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El atasco de Obama

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Es de esperar que al igual que la Era Dorada, que desembocó en la Progresista, en la que sus líderes Theodore Roosevelt y Wilson fueron sus eximios timoneles, Obama o su sucesor logren convencer a la mayoría de sus conciudadanos que las realidades son más importantes que las creencias.


Las elecciones norteamericanas fueron muy distintas a las brasileñas. La participación fue bajísima. Las mujeres y las minorías bajaron su representación en la Cámara de Representantes por primera vez en décadas. Y se impusieron las creencias sobre las realidades, a saber, la supuesta excepcionalidad de América, así llaman los norteamericanos a su nación, un lugar sin igual en la historia de toda la humanidad -en palabras del senador electo Rubio-, debido a que es el único en que cada cual es dueño de su propio destino.

Esa diferencia se explica porque Brasil está en ascenso, se transformó de un país del futuro, en uno de los modelos del futuro, y su población es optimista y se siente interpretada por sus dirigentes. EE.UU., en cambio, después de llegar al cénit durante las casi dos décadas del momento unipolar, está en descenso, a partir de la implosión de Wall Street en septiembre de 2008.

El propio Obama en la India reconoció que una de sus tareas es ver como su país, desde una situación de crisis, puede responder a los desafíos de la globalización. Qué si bien seguía siendo la primera economía del mundo ahora debía competir con países como la India, China y Brasil. Y que en los EE.UU. hay una dura pugna entre los que ven a la globalización como una amenaza o una oportunidad.

La crisis afecta muy en especial a los varones blancos sin educación universitaria, que se aferran con desesperación a la mitología nacional cuyo origen es la teología primitiva de los puritanos, que poco o nada tiene que ver con la vida moderna. Las costas, en contraste, siguen firmemente asentadas en el sector financiero y en la tecnología de las comunicaciones, los índices de Wall Street volvieron a los niveles precrisis. Y Microsoft y Google siguen siendo estrellas de esa tecnología.

Inestabilidad política

Esa situación produce también inestabilidad gubernamental. En el pasado, los realineamientos entre los partidos, de mayoría a minoría y viceversa, eran a largo plazo. Ahora, la ciudadanía entró en un período de turbulencias, con cambios muy rápidos de opinión, una demostración de desconcierto. Ello no ocurría desde la llamada Era Dorada, a fines del siglo XIX, una época de cambio económico y social gigantesco, en que el sistema político fue tan volátil que se atascó.

[cita]Es de esperar que al igual que la Era Dorada, que desembocó en la Progresista, en la que sus líderes Theodore Roosevelt y Wilson fueron sus eximios timoneles, Obama o su sucesor logren convencer a la mayoría de sus conciudadanos que las realidades son más importantes que las creencias.[/cita]

El 2006, en la elección de mitad de mandato de la segunda administración Bush, los demócratas desbancaron a la mayoría republicana en ambas ramas del Congreso después de 12 años. El 2008, desplazaron a los republicanos de la Presidencia, por primera vez con un afroamericano, y reforzaron esas mayorías.

Hoy, dos años más tarde, en la mitad del mandato de Obama, los republicanos recuperaron la mayoría en la Cámara de Representantes, a lo menos 61 bancas cambiaron de color, aunque sin lograr las 257 que eligieron los demócratas el 2008. Y en el Senado, que se elige por tercios, quedaron en minoría pero acortaron la distancia.

Movilización conservadora

¿Cómo se produjo ese resultado? En toda elección en la mitad de un período presidencial los votantes son menos que cuando se elige también Presidente, razón por la cual en la elección de la Cámara de Diputados disminuyó el número de votantes entre el 2008 y el 2010 de 117 a 86 millones de sufragios aproximadamente, lo que significa que votan sólo los más motivados y militantes.

En esta oportunidad, los republicanos se movilizaron más que los demócratas. Hace dos años, los votantes de más de 65 años de edad, que votan más por los republicanos, fueron el mismo porcentaje de los menores de 30 años, que votan más por los demócratas, 20% del electorado, respectivamente. Ahora, los primeros superaron a los segundos en una proporción de 2 a 1 (23% versus 11% de los sufragios).

También disminuyó la participación de los afroamericanos. Del electorado tradicional demócrata el único segmento que aumentó su participación fue el hispano, motivado por el problema de la inmigración, gracias a lo cual mantuvieron la mayoría en el Senado con victorias en los estados de Colorado, Nevada y California, en este último con una votación récord, el 22% de los votantes.

Además, los republicanos conquistaron a la mayoría de los votantes independientes, que son los menos comprometidos en política, a pesar de que el 58% de ellos tiene una opinión desfavorable de ese partido, y el 57% también del demócrata. Y enfocaron su campaña en los distritos que habían sido representados por su partido hasta el 2006 o que votaron por Bush el 2000 o el 2004 y que estaban en manos demócratas, 55 y 83, respectivamente, muchos de los cuales son los mismos.

Como de costumbre, tuvieron una caja electoral superior a la demócrata, que esta vez se incrementó gracias a la resolución de la Corte Suprema, con mayoría conservadora, que permitió a terceros y a los grupos de presión a gastar sin límites en las elecciones.

Hace cuatro años, en la elección anterior de mitad de mandato, los candidatos y sus amigos gastaron 2,8 mil millones de dólares en 86 millones de votos, US$ 33 por cada uno. Esta vez, aunque no se tienen todavía las cifras definitivas, ese gasto se calcula que fue de US$ 4 mil millones, es decir, un mínimo de US$ 43 por votante.

Y el resultado fue que, en el último cuadrienio, se invirtió una mayoría demócrata a republicana de aproximadamente seis puntos porcentuales, en las elecciones de la Cámara de Representantes de mitad de período presidencial.

El problema fue la economía

La motivación esencial del incremento del voto republicano fue la economía, el desempleo sigue muy alto, 9,6%, y muchos han perdido sus viviendas porque no pueden pagar las hipotecas. La explicación del gobierno de que sin sus políticas la situación sería peor fue claramente insuficiente. La mayoría de los norteamericanos esperan soluciones instantáneas y, aunque desconfían del gobierno, lo responsabilizan de sus problemas económicos cuando el mismo partido que está en la Casa Blanca controla el Capitolio.

A lo cual se sumó una flamante organización populista de derecha, el Tea Party Patriots (que podría traducirse en nuestro país. como los patriotas de la batalla de Rancagua), de la cual declararon tener una buena opinión el 40% de los que votaron. Se trata de una entidad bastante desorganizada y confusa que suma a todos los que están furiosos con el gobierno, en especial a los libertarios, los anarquistas de la derecha, que rechazan además del Estado a la ayuda mutua ciudadana de los ácratas, y a parte importante de la clase media baja blanca que perdió trabajo, vivienda y crédito como consecuencia de la crisis.

Tras esa razón y organización está el temor a una disminución permanente de los niveles de vida de esos trabajadores manuales, en razón tanto de los avances tecnológicos como de la competencia internacional en el sector manufacturero. Los cementerios industriales son una realidad en EE.UU. Y esos avances y competencia ahora amenazan extenderse a los servicios.

Con todo, esos cambios en la estructura económica del país son consecuencia de un proceso que se inició en el decenio de 1970, pero que fue compensado con el ingreso masivo de la mujer al mercado de trabajo, primero, a lo que se sumó después la explosión del crédito que la actual crisis eliminó.

La demagogia populista

Sin embargo, los demagogos de la derecha responsabilizan a las élites de todo tipo, «no estudié en Harvard, soy como tú», fue una de las consignas; a los inmigrantes ilegales, que les quitarían trabajo, encarecerían los servicios sociales y bajarían los salarios; a la competencia desleal de terceros países, en especial de China; al exceso de gobierno que con medidas anticíclicas disminuiría el crecimiento económico y favorecería a los banqueros; a la asistencia social a los que no trabajan, que identifican con las minorías, etc.

En otras palabras, son a la vez xenófobos, populistas, racistas, enemigos del Estado y proteccionistas. Y el tea party patriots obtuvo sonados triunfos, pero también dolorosas derrotas.

En ese contexto, la representación demócrata de los blancos del sur profundo (Louisiana, Alabama, Mississippi, Georgia, South Carolina) en la Cámara de Representantes casi desapareció, bajó de 7 a 1 banca. A lo que se sumó que entre los trabajadores manuales blancos no sindicalizados los republicanos superaron a los demócratas, 68% a 31%; en los sindicalizados fue al revés, pero solamente son el 7% del total. Y ese bloque de votantes tiene especial peso en el oeste medio, la zona más afectada por la desindustrialización, y ahora por la crisis económica.

La consecuencia de ese conjunto de factores fue una notable baja de la diversidad en la Cámara de Representantes. De los 109 nuevos diputados, solamente 12 son mujeres y 10 de las minorías.

Con todo, los votantes no son muy coherentes. A la pregunta de quien era responsable de la crisis contestaron, en orden decreciente: Wall Street, Bush y Obama. Curiosamente, de la mayoría que opinó que era Wall Street, el 56% votó republicano y el 42% demócrata.

El Estado invisible

Uno de los problemas mayores del sistema norteamericano para enfrentar el presente es que la acción económica y social del Estado no es parte del discurso público. La panacea para todo es un individualismo sin concesiones, el libre mercado y la libre empresa, y los seguros sociales se justifican como seguros privados. Por ello, por ejemplo, en las manifestaciones del Tea Party en contra de la ampliación del seguro de salud que impulsó Obama hubo carteles con la leyenda «Washington (léase, gobierno) fuera de mi seguro de salud», pese a que es un seguro estatal.

No obstante, incluso líderes de empresas como Google o IBM reconocen en público que la inversión en investigación e innovación que hace el Departamento de Defensa es vital en su propio desarrollo. Recordemos que el horno microonda, los aviones jet, internet y el GPS, entre otras cosas, tuvieron esas semillas.

Muchos electores creen además la afirmación populista de que bajar los impuestos aumenta el ingreso fiscal, y de paso el empleo, al incrementar la actividad económica. El mayor cuento del tío en la historia política norteamericana, la propia práctica durante la administración Reagan demostró que era una falsedad.

El mañana: crispación política y atasco gubernamental

¿Qué ocurrirá mañana? En política exterior no habrá muchos cambios, es facultad del presidente, aunque la bolsa la maneja el Congreso. En política nacional existe el veto presidencial y los demócratas todavía son mayoría en el Senado. A lo que se suma que una Cámara con mayoría opositora que no negocia puede ser muy impopular, como ocurrió en la segunda mitad del primer período de Clinton.

Obama de inmediato, y en una larga conferencia de prensa, reconoció una derrota humillante, que no había escuchado suficientemente las voces de la ciudadanía desde su elección, que lo encerró en la Casa Blanca, y le tendió la mano a los dirigentes republicanos de la Cámara de Representantes para encontrar consensos que ayuden al país y a la recuperación económica.

Así comenzó la danza, y ambos partes, la Casa Blanca y los republicanos, tienen la experiencia de la segunda parte del primer período de Clinton, quien sufrió un percance todavía peor. En la elección de mitad de mandato perdió la mayoría en ambas Cámaras, y en la de Representantes, los demócratas pasaron a ser minoría por primera vez en 40 años. Sin embargo, Clinton logró ser reelegido al aprovechar con inteligencia la obstrucción opositora, junto con ceder en algunas cosas.

A pesar de ello, tal vez por la influencia del Tea Party Patriots, los líderes republicanos declararon de inmediato que pretenden derogar la reciente reforma sanitaria sin tener los votos para hacerlo. Si continúan con esa estrategia, están condenados al fracaso. Los extremistas no siempre son populares, como lo demostró en Alaska el candidato republicano que apoyó Sarah Palin, quien perdió ante una independiente que era la senadora republicana.

El Tea Party por lo demás puede llegar a ser un lastre para los republicanos por un extremismo incoherente. Su ala libertaria choca con los militaristas y la populista con Wall Street, los clubes de golf y los grupos de presión de los negocios, cuyas oficinas se agrupan en la calle K de Washington, todos ellos territorios republicanos. Y un dolor de cabeza en las primarias de la elección próxima; recordemos que tres cuartas partes de los votantes republicanos manifestaron tener una buena opinión de ese grupo.

El muy probable intento de los dirigentes republicanos de cooptar al Tea Party y la derrota de varios congresales demócratas conservadores puede crispar y atascar el sistema político por los próximos dos años, lo que retardará la adaptación de los EE.UU. a los nuevos tiempos, pero facilitarán la reelección de Obama.

Es de esperar que al igual que la Era Dorada, que desembocó en la Progresista, en la que sus líderes Theodore Roosevelt y Wilson fueron sus eximios timoneles, Obama o su sucesor logren convencer a la mayoría de sus conciudadanos que las realidades son más importantes que las creencias. Y que entramos a un mundo en que la regla de oro de la convivencia es, en el caso de que sea imposible un acuerdo, «chacun à son goût».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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