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En marcha a un mundo post imperial: la confusión de EE.UU.

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Los roles se trastocaron, China pasó a ser el torero y EE.UU. el toro. Recordemos un pronóstico de Napoleón: cuando China despierte, remecerá al mundo. La regla de oro de la globalización en la marcha a un mundo post imperial es la reciprocidad.


La hegemonía occidental en el mundo durante los dos últimos siglos, una consecuencia del renacimiento y la revolución industrial, fue encabezada por dos imperios. Primero, por el británico, tradicional, administrado por la burocracia metropolitana, que gobernó las olas. Después, por EE.UU., una república, con dependencias con formas soberanas, y cuya supuesta excepcionalidad le obligaba a gobernar los cielos.

En Occidente (se incluye a Australia y Nueva Zelandia) vive un séptimo de la población. No obstante, genera dos tercios de la riqueza, del poder militar y de la inversión en investigación y desarrollo. Con todo, según los cables filtrados por wikileaks, ni siquiera los aliados más dependientes, como Israel, el rey saudí y el gobierno que impuso en Kabul, son obsecuentes con Washington. Una consecuencia de las guerras de Irak y Afganistán, más la implosión de Wall Street el 2008, que desvelaron el crecimiento vertiginoso de los emergentes (feo neologismo) en todo tipo de ámbitos, y de China, en especial, una de cuyas jóvenes, de 16 años, acaba de ganar el campeonato mundial de ajedrez femenino.

Sobre la forma que tendrá un mundo con EE.UU. y Occidente en descenso y Asia y los emergentes en ascenso hay un debate. Para algunos será un mundo multipolar. Para otros, también con actores no estatales, sin polos, como en el siglo XII. Es demasiado temprano para saberlo. Lo que sí está claro es que superamos el mundo unipolar y que los países emergentes comienzan a participar en los centros de poder, la sustitución del G-7 por el G .0 y la reciente gira de Li, el delfín chino, por Europa son buenos ejemplos.

¿Cómo se explica esta situación? Hay dos placas tectónicas en acción en las últimas tres décadas.

La primera se inició con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan, a la que siguió el colapso soviético, la consiguiente desaparición del comunismo y del socialcristianismo, y la conversión de la socialdemocracia a la tercera vía, es decir, el fin de la historia y un mundo unipolar, que llamamos también neoliberal y globalizado.

Vino la desindustrialización de los países desarrollados, hay excepciones, las más destacadas son Alemania y Japón. Llegó la era de los servicios y de la sociedad ingrávida del conocimiento. Las élites se felicitaron, la gallina ponía más huevos de oro sin mayor esfuerzo físico. Mientras tanto, los trabajos manuales, incluidas las fábricas, se traspasaron a países en desarrollo con mano de obra barata. Y los que no podían exportarse, los hacían también a bajo costo los inmigrantes ilegales.

[cita]Los roles se trastocaron, China pasó a ser el torero y EE.UU. el toro. Recordemos un pronóstico de Napoleón: cuando China despierte, remecerá al mundo. La regla de oro de la globalización en la marcha a un mundo post imperial es la reciprocidad.[/cita]

De lo que nadie se percató es que la inteligencia, dejada a su libre arbitrio en una sociedad consumista, se concentró en lo más rentable, los multiplicadores bancarios. Así la economía productiva se transformó en financiera. Por desgracia, los huevos de oro que puso ese sistema eran virtuales, es decir, tenían existencia aparente y no real. Lehman Brothers llegó a transformar un dólar real en 32 virtuales, pero lo supimos con la implosión de Wall Street.

La ciencia y la ingenería pasaron a un segundo plano. La dosis de planificación de la economía norteamericana, el presupuesto militar, dejó de serlo. Son muy distintas las consecuencias comerciales si el Pentágono desarrolla un nuevo avión de transporte o un pequeño bombardero teledirigido. Y los malabarismos financieros no son sustitutos.

Entretanto, gracias a la globalización, que incluyó la exportación de la producción fabril, las revoluciones industrial y tecnológica llegaron finalmente a China, la India y el Asia sudoriental. Cierto, un trabajador norteamericano sigue siendo cuatro a cinco veces más productivo que uno chino y 10 veces más que uno indio.

No obstante, según Maddison, el decano de las investigaciones estadísticas, entre 1980 y 2008 la productividad per cápita en China aumentó del 6 al 22 por ciento de la norteamericana y, la de la India, del 5 al 10 por ciento. Y China es hoy, según sea la medida utilizada, la segunda o tercera economía del mundo, se intercambia con Japón, y sustituyó a Alemania como primera exportadora. Si bien es cierto que en Asia hubo otros milagros económicos en la Segunda Posguerra, Japón, Corea y los dragoncillos, lo más sorprendente hoy es la velocidad de la convergencia de emergentes con desarrollados.

Como lo dijo Bernanke, el presidente del Banco Central estadounidense, a mediados de 2010 el producto real agregado de los emergentes estaba 41% por sobre el que tenían en 2005, en el caso de China, 70%, y en el de India, 55%, mientras que en el de los desarrollados era 5%. Es decir, para los primeros, la «gran recesión del 2008» fue un tropezón, y, para los últimos, una debacle. Por ello las previsiones de que la economía china alcanzará a la norteamericana el 2027 se adelantaron a una fecha hasta ahora indefinida. Con todo, hay que tener presente, como lo dijo Galbraith, la única función de las previsiones económicas es hacer a la astrología respetable.

Esa velocidad de la expansión económica asiática, y su rapidísima recuperación de la crisis reciente, transformó la caída de América del Sur por la crisis del 2008 en un resfalón. China es ahora el principal destino de las exportaciones para Brasil y Chile y el segundo para Argentina y el Perú. Y el primer abastecedor de importaciones de Paraguay y el segundo de Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y el Perú. La balanza comercial es bastante equilibrada.

Nuestras exportaciones a Asia son principalmente productos primarios y sus procesados. Nuestras importaciones, en cambio, son manufacturas de toda índole. Ese tipo de comercio produjo resquemores en nuestra región. No obstante, la demanda asiática por esos productos ha mejorado notoriamente nuestros términos de intercambio, y lo seguirá haciendo por un largo período. A ello se suma que habrá reindustrialización, a lo menos a Europa. Como dijo Sarkozy: «Francia no será un gran país si no tiene industrias», mientras que en EE.UU. los líderes industriales, al recuperar su importancia, se quejan de las restricciones.

Además, la exportación de recursos naturales a un alto precio puede transformarse, de una maldición en una bendición para el desarrollo en el largo plazo, siempre que las utilidades se inviertan con sabiduría. Es decir, en mejorar el capital humano, léase educación y capacitación, e infraestrutura, y en fomentar la innovación, según de la Torre, el economista jefe del Banco Mundial.

La segunda placa, es el conjunto de desaguisados de EE.UU. en el mundo en desarrollo, en especial en el Oriente medio, la principal fuente de petróleo.

Para hacer la historia corta, comenzaré con el derrocamiento orquestado por la CIA, para impedir la nacionalización de una empresa petrolera británica, del Premier iraní, Mossadegh, el gran demócrata de la región, en 1953. El jefe de la operación, adaptó para la ocasión el discurso de Marco Antonio en el Julio Cesar de Shakespeare. Este éxito desembocó en la revolución de los Ayatolas en 1979 y la primera teocracia shií, el ala protestante del Islam.

A ello siguió el financiamiento y abastecimiento de armas a la resistencia islámica a un modernizador gobierno secular prosoviético en Afganistán, que cometió la blasfemia de darle igualdad de derechos a las mujeres. La CIA se alió con el servicio de inteligencia pakistaní, un panal de integristas musulmanes, y el wahabismo saudí, entre ellos, Osama bin Laden. Derrotaron a los soviéticos, siguió el caos hasta que se impusieron los talibanes, que dieron refugio a Al Queda.

Poco después, los neoconservadores, llevaron a los EE.UU., como respuesta a los atentados del 2001 en Nueva York y Washington, a enzarzarse en las dos más largas guerras de su historia en Irak y Afganistán, ha tenido una cada cinco años desde la independencia, los campos de batalla de lo que llaman la guerra contra el terrorismo.

En esos conflictos asimétricos, como antes lo demostró Vietnam, ni el ejército expedicionario más poderoso de la tierra y con las armas más modernas, ahora inteligentes, como lo es el norteamericano, puede vencer a irregulares nativos, de una cultura diferente y que cuenten con el apoyo de la población, aunque el arma preferida de éstos sean las minas terrestres en envases de Coca Cola y se atrincheren invisibles en cavernas y conventillos.

Menos todavía cuando el gobierno impuesto por los extranjeros está totalmente corrupto por el narcotráfico, como lo indican los cables filtrados respecto de Afganistán. La resistencia de los talibanes cuenta también con el apoyo tribal fronterizo pakistaní. Washington presiona a Islamabad para que impida ese apoyo y, a la vez, bombardea esa región con aviones teledirigidos. Y esa expansión de la guerra puede desembocar en un golpe de estado musulmán integrista en Pakistán, país nuclear, y considerado por el 80% de los expertos norteamericanos en seguridad como el mayor peligro terrorista para su país.

Como si lo anterior fuera poco, el presidente Bush decidió derrocar a Sadam Husein, presidente de Irak, mediante una invasión. Antes, EE.UU. lo apoyó cuando se apoderó del gobierno de su país, desbancando a un supuesto líder procomunista, y en su guerra en contra de sus vecinos iraníes, en manos de los ayatolas. Esta nueva victoria estadounidense, elevó al poder a un gobierno shií, son mayoría en el país, por primera vez en un país árabe desde el siglo X. Y tiene obvios vínculos con Teherán. La resistencia suní y los conflictos étnicos en Irak todavía no se aplacan.

Además, EE.UU., según los cables filtrados, todavía no logra que su supuesto aliado regional, Arabia Saudí, impida los flujos de petrodólares a grupos islámicos extremistas con el pretexto de que son donaciones humanitarias.

Lo que todavía no entiende Washington es que ha abierto por primera vez dos cajas de Pandora en el Oriente medio, el integrismo suní, que acusa a occidente y a los cristianos de sitiar al Islam, y el shií, que los acusa de lo mismo, mientras se califican mutuamente de herejes y blasfemos. El terrorismo es la estrategia preferida en esos conflictos.

Obama ante un nuevo mundo

La política de Obama para enfrentar la crisis de la implosión de Wall Street, fue un keynesinismo primitivo, aumentar el gasto público, bajar las tasas de interés e incrementar la liquidez monetaria del sistema financiero. Esas medidas anticíclicas fueron consideradas insuficientes por varios destacados economistas demócratas. Por otra parte, los EE.UU., en contraste con la mayor parte de Europa, carece de amortiguadores sociales que aminoren la baja del consumo durante las crisis al impedir una caida brusca del poder de compra. Y desde hace tiempo, el gasto militar no tiene efectos secundarios económicos. El resultado, es una lentísima recuperación, que continuará con la Cámara baja ahora con mayoría republicana, que obligó a Obama a transar para mantener algunos estímulos económicos, mediante la conservasión de las rebajas de impuestos a los multimillonarios que estableció la administración Bush. Los compromisos fundaron EE.UU., dijo Obama.

En el escenario internacional, la elección de Obama fue recibida con entusiasmo generalizado. En contraste con el unilateralismo agresivo de Bush, durante la campaña electoral prometió conversar con y escuchar a los adversarios más hostiles y los asociados más reticentes. Empero no clarificó cual sería la práctica, ya que esa relación puede ser desde ingenua a reticente, intensa o mínima. Ahora lo sabemos, también por wikileaks. Y el director del programa asiático del Center for International Policy califica la política de la administración, que combina el poder «duro», la coerción, y el ‘blando», la negociación diplomática, como «Bush lite». Veamos algunos ejemplos.

En el caso de Irán, al comenzar la administración Obama hubo un intento de apertura, que no recibió respuesta. Después de muchos dimes y diretes, en mayo del año pasado, rechazó un acuerdo de Teherán con Brasil y Turquía para un intercambio de uranio con bajo enriquecimiento por combustible nuclear para los reactores iraníes, dentro de líneas antes propuestas por la ONU. En septiembre, hubo fuertes rumores de una acción militar de EE.UU. e Israel en Irán que, semanas más tarde, se esfumó.

Por ahora, parece que EE.UU. no va a cortar la cabeza de la serpiente iraní, como se lo pidió el rey Abdulá de Arabia Saudí. Y la razón parece ser que «armas de baja intensidad», un virus informático y sanciones económicas, han postergado el programa nuclear iraní. No se mencionan los misteriosos asesinatos en Teherán de científicos nucleares. Simultáneamente Washington propone un diálogo diplomático. Según observadores, al igual que Irán, EE.UU. sigue más de un camino, aunque temen que Teherán lo haga para ganar tiempo para tener la bomba A.

En el de Cuba, en que el conflicto tiene casi medio siglo, Obama hizo una apertura respecto a los viajes a la isla, pero no se pronunció, según los cables filtrados, respecto a una propuesta de Raúl Castro para establecer un canal secreto de negociaciones, que le transmitió el ministro de Exteriores de España, Moratinos.

En el de Corea del Norte, que la hostilidad tiene más de medio siglo, el diálogo es mínimo y por intermedio de agentes oficiosos. La razón sería que, según Washington, Pyongyang negocia, en un cuadro de seis países, recibe alimentos y ayudas y, a los pocos meses, vuelve a los ataques y construcción de plantas nucleares, y Obama querría terminar con ese ciclo.

Según el presidente Carter, uno de esos agentes, aunque es difícil entender las motivaciones de los norcoreanos, es posible pensar que sus acciones tienen por fin recordar al mundo que merece respeto. Y piensa que Washington debería contestar la insistente proposición de Pyongyang de negociar directamente la desnuclerización de la península y un tratado de paz que sustituya al acuerdo de cese del fuego de 1953 entre EE.UU., China y Corea del Norte.

Los conflictos en Iraq y Afganistán siguen vigentes. El problema es que la fuerza expedicionaria no tiene inteligencia humana. Es imposible infiltrar irregulares, cuya base son clanes, con modos de vida primitivos y que hablan dialectos árabes o pashtún (un persa antiguo). A lo que se suma que los norteamericanos son de gatillo fácil, como consecuencia de la cantidad de armas, incluso de guerra, en manos de civiles en EE.UU. y que tienden a separarse y atrincherarse cuando temen un peligro, recordemos los círculos de carretas apenas divisaban un indio en las películas del oeste. Por ello, Obama intenta traspasar los problemas a los gobiernos locales, difícil tarea después de haber abierto las cajas de Pandora de conflictos étnicos/religiosos.

La política de Obama de restablecer las negociaciones con Rusia, en cambio, tuvo pleno éxtio. Después de concesiones mutuas, también en otras materias, se concretó, después de casi dos décadas, un nuevo tratado de reducción de armas estratégicas/nucleares. Al parecer, el hábito de complejas negociaciones en los períodos de distensión durante la guerra fría y el consiguiente lenguaje conceptual común ayudan.

No ocurre lo mismo con China, a pesar de los esfuerzos de la actual administración de establecer una especie de G-2 y de que varios de sus miembros, incluido el Secretario del Tesoro (Hacienda/Economía), hablan chino mandarín. En la última cumbre del G-20 hicieron varias proposiciones que les parecieron razonables de acuerdo a su visión económica. Curiosamente la oposición la encabezaron Alemania y Brasil, que al parecer tienen otros conceptos económicos.

Los roles se trastocaron, China pasó a ser el torero y EE.UU. el toro. Recordemos un pronóstico de Napoleón: cuando China despierte, remecerá al mundo. La regla de oro de la globalización en la marcha a un mundo post imperial es la reciprocidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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