Publicidad

Libertad de expresión y ofensas a la religión

El integrismo laico se caracteriza por negar toda relevancia pública a la religión y, por tanto, el Estado cumpliría con su obligación con sólo dejar que uno tenga una creencia, pero no garantizando el ejercicio libre y el respeto de la misma, por no ser estos temas importantes para la convivencia democrática.


A propósito de la decisión del Consejo Nacional de Televisión de levantar cargos contra el programa “El Club de La Comedia”, por parodias a la figura de Jesús, es que surge nuevamente la discusión sobre los límites de la libertad de expresión.

Una postura señalada por varios articulistas y algunos dirigentes políticos, se puede resumir en la frase ampliamente citada del profesor Carlos Peña: “El deber del Estado no es proteger las creencias de la gente, sino su derecho a tenerlas”.

Esta idea -de una enorme simplificación-, demuestra una visión para nada original y que algunos autores han llamado la “Concepción Integrista de la Laicidad” o más concretamente el “Integrismo Laico”, del cual el profesor Peña es un fiel representante.

El integrismo laico se caracteriza por negar toda relevancia pública a la religión y, por tanto, el Estado cumpliría con su obligación con sólo dejar que uno tenga una creencia, pero no garantizando el ejercicio libre y el respeto de la misma, por no ser estos temas importantes para la convivencia democrática.

[cita]Si alguien se quiere calificar  de “liberal” más allá de una simple pose que “vende” y cae bien, debe ser consecuente con uno de los objetivos más importantes de una democracia liberal, esto es la convivencia pacífica y de respeto mutuo entre todos sus ciudadanos.[/cita]

A esta visión castrada y minimalista de la democracia, se debe oponer la visión de un Estado verdadera y plenamente democrático, que sin hacer referencia a la verdad o no de las distintas creencias religiosas, las trata con verdaderos criterios de “justicia política”. Es decir, un Estado que no se cierra a la presencia de la dimensión religiosa de la existencia humana, de modo que reconoce su valor desde el punto de vista social en la construcción del bien común.

Así entendida, la religión es aceptada como parte de la realidad y del patrimonio social y cultural del país, por lo que su práctica y respeto forman parte del bien común que el Estado democrático intenta construir, reconociendo no sólo la función civil de la religión sino también su influencia legítima en lo público.

Concretamente, en el caso de “El Club de la Comedia”, estamos ante la colisión del derecho a la libertad de expresión (en su forma de representación artística) con el derecho a la libertad religiosa (en su aspecto de respeto a los sentimientos religiosos) de una parte importante de la población.

Como todo derecho fundamental, la libertad de expresión no es un derecho absoluto, tiene límites que nacen de su necesaria convivencia con otros derechos fundamentales también reconocidos y amparados por el Estado democrático. Uno de esos límites debe ser el respeto a los sentimientos religiosos, así como lo son también el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, pues todos ellos tienen un mismo fundamento, que no es otro que la dignidad de la persona, toda vez que dichas creencias ocupan -para muchos- un lugar de gran importancia en su vida e incluso la definen en gran medida.

Así lo ha entendido, por el ejemplo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que conoció por primera vez de este tipo de colisión de derechos en 1994 en la conocida sentencia “Otto Preminger Institut contra Austria”, de septiembre de 1994, en donde señaló que en una sociedad democrática “puede juzgarse necesario sancionar, e incluso prevenir, ataques injuriosos contra objetos de veneración religiosa, siempre que la sanción sea proporcionada al fin legítimo perseguido.

Como lo ha señalado el propio Parlamento Europeo a raíz del conflicto de las llamadas caricaturas de Mahoma -en el año 2005 un diario danés publicó caricaturas de Mahoma que causaron gran molestia en el mundo musulmán-, “la libertad de expresión debe ejercerse siempre dentro de los límites que marca la ley y debería coexistir con la responsabilidad y el respeto de los derechos humanos, los sentimientos y convicciones religiosas, independientemente de que se trate de la religión musulmana, cristina, judía o cualquier otra”.

Incluso si vamos mas allá de las razones jurídicas para el respeto a las creencias religiosas de otro, debemos señalar que toda sana convivencia democrática  exige necesariamente un clima de respeto para con los otros. Así, el programa “El Club de la Comedia”, en definitiva, muestra una falta total de mínima sensibilidad humana. El derecho a la libertad de expresión no es un derecho a insultar, a menospreciar en forma totalmente gratuita a otro.

Una cosa es debatir ideas, cuestionar o criticar dogmas o doctrinas religiosas, desarrollando objeciones razonadas (propio de la libertad de expresión), pero otra cosa muy distinta es el insulto gratuito y con el sólo fin de ofender las creencias de otro.

Así, como muchos gritan al cielo ante ataques o faltas de respeto para ciertas minorías o razas, me gustaría ver esa misma consecuencia para gritar al cielo en contra de los ataques e insultos a las creencias religiosas de otros. Si alguien se quiere calificar  de “liberal” más allá de una simple pose que “vende” y cae bien, debe ser consecuente con uno de los objetivos más importantes de una democracia liberal, esto es la convivencia pacífica y de respeto mutuo entre todos sus ciudadanos. De lo contrario, sólo serán exponentes del “Integrismo Laico”, tan equivocado y nefasto como los son todos los integrismos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias