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Cuánto vale el show

Francisco Javier Díaz
Por : Francisco Javier Díaz Abogado y cientista político, investigador de CIEPLAN.
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¿Alguien puede explicar, por ejemplo, qué hace el ministro de Salud como médico de cabecera de los mineros? ¿Alguien puede entender por qué la cápsula de rescate tiene los colores de la bandera chilena? ¿Alguien puede justificar que el Presidente ande con el famoso papelito en el bolsillo y se lo muestre a Schwarzenegger?


Se puede pensar que ésta es una columna injusta, lo reconozco. Porque habla de algo que no quiero que pase, sin tener indicio concreto de que vaya a pasar. Pero lo cierto es que a pocos días del rescate de los mineros de Copiapó, un espectro de incomodidad recorre a la clase política chilena. Lo dice la izquierda, ciertamente, pero también se escucha de manera soterrada en la derecha: el peor enemigo de Piñera es Piñera. Se dice que no logra contener su personalidad impulsiva. Que no logra controlar su afán de protagonismo. Y que no puede soportar que Bachelet sea más querida.

Me limito a verbalizar, entonces, algo que muchos temen: que el rescate final de los 33 se transforme en un show propagandístico de baja calaña.

Que no se malentienda: me encuentro entre quienes aplaudieron desde el primer momento el accionar del gobierno en este episodio, básicamente porque el gobierno hizo lo que tenía que hacer. Ordenar la búsqueda inicial, controlar la angustia de las familias, coordinar el levantamiento del campamento, dar cauce a la inquietud de los medios. Hubo que instalar las primeras máquinas de sondaje y apostar porque ellas llegaran a buen resultado. Hubo que movilizar ingenieros, contratistas, personal de salud, policías. Hubo que hacerlo con tino y decisión, en momentos de máxima tensión. No era fácil hacer todo ello, y el gobierno lo hizo. Nadie desconoce todo aquello.

Aquel domingo 22 de agosto, el Presidente Piñera obtuvo el justo premio a la determinación que demostró desde un inicio en este caso. Ni siquiera se puede reprochar el oportunismo comunicacional al demorar en un par de horas la entrega de la noticia. Al mostrar el célebre papelito con el mensaje de los 33, el Presidente logró lo que todo gobernante aspira: foto de portada en los principales medios del mundo por una noticia positiva. Pero está bien, no se puede culpar mayormente de nada, porque es legítimo que se quisiera comunicar de la mejor manera tamaña hazaña.

Desde entonces, sin embargo, el manejo ha sido ambiguo. Por un lado, se notan esfuerzos por no chabacanizar el rescate. La sobriedad del Ministro Golborne, el discreto segundo plano de la Intendenta, la voz técnica de los principales ingenieros, el tino con que han ido siendo manejadas las imágenes y noticias desde el interior de la mina, entre otros, son hechos que se debe felicitar.

Pero hay otros hechos que hacen dudar. ¿Alguien puede explicar, por ejemplo, qué hace el Ministro de Salud como médico de cabecera de los mineros? ¿Alguien puede entender por qué la cápsula de rescate tiene los colores de la bandera chilena? ¿Alguien puede justificar que el Presidente ande con el famoso papelito en el bolsillo y se lo muestre a Schwarzenegger? Y lo que es más grave aún, ¿alguien puede asegurar que no se está supeditando la fecha definitiva del Día D a la agenda de viajes de Piñera?

Estas dudas son sólo eso, dudas. Pero se justifican en la personalidad del Presidente, avasallador, hiperactivo, winner sin límites. La propia derecha así lo reconoce y critica.

[cita]No es pecado dudar de que el evento del rescate pueda ser utilizado con fines propagandísticos. El Presidente tiene un problema de credibilidad por esa permanente actitud de querer pasarse de listo. [/cita]

Por esa misma personalidad, por ejemplo, Piñera fue capaz de farrearse el Mundial de Fútbol como una instancia de infundir buena onda colectiva y de paso, subir un par de puntos en las encuestas. Pero su histrionismo le pasó una cuenta pesada y terminó solitario en su palacio con la mano mal extendida.

En vez de hacer del terremoto una oportunidad para proponer un gran proyecto nacional de reconstrucción, el gobierno prefirió enviar proyectos de ley parciales, sin las conversaciones previas necesarias, y optó por obtener su aprobación a cuentagotas, arrancando votos circunstanciales de parte de los legisladores díscolos que estuvieran de turno. ¡Qué distinto habría sido un solo gran paquete tributario, consensuado con la oposición, con proyectos claros de reconstrucción en cada comuna y en cada región!

Igual tónica se da en los anuncios en estos meses, anuncios rimbombantes, pero plagados de letra chica. La supuesta alza de impuestos a los más ricos terminó siendo un juego de alzas transitorias y bajas permanentes; el descuento del 7% de salud, una oda a las condicionalidades. Claramente ni el Sernac financiero y ni el Ministerio de Desarrollo Social serán las palancas de la justicia social como se había anunciado (por más que el Ministerio comience a entregar bonos del subsidio al trabajo el próximo año), a la vez que el post natal de 6 meses tiene toda la cara de no avanzar.

El retraso en la entrega de información base para la Ley de Presupuesto denota también las ganas de hacer de esta ley más una OPA hostil que un momento de discutir prioridades con sentido de nación. Y la recurrente crítica a la “ineficiencia y el despilfarro” se enmarca en una actitud constante de enlodar al gobierno anterior más que presentar sus propias propuestas.

En definitiva, no es pecado dudar de que el evento del rescate pueda ser utilizado con fines propagandísticos. El Presidente tiene un problema de credibilidad por esa permanente actitud de querer pasarse de listo. Pero se equivoca. Cuando abandona la astucia, la gente valora su gobierno y recibe aplausos incluso de sus adversarios. Recibió respeto cuando desfiló por la Alameda junto a los cuatro ex presidentes para el Bicentenario, pero generó burla cuando se le ocurrió hacer payas y bailar cueca. Cuando deja de ser Tatán y pasa a ser el Presidente, mejor le va a Piñera.

El rescate de los mineros generará atención mediática y en el gobierno está saber manejar con prudencia y respeto ese momento de intensa emoción. Mal que mal, hay detrás un grupo de hombres valerosos que han sufrido mucho. Nadie quiere que ellos sean utilizados, estrujados mediáticamente, que pasen momentos de envidia y miseria humana, y que después de toda la parafernalia, tengan que escribir con rabia y pena: “estábamos mejor allá abajo los 33”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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