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El entretiempo del partido de Piñera con RN y la UDI

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Es generalizada la percepción de que los errores del Presidente generados por su hiperactividad sin prioridades precisas, y su adicción a los indicadores de popularidad de las encuestas, le llevaron a un cambio de gabinete que no soluciona el problema de fondo, y además demuestra que no hay nada innovativo en su decisión: hacer saltar fusibles ministeriales.


Tiempo político es lo único que puede proporcionar el cambio de gabinete al Presidente Sebastián  Piñera, y solo de manera circunstancial. El problema de fondo, esto es la falta de un diseño político en La Moneda, capaz de sostener el tipo de dinámica presidencial en el ejercicio del poder, continuará siendo el déficit del gobierno.

Analizados uno a uno, los cambios no suman coherencia política ni clarifican un derrotero estratégico. Por el contrario, introducen actores políticos laterales fuertes, Allamand y Matthei, que seguramente serán una presión para el tándem político central compuesto por Rodrigo Hinzpeter, Ena Von Baer y Cristián Larroulet.

El cambio de gabinete se vio acelerado tanto  por los problemas acumulados en el ministerio de Defensa, que terminaron con la renuncia anticipada del ministro,  como por la virulencia de la crisis del gas en Magallanes.

Este último hecho, transformado en el símbolo  de la falta de prolijidad política de La Moneda, escaló en intensidad durante la  ceremonia misma del cambio de gabinete, demostrando que no se aprende ni a palos,  cuando al término del mismo, el ministro del Interior anunció la aplicación de la Ley de Seguridad Interior a los dirigentes del movimiento.

[cita]La forma de comunicar el endurecimiento del gobierno es prácticamente un rayado de cancha del ministro del Interior, que le entrega al nuevo ministro un conflicto en una ciudad prácticamente sitiada por el nivel central, y sin poder de decisión sobre los mecanismos de fuerza y la “autoridad del gobierno”.[/cita]

Así, el ingreso de Lawrence Golborne como flamante nuevo ministro de Energía se pone cuesta arriba y se transforma en un duro escollo de su popularidad política. La forma de comunicar el endurecimiento del gobierno es prácticamente un rayado de cancha del ministro del Interior, que le entrega al nuevo ministro un conflicto en una ciudad prácticamente sitiada por el nivel central, y sin poder de decisión sobre los mecanismos de fuerza y la “autoridad del gobierno”. Es decir, un vocero técnico.

Según fuentes cercanas a La Moneda el ministro de Energía saliente, Ricardo Raineri, le habría planteado al presidente en  varias oportunidades que la medida generaría protestas y que se debía pensar bien. Sin embargo el alza fue visada por el Presidente sin que fuera sometida a un análisis más detallado con su equipo político sobre posibles escenarios, razón por la cual se les fue de las manos.

Es generalizada la percepción de que los errores del Presidente generados por su hiperactividad sin prioridades precisas, y su adicción a los indicadores de popularidad  de las encuestas, le llevaron a un cambio de gabinete que no soluciona el problema de fondo, y además demuestra que no hay nada innovativo en su decisión: hacer saltar fusibles ministeriales.

Andrés Allamand y Evelyn Matthei, las dos personalidades políticas que ingresaron al gabinete, son abiertamente un escozor para el estilo del primer mandatario. Es verdad que lo hacen a ministerios complejos y acotados, pero la necesidad crea el órgano, y el déficit de política existente en La Moneda los llevarán rápidamente a un papel protagónico.

Para un gerente como es Sebastián Piñera, con fuerte independencia de los partidos, tenerlos a ambos en el gabinete neutraliza muchas críticas de su sector y a ellos mismos los disciplina. Pero son muy independientes y con agenda propia y es probable que rápidamente, aunque sea de manera implícita, van a desafiar el poder de Rodrigo Hinzpeter, ejecutor político del Presidente en el gabinete, generando un tipo de tensiones hasta ahora ausente en La Moneda.

Aunque al Presidente no le gustan las reuniones de gabinete (ha realizado cinco o seis en los 10 meses de mandato) y prefiere el trabajo bilateral, la complejidad de la agenda de un año políticamente muy largo y donde está obligado a exhibir las prioridades básicas, debieran obligar a un trabajo más en equipo. Cómo reaccionará el titular de Interior a este desafío no se sabe, pero su rayada de cancha a Golborne, el hombre más popular del gabinete, da para pensar pues más parece una advertencia de disposición de lucha para el resto de los ministros, que un acto de apoyo al nuevo titular de Energía.

En el cambio de gabinete la duda que queda son las razones por las cuales fue reemplazado el ministro de Transportes, Felipe Morandé. La tardanza para encontrar un nombre, que termina teniendo más o menos las mismas características del saliente, inducen a pensar en una decisión intempestiva y poco meditada.

No cabe duda que el Transantiago es un problema de arrastre y que su estabilización le ha costado enormes esfuerzos políticos tanto a la Concertación como ahora al gobierno de Piñera. Y al parecer Morandé, más allá de su estilo académico y frío, lo estaba haciendo bien. Logró un acuerdo político para aprobar una ley de financiamiento adicional  que evitara una seguidilla de alzas de las tarifas durante el 2010, otro para la ley que aumenta las penas por infracciones y está terminado el primer trámite en el Senado de la ley que le da al ministerio mecanismos para intervenir y caducar los contratos en casos graves de incumplimientos,  entre ellos el no cumplimiento de las normas laborales. Todo ello en medio de cabildos ciudadanos para acercase a la gente, y el manejo de temas complejos como la quiebra de Transaraucarias.

Surge fuerte la hipótesis que lo que efectivamente le habría pasado la cuenta al ministro son los contratos que dejó firmados René Cortázar con los operadores y que fueron retirados por Morandé en julio de 2010 de la Toma de Razón en la Contraloría, por considerar que los cálculos en que se basaban estaban mal hechos y le significaban pérdidas multimillonarias al Estado de Chile.

La tardanza en el reingreso de esos contratos, tendría muy inquietos a los operadores del Transantiago, quienes piensan que una aprobación de la ley que acaba de ser despachada en el Senado sin que ellos estén legalmente aprobados, los dejaría en precarias condiciones. Por ello habrían contratado a un connotado estudio de abogados para presionar judicialmente al gobierno  el que tal vez tratando de evitar conflictos, esta vez con empresarios, habría decidido  cambio de ministro.

Una situación de esta naturaleza, que debiera quedar despejada en el corto plazo, haría claridad a la intempestiva salida del ministro y explicaría no solo la tardanza  para encontrar un nombre sino incluso el perfil del reemplazante, que en lo esencial, es tan lejano de los partidos políticos como el ministro saliente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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