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Asturias y Giracca: pasión y rabia por Guatemala

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Dos prosas fulminantes, ilustradas y populares, que aman como nadie esta tierra arrasada de violencia, como niños que lloran su país y regresan a los sonidos monótonos de las letanías.


De viaje a Tucumán a un encuentro para debatir sobre fraternidad, el principio olvidado de la Revolución Francesa (la justicia y la libertad no alcanzan), fui conmovido por dos libros que me hicieron un ser sonámbulo, ido de aterrizajes, celajes y altoparlantes. Un autor clásico, consagrado, en el panteón de los grandes (como Neruda y Darío): Miguel Ángel Asturias y su conocido Señor, Presidente. La otra, una escritora que irrumpe como las cenizas del Pacaya, cubre todo de su narrativa en erupción, que me hizo, como no ocurría hace varios años, leer en horas un libro entre Guatemala y algún lugar del corazón de Sudamérica: la filósofa, académica, columnista y activista de los derechos indígenas, Anabella Giracca y su novela Demasiados Secretos.

Asturias murió cuando la niñita Giracca aún no vestía minifalda (eso creo, al oír su vehemencia en el Palacio de la Cultura para no hacer folklorismo estético con los mayas y luego leer su prosa volcánica, iniciática).

Se parecen demasiado y no es exageración. Dos  prosas fulminantes, ilustradas y populares, que aman como nadie esta tierra arrasada de violencia, como niños que lloran su país y regresan a los sonidos monótonos de las letanías, como un mantra o una oración en los brazos de  una abuela que es el refugio en el holocausto final: ilógico, lógico, relógico..canta e ironiza Asturias; nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…rememora y ora la Giracca.

[cita]Dos prosas fulminantes, ilustradas y populares, que aman como nadie esta tierra arrasada de violencia, como niños que lloran su país y regresan a los sonidos monótonos de las letanías.[/cita]

La novela de Asturias fundó de manera no panfletaria la literatura contra las tiranías en América Latina; después vino Yo, el Supremo del paraguayo Augusto Roa Bastos, y mucho después La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa, entre decenas de libros, pero ninguno alcanza el dramatismo  y la morbosidad sonora de este Asturias refugiado en París, que vive su patria como el cuco de los sueños,  para entramar una historia del poder y un amor  pérfido, con actos de coraje  en el submundo de los miserables, con traiciones que explican la desconfianza ontológica del país del miedo al otro.

La historia de Anabella Giracca de manera inevitable le recuerda a un chileno La casa de los Espíritus de Isabel Allende,  novela de mujeres mágicas, de destinos trágicos, con el auge y caída de los sueños redentoristas, con la maldad encarnada, con hombres que son el deseo y la muerte. Pero la Giracca se aparta del realismo mágico, hay menos metáfora, la pluma no se atrapa en lirismo, se vuelve realista, por momentos brutal,  en otros lárica, casi bucólica; una narrativa  esquizofrénica, que no da tregua, que nos remite a todo claroscuro, que se permite combinar en el mismo párrafo erotismo con horror, la ternura del beso de la muerte.

En otra dimensión,  son novelas  neo costumbristas,  sin criollismo banal. Ambos quieren contarnos los buenos tiempos y hacen desfilar algunos pequeños héroes, en medio del lodazal; sacristanes decentes, indígenas indomables, artistas soberbios, colonos alemanes que se liberan en el trabajo, mujeres que crean, vagabundos con mirada prístina, cocineras del último banquete posible, artistas circenses que huyen a un nuevo mundo, generales que creen en otro orden.

Por no hay escapatoria. El texto parece un epitafio sin salida. Asturias realizó un sarcasmo atroz con los que hacen como que hacen y no hacen nada, mostró la sofisticación y profundidad de las redes de corrupción, la hipocresía, la cobardía y crueldad del abuso de poder, la rescilencia para sobrevivir en la ciudad de los patios interiores.  El libro que comenzó a escribir hace casi un siglo tiene la actualidad de una profecía auto-cumplida.

Anabella Giracca nos recuerda la historia que pervive o historia del tiempo presente; un fresco que está demasiado vigente, como si pintara un mural en el cielo arrebolado de Guatemala, un martes gris, de aguacero, de esos que hemos padecidos  en este Continente, donde las cabezas cortadas de cuajo conviven con la sonrisa más bella del mundo refugiada en una indígena altiva que luce su huipil colorido, como lo  quisiera la Giaconda para  semi cubrirse con las flores del jardín imposible del cielo.

Novelas del amor y el extravío, de la pasión por la mater dolorosa que se convierte la Patria, esa palabra manida que sirve de escenario a las historias que no quisiéramos leer, pero allí nos vencieron  y conmovieron en lo que sería un breve viaje a Tucumán para oír a Mercedes Soza en mis propios delirios… Miguel Ángel Asturias, el clásico, y Anabella Giracca, la novísima escritora, seguirán asombrando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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