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El vecino Obama

Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Hoy, como la Secretaria de Estado reconoció en Quito, Estados Unidos y Europa reciben consejos económicos de América Latina, y no al revés.


En los últimos días una serie de funcionarios y académicos estadounidenses han visitado Santiago, intentando mejorar el nivel del diálogo hemisférico y tratando de entender mejor las actitudes latinoamericanas respecto a su país. A la vez, Hillary Clinton viajó la semana pasada a Perú, Ecuador y Colombia (más Barbados), recibiendo una cordial bienvenida de Rafael Correa, una solicitud para que se apruebe el tratado de libre comercio con Colombia, y un baboso beso en la mano de Alan García. Mientras tanto, el Presidente Lula intenta demostrar lo grande que es Brasil, negociando con socios naturales como Turquía e Irán, causándole al Presidente Obama un pequeño dolor de cabeza y muy probablemente retrasando por varios años los intentos brasileños de ingresar al Consejo de Seguridad.

Las reuniones de estos días demuestran lo perdido que está Estados Unidos en la región. El gobierno de Barack Obama está intentando retomar un contacto luego de ocho años de abandono, en que los requisitos (reales e imaginados) geopolíticos exigieron que la mirada de Estados Unidos estuviera firmemente enfocada en otras partes del mundo. Durante esos ocho años, América Latina –siempre sospechosa de las intenciones estadounidenses– se indignó no solamente por las políticas de los EE.UU. en el Medio Oriente, sino que también por lo que consideró como un abandono de sus históricas ‘responsabilidades’ en su propio vecindario. Por lo que hizo y por lo que no hizo. La era de George W. Bush coincidió con el auge de la (falsa) dicotomía entre las izquierdas buenas y malas.  Los únicos casos donde Estados Unidos prestó atención a la región eran en aquellos países cuyos problemas de seguridad presentaban una preocupación para su política exterior, como Venezuela, o doméstica –es decir, Colombia.

[cita]Hoy, como la Secretaria de Estado reconoció en Quito, Estados Unidos y Europa reciben consejos económicos de América Latina, y no al revés.[/cita]

Este último punto demuestra lo poco que ha cambiado la situación. Si bien Bush ha dejado la Casa Blanca, la principal preocupación norteamericana en la región hoy día es otra amenaza a la seguridad de Estados Unidos: la situación en los estados norteños mexicanos y la porosidad de la frontera entre ambos países. De hecho, los casos donde EE.UU. ha prestado atención siguen siendo precisamente aquellos que más dolores de cabeza le presentan: la situación en Colombia, la política diplomática brasileña, la situación en Honduras, y la desbaratada situación de seguridad en México. Ni siquiera Hugo Chávez, cuyo apoyo doméstico está cada vez más golpeado y que por lo tanto presenta una amenaza a su propia población pero no a la estabilidad democrática regional, logra captar mucha atención del Departamento de Estado.

Es absolutamente razonable que la política exterior norteamericana esté guiada por sus propios intereses nacionales. El problema no es solamente que esos intereses chocan con los intereses de muchos países de América Latina, sino que también con sus principios. Respecto a Honduras, Cuba o Colombia, hay poca confluencia.

El segundo problema es que los intereses legítimos de EE.UU. chocan también con la noble retórica Obamiana, que alguna vez tanta esperanza inspiró en la región y en el resto del mundo. En esto, Obama es víctima de las expectativas que él mismo creó. Aquí vemos un padrón repetido. Obama viajó a El Cairo y prometió una nueva actitud hacia el Medio Oriente, sin embargo no ha logrado obtener más cooperación de los países árabes mientras que se ha ganado la antipatía de Israel. El Presidente prometió un fin a la guerra en Irak y que cerraría la base de Guantánamo, pero después de casi dos años no ha podido cumplir con esos compromisos. Y en América Latina, sus gestos hacia la dictadura cubana han logrado poco, su postura en Honduras ha sido incomprensible, y su otrora buena relación con Lula no han impedido que Brasil fortalezca sus contactos con países dedicados a destruir los pocos aliados (judíos y árabes) que Estados Unidos tiene en el Medio Oriente. El comercio entre Brasil e Irán está aumentando, y Brasil claramente tiene un interés por desarrollar su propio programa de armamentos nucleares.

Lo que todo lo anterior demuestra no es solamente los límites de una política exterior basada en gran medida en la personalidad y popularidad de un presidente, sino, y lo que es mucho más serio, los límites del poder estadounidense en la región. Si bien esto se debe en gran parte a los eventos posteriores al 11 de Septiembre de 2001, también se puede identificar otro cambio. Los gobiernos de Bush padre y Bill Clinton enfatizaron el comercio como un premio por buena conducta. Chile alguna vez fue celebrado como el cuarto ‘amigo’,  junto con México, Canadá y EE.UU. Hoy día, los incentivos para ser un buen amigo son cada vez más escasos, en la medida que el liderazgo político y económico estén tan debilitados. Hoy, como la Secretaria de Estado reconoció en Quito, Estados Unidos y Europa reciben consejos económicos de América Latina, y no al revés. En esas condiciones, es poco probable que los vecinos sigan pidiéndole una taza de azúcar al vecino Obama.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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