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Golborne: mundial

Pablo Larraín
Por : Pablo Larraín Economista, MSc en Finanzas.
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Para sorpresa de muchos, frente a la adversidad apareció en forma transparente lo mejor del ministro de Minería: el liderazgo para administrar una estructura compleja con muchas partes que no se conocían y que había que articular en muy breve tiempo.


Viajó al mundial de Sudáfrica durante una semana con sus hijos a tres meses de iniciado el gobierno cumpliendo con parte de una promesa familiar. Sobraron los epítetos para mofarse y ridiculizar el compromiso con el servicio público del ministro. ¿Cómo era posible que tras el terremoto, y en medio de la discusión del royalty, Golborne fuera a ver a la selección? El que hubiese acortado el viaje, planeado y prometido a sus hijos con meses de antelación, era irrelevante para los dueños del patrimonio de como servir al Estado.

-Bueno, qué se puede esperar de un ex gerente del retail, el Estado de Chile no es un supermercado ni una tienda de departamentos –señalaban, con voz engolada, experimentados políticos opositores. Los del propio bando no ayudaban mucho recordando cada vez que podían la inexperiencia política de alguno de los ministros del nuevo gobierno. Golborne era uno de los primeros ejemplos para la falta de redes y conexiones en el intrincado entramado de la política nacional.

[cita]Para sorpresa de muchos, frente a la adversidad apareció en forma transparente lo mejor del ministro de Minería: el liderazgo para administrar una estructura compleja con muchas partes que no se conocían y que había que articular en muy breve tiempo.[/cita]

Sus asesores desesperados -tienen que haberlo estado para proponer algo tan descabellado– plantearon cambiarle el nombre al ministro para mejorar su reconocimiento por parte de la opinión pública. De Laurence pasaría a ser Lorenzo, que tenía el valor agregado de ser el santo patrono de los mineros. La cordura se impuso y la idea fue desechada.

El asunto no mejoró mucho con su estentórea risa en medio de una conferencia de Lagos Weber y Escalona. Las reacciones de los senadores concertacionistas no se hicieron esperar ¡irresponsable! ¡carente de respeto republicano! La falta era muy grave, el ministro se había reído.  La guinda del postre fue el fracaso en la aprobación de la modificación del royalty a la minería como fuente de financiamiento a la reconstrucción. Las horas que pasó en el Congreso Golborne, explicando e intentando negociar con tirios y troyanos no fructificaron y la propuesta finalmente  se cayó.

Las críticas sólo aumentaban. Pocos se acordaban de la carrera meteórica en la empresa privada, primero en Gener y luego en Cencosud, que lo llevó a ser reconocido como el ejecutivo más destacado del país. El hecho que fuera uno de los pocos ministros del gobierno que podía mostrar elementos palpables de meritocracia en su ascendente carrera tampoco parecía importarle a nadie. Golborne no servía para la política y vino el derrumbe.

De un día para otro quedaron atrás las negociaciones de pasillo y los trucos de los asesores comunicacionales. El ministro estaba a cargo de liderar el intento de rescate de los treinta y tres mineros atrapados en la mina San José.

¿Sería el indicado este ex gerente de nombre impronunciable, que viajaba a ver el fútbol, que se reía o que fallaba en las negociaciones políticas?

Para sorpresa de muchos, frente a la adversidad apareció en forma transparente lo mejor del ministro de Minería: el liderazgo para administrar una estructura compleja con muchas partes que no se conocían y que había que articular en muy breve tiempo, la inteligencia y sencillez para ponerse en un segundo plano dejando a los técnicos que actuaran y hablaran de lo que él no sabía, la emoción de quien está honestamente comprometido con la labor que está acometiendo, la delicadeza y compromiso con los familiares de los mineros atrapados para explicarles día tras día los avances y retrocesos – estamos haciendo todo lo humanamente posible– repetía en cada entrevista el ministro y uno le creía. Su pena era pena. Su preocupación era preocupación. Su cansancio era cansancio. A nadie le cabía duda. Un trabajo hecho con todo el rigor  necesario y con toda la humanidad requerida. Un trabajo bien hecho, muy bien hecho.

Quizás lo que mejor grafica a Laurence Golborne, es el instante en que abre la carta, que viene amarrada en la sonda,  del minero Mario Gómez a su mujer. Comienza a leer en voz alta y llegado a un punto dice –esto es personal, hay que guardarla-. Hay mucha grandeza, respeto y dignidad en ese gesto. Todo lo que los mineros atrapados no recibían en su trabajo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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