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Ministra Schmidt: del glamour al bigotazo feminista

Bet Gerber
Por : Bet Gerber Directora del Programa de Comunicación Política, Chile 21.
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Hay de todo en el feminismo y fuera del feminismo y eso está bueno, aunque para algunas eso no esté nada bueno, ya que todas, toditas quisiéramos ser y parecer una. Al menos eso le contaron a Teresa, pobre.


Había una vez, en un lejano país, y en otros países demasiado cercanos, un curioso mito en torno a ciertas mujeres llamadas feministas. El mito en cuestión se fue construyendo en base a estereotipos y lugares comunes sospechosamente funcionales al conservadurismo vernáculo, que retrataban a las feministas como un grupete de locas amargadas, inexorablemente feas e indepilables.

Cuenta la leyenda que cuando la horda feminista se aproximaba, hasta el más valiente huía, ya que la fama de su  lengua filosa, sus garras jamás manicureadas y sus axilas malolientes trascendía todas las fronteras. Todas las feministas, junto con lucir bigote incipiente, deseaban más que nada aniquilar a todos los hombres,  presumiblemente porque ellos  podían lucir naturalmente frondosas peludeces (de “peludo”, atención, no leer al vuelo y confundir con otras palabras parecidas) y ellas, no tanto.

[cita]Hay de todo en el feminismo y fuera del feminismo y eso está bueno, aunque para algunas eso no esté nada bueno, ya que todas, toditas quisiéramos ser y parecer una. Al menos eso le contaron a Teresa, pobre.[/cita]

Parte del mito se fue transmitiendo de generación en generación, persistiendo hasta nuestros banalizados días. Tanto como para que el 9 de septiembre, El Mostrador publique un artículo sobre el glamour de la Ministra Schmidt, en donde una tal Teresa Marinovic, licenciada en Filosofía (¡) destaca, entre otras cosas, la suavidad de los modales de Schmidt en contraste con los de autoridades anteriores, tan toscas ellas “que habrán asustado a  sus maridos… si es que los tienen”.  En realidad, lo que la autora advierte con esas sabias palabras es que la que se porta mal, se queda sin marido. Habrá que analizarlo.  Lo sorprendente es cómo Marinovic se esfuerza en demostrar la vigencia de aquellos anquilosados estereotipos, pese a que estamos en pleno siglo 21 y basta con asomar la nariz al mundo para constatar que hay una increíble y saludable diversidad de mujeres en el feminismo. Habemos solteras, casadas, divorciadas;  heterosexuales, homosexuales, bisexuales; tristes, alegres, dichosas, infelices;  seguras, inseguras,  lindas o feas según los gustos, depiladas y sin depilar; delicadas y también  onda camionera  -cosa que me alivia, no porque sea mi look (¡faltaba más!), sino justamente porque no lo es y,  believe it or not, la diversidad oxigena. Hay de todo en el feminismo y fuera del feminismo y eso está bueno, aunque para algunas eso no esté nada bueno, ya que todas, toditas quisiéramos ser y parecer una. Al menos eso le contaron a Teresa, pobre.

Cabe la posibilidad de que todo lo dicho por Marinovic sea una broma, en cuyo caso no se notó del todo pero sí apenas, y esa ambigüedad para una columnista es fatal. Lo mío, en cambio, va en serio. Tanto como para sentirme compelida a hacer algunas sugerencias a la autora.  Primero, Teresa,  si te supera el exotismo de palabras como “femicidio”, es fácil solucionarlo. Basta con sobrevolar los diarios, me refiero a cualquier diario, que son esos impresos que se venden en los kioscos o se leen por Internet  y  en donde también hay palabras rarísimas como  “información”, “cultura”, etc.  Segundo: esa llamativa irritación que te genera  la vestimenta provocativa de empleadas públicas y te lleva a sintonizar  con el intendente de La Serena se podría tratar con un buen psicólogo. Last but not least: así como el Viejito Pascuero no existe (son los padres y alguien te lo tenía que decir), también debo contarte que la caricatura femenina y feminista que te compraste es eso: una caricatura nomás. La realidad es más compleja pero también más divertida. Así las cosas, las siguientes cualidades se pueden combinar y graduar de modos infinitamente variados: boba y desdichada, linda y feminista, bruta y fashion, feliz e inteligente, joven y conservadora, inteligente y antipática,  tarada y bien vestida,  frívola y fea, vieja y divertida. Hay de todo: incluso licenciadas en filosofía burdamente ignorantes.

Y cualquier similitud con la realidad, es mera coincidencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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