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Ni mejor educación del ciudadano, ni mejora de los aprendizajes

Luis Ossandón V.
Por : Luis Ossandón V. Doctor en Historia de la Universidad Católica, especialista en Didáctica de la Historia y las Ciencias Sociales. Académico de la Universidad Católica Silva Henríquez.
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Castigar unas asignaturas en función del lenguaje y el pensamiento abstracto es un error garrafal, porque no podemos pensar que aprender a comunicar se pueda hacer prescindiendo de la cultura en un sentido amplio.


La verdad no me extraña la decisión del Ministerio de Educación respecto de los aumentos y reducciones de horas en el curriculum nacional. Desde hace ya bastante tiempo la educación chilena viene sufriendo una hipertrofia preocupante.

Aquella obsesión por la mejora de resultados en pruebas estandarizadas, nacionales e internacionales, ha consumido páginas y páginas de la prensa, a la vez que ha gatillado sesudos estudios que tratan de identificar las variables que podrían incidir en la mejora de resultados (unas veces al borde del sentido común y otras del absurdo). Y digo mejora de resultados, porque no es ni mejora de los aprendizajes ni mejor educación del ciudadano. Se trata más bien de una versión caricaturesca de lo que la sociedad en su conjunto espera del sistema escolar.

Asegurar externamente la calidad no hace más que modificar las formas, pero no el fondo de lo que pasa en las escuelas. Si bien aún falta conocimiento sistemático sobre ello, hay muchas señales de que la mejora de los resultados en pruebas como el SIMCE no es más que la consecuencia del entrenamiento para la prueba.

[cita]Castigar unas asignaturas en función del lenguaje y el pensamiento abstracto es un error garrafal, porque no podemos pensar que aprender a comunicar se pueda hacer prescindiendo de la cultura en un sentido amplio.[/cita]

Y en esta misma lógica, ahora nos encontramos frente a la legalización de una práctica ya instalada en muchas escuelas, la exacerbación de la importancia de algunas asignaturas por sobre otras. Más claro echarle agua: volvemos a las concepciones decimonónicas de cálculo, lectura y escritura. Lo demás, es prescindible.

Así las cosas, a partir del próximo año las autoridades han decidido que los chilenos seamos más pobres como seres humanos y como sociedad;  reducidos en nuestras capacidades para reflexionar, debatir, discrepar y transformar las condiciones de la propia existencia. Dicho de otro modo, sujetos más dóciles, mejor entrenados para el logro de resultados en un conjunto reducido de metas a ritmo vertiginoso (y bueno, que algo tenga ritmo, no significa, necesariamente, que tenga swing).

El caso de la enseñanza de la historia, la geografía y las ciencias sociales es de lo más preocupante. Esta asignatura ya carga con un “sobrepeso” de contenidos que impide reflexionar y aprender a pensar históricamente. Con esta reducción, las posibilidades de que el estudio de la Historia sirva  para adquirir perspectiva sobre nuestro devenir, se reducen prácticamente a cero. Volveremos a jugar entonces a quién tiene más memoria y quién puede recitar, sin equivocar ni repetir, una larga lista de fechas. En los hechos, esto implicará reducir la asignatura a un canal de transmisión de datos, los que habrá que empaquetar y asfixiar hasta tornarlos en cultura muerta, sin sentido, funcional a la próxima prueba que haya que rendir.

Vayamos olvidándonos entonces del esfuerzo de construir una ciudadanía “crítica y responsable”, como se señala en el marco curricular. Castigar unas asignaturas en función del lenguaje y el pensamiento abstracto es un error garrafal, porque no podemos pensar que aprender a comunicar se pueda hacer prescindiendo de la cultura en un sentido amplio. Tampoco creyendo que las matemáticas estén fuera de la vida social, muy por el contrario, existen justamente para resolver los problemas que como sociedad tenemos en este plano. El lenguaje y las matemáticas tienen una impronta ética y política profunda, quien no la vea, poco entiende de educación.

En definitiva, creo que estamos frente a una medida que allana el camino hacia un curriculum en esencia pobre, pragmático y funcional a metas irrelevantes; sí, irrelevantes porque en última instancia lo que se está buscando es creer que mejorar la calidad de la educación chilena se concreta a través de un tablero de control de indicadores estadísticos. Pero la realidad dice que el propósito principal de ir a la escuela es poder contar con las herramientas necesarias para desplegar nuestras capacidades como ciudadanos en todas las esferas de nuestra vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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