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Mujer y Pobreza


Señor director:

La dureza de los datos Casen Mujer 2009 nos dan ciertos indicios de cómo el género se manifiesta en la vida de las personas como una forma de desigualdad. Al examinar las cifras de pobreza de las mujeres chilenas, observamos que los hogares liderados por ellas se encuentran principalmente en la población pobre e indigente del país.  Y no sólo eso, sino que el porcentaje de jefas de hogar pobres e indigentes aumentó de manera importante desde el 2003 al 2009.  Sin embargo, el revuelo mediático causado por el aumento del porcentaje de pobres en Chile ha obscurecido la necesaria discusión sobre esta dimensión de la desigualdad de género en el país, que no sólo es (y siempre ha sido) mayor que los niveles de pobreza masculinos, sino cuya brecha ha aumentado de manera considerable.

Los estudios sociológicos nos muestran que las oportunidades abiertas a los individuos y sus trayectorias de vida están en gran medida condicionadas por jerarquías sociales –como la clase social o el género- que pueden facilitar o también imponer barreras a las personas para obtener recursos. Y las cifras muestran que las mujeres chilenas concentran menores recursos materiales.

Casi un 20% son pobres o indigentes y un 50% de familias con jefatura femenina se concentran en los dos quintiles más bajos de ingreso.  Si a ello le sumamos el hecho que el promedio del número de hijos es más alto en el quintil más pobre (un promedio de 2 hijos, versus 1.7 en el quintil más alto), nos encontramos con que la pobreza afecta a un gran porcentaje de mujeres, a un incluso mayor porcentaje de familias lideradas por ellas, y a un aún más importante porcentaje de niños.  Décadas de políticas sociales no han podido eliminar la persistente exclusión social que importa la pobreza, en especial, la femenina.

Una parte significativa del problema radica en que las mujeres tienen una baja participación laboral –que tendió a descender aún más entre los anos 2006 y 2009- y una alta tasa de desempleo.  Pero aún las que tienen empleo se concentran en trabajos de baja calificación y remuneración, de hecho, el servicio doméstico concentra a un 12% de la fuerza de trabajo femenina.  Las condiciones de participación de las mujeres chilenas en el mercado laboral –bajos sueldos e informalidad, por ejemplo- dan un indicio de porqué una jefa de familia incluso con trabajo a jornada completa pueda aún caer en niveles de pobreza e indigencia.

Y, en el caso de las jefas de hogar, hay que considerar que las dificultades para asegurar la contribución económica del padre de los menores a su cargo contribuye a la vulnerabilidad de sus familias, lo mismo que el medio ambiente –vecindario, escuelas, por ejemplo- en que se vive cotidianamente la precariedad. Considerar entonces que la pobreza está mediada por el género, la estructura familiar y por factores ambientales, y que además va más allá de tener escasos ingresos sino que implica también oportunidades negadas de desarrollo intelectual, biológico, y emocional, nos debiera indicar que los programas sociales para enfrentar la pobreza por la vía de transferencias monetarias puntuales, aunque necesarias, constituyen sólo la más básica estrategia para enfrentar la urgencia de la pobreza y no su solución.

(*) Claudia Mora, Doctora en Sociología,

Académica del Departamento de Sociología.

Universidad Alberto Hurtado

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