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Las medidas de Lavín: oportunidades y riesgos

Ignacio Larraechea
Por : Ignacio Larraechea Gerente General de Acción RSE
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Lo que dificulta el análisis, la discusión e incluso el apoyo más decidido a las iniciativas es la ambigüedad que aún se percibe respecto al proyecto global. En vez de presentarnos ese “gran diseño”, el MINEDUC ha optado por ir haciendo anuncios puntuales sucesivos (o “tips”, como dicen los expertos en marketing).


Los recientes anuncios del Ministro Lavín, en los que detalla una serie de iniciativas tendientes a fortalecer la calidad del sistema de educación, parecieran apuntar en la dirección correcta en cuatro ámbitos: (i) mejorar la calidad de los futuros docentes, (ii) desarrollar las capacidades de gestión de los directores de establecimientos escolares, (iii) dotar de mayor transparencia al sistema de educación superior y (iv) fomentar la participación de estudiantes de pregrado en universidades de habla inglesa.

En general, las iniciativas consideran mecanismos innovadores para incentivar que el desempeño de los actores más relevantes del sistema se logre alinear con los objetivos de mejoramiento de la calidad:

-atraer a jóvenes de alto potencial para que sean los futuros docentes

-fortalecer el liderazgo de los directores de establecimientos

-incentivar a las universidades a mejorar la calidad de sus carreras de pedagogía

-promover que apoderados y estudiantes elijan carreras y universidades en base a información relevante

-fomentar el dominio del inglés en los futuros profesionales

En particular, la transparencia de información respecto a la situación financiera de las universidades y a la calidad de la inserción laboral de sus egresados, constituye un paso imprescindible  para que las decisiones de los potenciales estudiantes y sus progenitores, al momento de elegir, se fundamenten en cualidades objetivas y relevantes de las instituciones de educación superior. Es lo mínimo que se pudiera exigir a un sistema basado en la libre elección de los demandantes: saber si tal o cual universidad está en riesgo de quiebra, si sus egresados demoran mucho o poco en encontrar trabajo y cual es el nivel de remuneraciones que alcanzan.

[cita]Lo que dificulta el análisis, la discusión e incluso el apoyo más decidido a las iniciativas es la ambigüedad que aún se percibe respecto al proyecto global. En vez de presentarnos ese “gran diseño”, el Mineduc ha optado por ir haciendo anuncios puntuales sucesivos (o “tips”, como dicen los expertos en marketing).[/cita]

Sin embargo, si la información que se entrega es sólo esa (suponiendo que la calidad de esa información es fidedigna), existe el riego de que las universidades que reciben estudiantes de menor capital cultural, tiendan a ser excesivamente “castigadas” por el mercado, dado que es totalmente esperable que sus egresados tengan una inserción laboral menos exitosa que aquellos que provienen de hogares mejor dotados  culturalmente y ubicados socialmente.

Uno de los incentivos perversos sería, para resumirlo, que las universidades intentarían privilegiar la captación de estudiantes de “la cota mil” de la que nos hablaba el Padre Felipe Berríos hace algunos años. Y esto, simplemente porque los jóvenes de los sectores más acomodados, dada la estructura social chilena, tienen mejores oportunidades en el mundo del trabajo, independientemente de la calidad de la educación que reciban.

Tener una mayor proporción de esos jóvenes, permitiría a las universidades mejorar los indicadores que observarían los postulantes y sus padres al momento de la elección.  Por el contrario, el estudiante proveniente de sectores sociales menos favorecidos, aquel de redes sociales más débiles, pasaría a ser un “cliente de riesgo”, menos apetecido, pues podría “bajar los índices” de calidad de la inserción laboral post egreso de su universidad. De ahí a la segregación hay sólo un paso.

El sistema de señales debe apuntar a que los postulantes prefieran aquellas Universidades que, gracias a una gestión académico-docente de calidad,  logran el mayor “salto” entre la condición de entrada de sus estudiantes y la calidad de su inserción profesional luego de su egreso. Necesitamos que el sistema premie a las universidades más eficaces en la formación y no a las más eficaces en la selectividad.

Si hay algo que no necesitamos es que la educación superior se vuelva a elitizar. Por el contrario, uno de los avances que necesitamos consolidar es que la gran mayoría (70%) de los actuales estudiantes universitarios es “primera generación” que accede a este nivel en su familia.

En este sentido, creo que vale la pena renunciar a la comodidad de simplemente “transparentar información” de inserción laboral y animarse a construir indicadores adecuados de eficacia, que incorporen la “agregación de valor” del proceso educativo.

Creemos que es fundamental que, como en este ámbito, el diseño concreto de las distintas iniciativas planteadas pueda ser discutida técnicamente, incorporando a diversos actores, para que se puedan obtener los mejores frutos.

Finalmente, como en muchos otros ámbitos, es necesario distinguir entre la pertinencia de las medidas anunciadas y su capacidad de resolver los desafíos de fondo. En mi opinión, estas directrices del MINEDUC son correctas en cuanto a su orientación y pertinencia, pero resultan aun insuficientes, tomadas aisladamente, para ilusionarnos con cambios sustanciales en la calidad de nuestro sistema educativo en un plazo razonable.

En ese sentido, habría sido preferible que estos anuncios hubieran sido acompañados de información más precisa respecto a los montos de inversión involucrados y a los objetivos buscados. ¿Cuál es el impacto esperado de estas medidas? ¿en qué plazo vamos a lograr qué metas? Lo que dificulta el análisis, la discusión e incluso el apoyo más decidido a las iniciativas es la ambigüedad que aún se percibe respecto al proyecto global. En vez de presentarnos ese “gran diseño”, el MINEDUC ha optado por ir haciendo anuncios puntuales sucesivos (o “tips”, como dicen los expertos en marketing), de medidas parciales.

Uno de los problemas de esta estrategia comunicacional es que impide tomar acuerdos políticos transversales que permitan enfrentar uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de la educación: la necesidad de enormes inversiones cuyos frutos toman muchos años en hacerse realidad. Solo un gran acuerdo país nos permitirá dar los pasos correctos con la audacia requerida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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