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Editorial: Imagen y rescate

Nunca resulta saludable la existencia de sólo una versión oficial –en este caso de las imágenes-, en lo que constituye un afán de control desmedido por parte de la autoridad, que no deja de evocar tiempos pasados.


Implementar una campaña de promoción internacional de la imagen del país, como la que espontáneamente proyectó el exitoso rescate de los mineros, vale diez mil millones de dólares, según dijo el Presidente de la República en su gira europea. Ello torna insignificantes los 30 millones de dólares que costó el rescate. Y si de algo sabe el Presidente es de costos y rentabilidad.

Los asesores de imagen corporativa y marketing político, tanto privados como del  gobierno, han corroborado las palabras del Presidente Sebastián Piñera, realzando el impecable gesto técnico de todo el proceso de rescate,  principalmente los cálculos de ingeniería y la voluntad para asumir riesgos.  La frase “haga que este sea el camino de Chile” del mensaje enviado por Barack Obama al Presidente, significa que tanto la minería como los recursos humanos e institucionales del país valen, desde el punto de vista simbólico, más que hace un par de semanas.

Hasta ahí perfecto. Se trata de mostrar la justa alegría y el orgullo nacional por haber rescatado con vida a los 33 mineros, luego de 70 días de encierro a 700 metros de profundidad bajo tierra. Y aprovechar el aumento del valor de los bienes intangibles de nuestro país, característica propia de la economía moderna.

[cita]Conviene adoptar una actitud mesurada y reflexiva también en el tratamiento político de todo el proceso, pues en sus fases previas tuvo destellos nítidos de control mediático oficial, lo que es más propio de los populismos autoritarios que de una democracia bien asentada y con plena libertad de prensa.[/cita]

Sin embargo, conviene ser mesurado toda vez que el accidente, si bien es un hecho de la naturaleza, desnudó la enorme precariedad laboral en uno de los sectores de punta de nuestra economía, y mostró como la acción humana sin control es la antesala del desastre.

En segundo lugar, conviene adoptar una actitud mesurada y reflexiva también en el tratamiento político de todo el proceso, pues en sus fases previas tuvo destellos nítidos de control mediático oficial, lo que es más propio de los populismos autoritarios que de una democracia bien asentada y con plena libertad de prensa.

Respecto del primer aspecto, prácticamente sin excepción, la mayoría de los mineros rescatados viven en zonas degradas o muy pobres, independientemente del nivel educacional que algunos han alcanzado o a que, como ellos mismos definieron, “pudieran sentarse en cualquier mesa de Chile”.

No solo su empleo o sus  condiciones laborales son precarias, sino su vida misma, en el sentido más literal de la palabra. Y todavía no son los mineros más pobres. Los más pobres son los pirquineros.

Un país donde la ingeniería puede hacer lo que hizo en ese sector productivo, no puede tener condiciones laborales como las que quedaron en evidencia con el accidente de la mina San José. La cifra de 35* mineros muertos en accidentes durante el año 2009, es parte también del chilean way de la minería, la que no puede reducirse sólo a la ingeniería nacional.

Según la ONU la distancia entre un norteamericano de Seattle y un africano de Kinshasa es de 750 veces en relación a su calidad de vida. Esa cifra no puede existir entre un minero de Codelco y uno de la pequeña minería privada del país.

Por tanto la mesura en este caso es cuidar que la imagen resulte coherente, y no sea solo una cohetería de luces y esplendor que exprime como un limón los elementos positivos, y oculta o posterga aquellos negativos.

Precisamente por eso mismo, preocupan las restricciones a la información y sobre todo el férreo control de imágenes en el rescate -con acceso único y restringido a lo que se mostraba de la operación-, y que corrieron por cuenta del  equipo de comunicaciones del gobierno.

Nunca resulta saludable la existencia de sólo una versión oficial –en este caso de las imágenes-, en lo que constituye un afán de control desmedido por parte de la autoridad, que no deja de evocar tiempos pasados.

* Nota de la Redacción: Por un lamentable error que ya fue enmendado, la cifra que aparecía originalmente en este artículo daba cuenta de 350 fallecidos el año pasado, lo cual no se ajusta a los 35 casos contabilizados por el Sernageomin en 2009. El organismo detalló que, hasta 2008, se habían contabilizado 375 muertes de mineros en una década.

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