escolar chilena, así como años atrás, el movimiento pingüino –con una gran cuota de coraje social,- nos enrostró que la escuela en Chile no era justa, haciéndonos ver que como adultos manteníamos la nostalgia dorada de los liceos emblemáticos, reducidos a una minoría. En ese sentido, era esperanzador que este año los niños, niñas y jóvenes de entre diez y catorce años -de nuestro país-, caracterizaran la realidad que dispone la escuela para aprender, individualizando también otros lugares o espacios que distintos a ella, posibilitan o no la motivación por aprender.

[cita]Antes que los semáforos rojos los minimicen aún más, he querido ubicarme decididamente desde el punto de vista de los vencidos de este SIMCE, de los que ya no son escuchados porque el fracaso escolar es tan pesado de asumir.[/cita]

Nada de eso se presentó, por eso, antes que los semáforos rojos los minimicen aún más, he querido ubicarme decididamente desde el punto de vista de los vencidos de este SIMCE, de los que ya no son escuchados porque el fracaso escolar es tan pesado de asumir que caen en la culpabilidad silenciosa o en la violencia

Los resultados 2009 que plantea la prensa no hacen más que reiterar que la oferta escolar está lejos de ser igual, homogénea y que de manera general, trata menos bien a los estudiantes desfavorecidos. Los mapeos de los semáforos escolares solo registran las desigualdades sociales evidenciando restricciones más rígidas para los pobres encerrados en establecimientos ghettos donde la concentración de estudiantes relativamente débiles, debilita aun más el nivel general y reduce las oportunidades de éxito, incluso de los estudiantes” buenos alumnos”, en cambio, las concentraciones de buenos alumnos con semáforos de mejores colores, en establecimientos favorecidos solo refuerza la calidad de la educación.

En ese sentido, una escuela justa, no puede limitarse a seleccionar con colores a los estudiantes más meritorios; debe preocuparse también de la suerte de los estudiantes vencidos y humillados por el sentimiento de no haber podido. En ese sentido y sin cuestionarla, la igualdad de oportunidades, se levanta como la figura principal de la justicia escolar, en Chile, por tanto, la manera de acercarse a ella es promoviendo la igualdad distributiva de oportunidades, que vela por la equidad de la oferta escolar, atenuando los procesos más brutales de una sana competencia que solo potencia la segregación.

En estos tiempos, es necesario no olvidar que la equidad del sistema escolar se juzga en una escuela por la manera en cómo se trata a los más débiles, ofreciendo un bien común, una cultura común independiente de las lógicas selectivas, esto exige de nuevo el coraje del docente y de la sociedad en general para actuar con firmeza en favor de un verdadero colegio único, cuya función sea garantizar a todos, hasta el más débil de los estudiantes, los conocimientos y las competencias a los que tienen derecho.

Las nuevas preguntas que tuvo el SIMCE 2009 debieron darnos luces para garantizar la igualdad de oportunidades, entendiendo que una escuela justa no solo garantiza la igualdad individual de oportunidades en lo que respecta a la utilidad de los estudios, exige también una reflexión sobre la formación de los sujetos, y por tanto, nos conduce a interrogarnos sobre el modelo educativo, sobre el lugar que otorga a los estudiantes, a sus proyectos de vida, a su vida social, a su singularidad, independiente de sus desempeños, por tanto, las dimensiones éticas de la educación se convierten en un bien de justicia, al igual que la cultura común, la utilidad de las formaciones y la justicia de las reglas de selección.

Finalmente, este SIMCE 2009 sigue dejando en los imaginarios sociales lo difícil que se hace estar en el mundo profesional como educador, donde también nos encontramos con una escuela conmocionada que no ve una salida, enfrascada en responder al accountability, que obliga a distanciar el compromiso personal del maestro con el estado general del sistema. Todos esos debates bien pueden seguir desviándonos del verdadero debate público sobre los principios y las condiciones de una escuela menos injusta, y donde los adultos hemos renunciado a ese debate, sobre todo porque desde hace tiempo hemos exigido una justicia escolar, deplorando el fracaso, y la violencia escolar, observando la degradación relativa de la calidad y equidad del sistema educativo, limitándonos a acusar los defectos de la sociedad.

En este sentido solo nos queda fortalecer y apelar la vocación docente que insta a los maestros a no eximirnos del deber de construir la mejor escuela posible, sabiendo que el mundo es como es, captándolo tal cual es. La escuela justa es posible, debemos buscar instrumentos de medición que efectivamente la posibiliten.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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