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Sorpresas imperiales

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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El resultado final depende en gran parte de la unidad de las FF.AA. Si hay descontento en los mandos medios, como lo indican los cables de wikileaks -lo que explicaría la fraternización entre soldados y manifestantes-, los días de Mubarak y sus generales estarían contados. La influencia de Washington se reduciría a los perdedores. Dentro de poco tendríamos un gobierno provisorio de unidad nacional.


La revuelta nacional en Egipto sorprendió a los gobiernos del mundo entero, en especial a los de El Cairo, Washington e Israel, incluidos sus servicios de inteligencia, que vuelven a demostrar que son poco inteligentes. Y Egipto es una pieza clave para la política norteamericana en el Oriente cercano. Nadie pensó que el fuego que se inició en la pequeña Tunicia -se dieron explicaciones locales-, provocaría un incendio en el mundo árabe. Como lo reconoció un alto funcionario de la administración Obama, hemos tenido múltiples reuniones sobre la situación en el Oriente cercano, pero nunca se planteó la inestabilidad en Egipto.

No es la primera vez que una sorpresa similar le ocurre a EE.UU. Recordemos al Shah de Irán, en cuyo régimen Nixon y Kissinger delegaron la estabilidad y seguridad regional, en especial de Israel, hasta que fue derrocado por un imprevisto levantamiento popular. Y de esa caída y evolución hacia el régimen de los ayatolas fue testigo Gates, entonces agente de la CIA, y ahora secretario de Defensa.

Curiosamente, el mismo día que en Camp David los presidentes de EE.UU., Carter, y de Egipto, Sadat, más el primer ministro israelí, Begin, construían el primer hito de esa alianza tripartita, el reconocimiento de Israel por el más influyente y poderoso país árabe, una matanza en Teherán era el comienzo del fin del sátrapa iraní.

En contraste, a mediados de la última década del siglo XX, una revuelta popular destituyó al dictador Suharto en Indonesia, a pesar de haber sido defendido por el presidente Clinton. Después de algunos tropezones, ese país es una democracia musulmana, al igual que Turquía a partir del 2002.

[cita]Si se la revuelta desemboca en esta última opción, repito la frase del presidente Kennedy: “Los que impiden un cambio pacífico, hacen inevitable un cambio violento”.  [/cita]

Egipto ha sido un país estable. Rara vez ha ejecutado a sus faraones, reyes o presidentes. Sin embargo, las revueltas populares no son desconocidas, desde la primera, hace más de 4 mil años, que puso fin a una dinastía, hasta la más reciente, en 1952, que terminó con una corrupta monarquía en nombre del nacionalismo árabe y que contó con el apoyo soviético.

Empero, Mubarak abusó. Es uno de los más longevos jefes de Estado en un país con una historia más que milenaria. Primero fue Ramses, más de mil años antes de Cristo, siete decenios; el segundo, Muhamad Alí, el fundador del Egipto moderno, cinco décadas a comienzo del siglo XIX. Y el tercero es Mubarak, que asumió el poder en 1981, con la promesa de serlo solo por dos períodos para tranquilizar y reconstruir el país después de tres décadas convulsas.

Pese a esas promesas, Mubarak, con una cónyuge codiciosa, de hecho se convirtió en presidente de por vida en un contexto de creciente corrupción y represión. Y cerró todos los escapes al sistema con una reciente elección parlamentaria -una gran farsa-, y la pretensión de que su hijo lo sucediera. No prestó atención, como sus dos predecesores, Naser y Sadat, al sentir de la población, y toda disidencia era una traición.

Si bien Egipto creció a un promedio de 5% anual en los últimos años, sigue siendo un Estado rentista, que vive de una modesta exportación de petróleo, de los derechos de paso por el canal de Suez, de las remesas de los trabajadores egipcios en los países petroleros árabes y de la ayuda norteamericana, US$ 1.500 millones por año, aunque casi el 90% es militar.  Y tiene un alto desempleo, cerca de 10%, que afecta en especial a jóvenes con cartones universitarios, pero no empleables. La edad promedio de la población es 24 años.

Para algunos observadores, Mubarak mexicanizó la dictadura militar egipcia. Transformó al partido de gobierno, Democrático Nacional, en una especie de PRI árabe. Y, como en algunos países latinoamericanas y Pakistán, sus FF.AA. son ahora importantes empresarios en las industrias electrónicas, de electrodomésticos, vestuario, aceite de oliva, construcción, hoteles y alimentos. Ese proceso, según cables de hace dos años publicados por wikileaks, produjo descontento en los mandos militares medios.

Tal vez por todo ello, desde que Turquía logró combinar democracia, islam y desarrollo el 2002, su crecimiento ha sido superior al egipcio, hasta la fecha, 370% vs 227% en el caso del PIB per cápita, a pesar de que partió desde un nivel más alto.

Desde el acuerdo de Camp David, la ayuda militar y civil de EE.UU. a Israel suma 100 mil millones de dólares y, en el caso de Egipto, 60 mil millones. Cada soldado egipcio -500 mil efectivos-, le cuesta por año al erario norteamericano 2.650 dólares aproximadamente.

Para los EE.UU. Egipto es la piedra angular de su política en la región, para mantener la estabilidad, manejar el conflicto árabe/israelí y el bloqueo de Gaza, permitir el flujo de petróleo, contener a Irán y a sus aliados (Hamas y Hezbolá), etc.

El resultado es que no ha habido guerras en contra de Israel, salvo escaramuzas con irregulares. Y que en el abastecimiento norteamericano para los conflictos de Irak y Afganistán tienen un rol crucial el canal de Suez y la base aérea al oeste del Cairo. También Egipto es vital en la provisión de combustibles a Israel.

Por cierto que hubo voces de alarma por la creciente corrupción autocrática de Egipto. Rice, secretaria de Estado de Bush, hizo una crítica pública al régimen de Mubarak y, en la administración Obama, según los cables de wikileaks, hubo presiones en privado, y el propio presidente habló en El Cairo sobre la amistad de su país con el mundo árabe, pero también de libertad y desarrollo.

El régimen egipcio no se inmutó, pensó que la dependencia era mutua y el futuro sin nubes. Y Washington no insistió, prefirió la estabilidad. En última instancia, ese tipo de régimen le era preferible a uno islamista extremista. Tanto es así que EE.UU. e Israel, cuando Hamas ganó las elecciones palestinas, crearon un mini Egipto en la ribera occidental del Jordán, una autocracia palestina, que vive de la generosidad, en especial, norteamericana.

La revuelta popular en Egipto

La chispa de las revueltas populares árabes en Tunisia, Egipto, etc. es la pérdida del control de la información por las autocracias. Por primera vez, hay una cadena de televisión independiente, Al Yazira (la península), con sede en Qatar, cuyos periodistas se formaron en la BBC. Informa todos los acontecimientos que interesan a la región, como los recientes sucesos en Tunicia y Egipto; y ahora es la favorita de la Casa Blanca (su versión en inglés puede verse en http://www.youtube.com/aljazeeraenglish). A la que se suman los celulares, el internet y las redes sociales.

La  muchedumbre movilizada por esa información cruza las líneas ideológicas. No es antinorteamericana, ni antisionista, ni antiimperialista. No denuncia a las nuevas cruzadas como los yijadistas. También supera las diferencias de sexo, edad, clase y religión, une a musulmanes y cristianos coptos, a mujeres en burka o en estilo occidental. O sea, es nacional, secular, democrática y plural. Protesta, pero es alegre. Y si bien la movilización es espontánea, acuna el renacimiento de la oposición, aplastada por la dictadura.

Los miembros del grupo de Facebook de Mohamed El Baradei, premio Nobel de la Paz, quien dirigió la Agencia Internacional de la Energía Atómica, tiene 240 mil miembros. El grupo de Facebook, Movimiento de jóvenes 6 de abril, que se organizó hace tres años para solidarizar con una huelga, tiene 90 mil miembros.  A ellos se suman la Hermandad Musulmana, una organización acusada de extremista, pero tolerada por el régimen, que tiene una fuerte implantación en las instituciones de beneficencia y sindicales. Hoy me recuerda más bien a una DC islámica, DI, como el partido gobernante en Turquía.  Más grupúsculos seculares, nacionalistas y socialistas, a los que ahora se suman una organización de los jóvenes en protesta en la plaza de la liberación y un Comité de Hombres Sabios.

Se hacen caminos al andar

El Washington Post calificó de lenta y torpe la reacción de Washington ante la revuelta popular egipcia. Para Leslie Gelb, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, la administración creó confusión al cambiar de discurso casi diariamente, hasta que en el último fin de semana la Secretaria de Estado se pronunció por una ordenada, pacífica y gradual transición a una verdadera democracia, y no a una falsa o ilusoria, teniendo presente, tanto las élites como los protestantes, las amenazas que se ocultan bajo la superficie, léase, la experiencia iraní.

La última declaración de Clinton cerró un círculo de diez días, que comenzó con la alabanza a la estabilidad de Egipto, la afirmación de que Mubarak no era un dictador, la necesidad de rápidas reformas políticas, que debían hacerse ahora, y que ahora era ayer.

Fueron precisamente esas opiniones discordantes las que llevaron a El Baradei, el símbolo de la protesta, a decir: «Si quiere saber por qué los EE.UU. no tienen credibilidad en el Oriente cercano, esa es precisamente la respuesta», primero, y a manifestar su desilusión con Obama, cuya elección aplaudió, después.

Mubarak, por su parte, nombró un vicepresidente, al jefe de inteligencia y compañero en una escuela militar soviética en la época de Naser, quien se declaró dispuesto a negociar con la oposición, y un nuevo gabinete. La policía se retiró de las calles, salvo del barrio donde vive la élite, y delincuentes fugados de las cárceles cometieron desmanes, lo que obligó la formación de comités civiles.

Al mismo tiempo, interfirió las transmisiones de Al Yazira y las comunicaciones electrónicas, cortó los caminos y suspendió el transporte público, pero no logró detener la marea popular. Cinco días después del comienzo de los disturbios, se desplegó el ejército, que declaró que no dispararía en contra de los manifestantes.

Mubarak anunció que no se presentaría a la reelección en septiembre, pero que tenía que dirigir la transición para evitar el caos, que podía aprovechar la Hermandad Musulmana. La manifestación «del millón» del martes 1 de febrero en contra de Mubarak fue todo un éxito.

Al día siguiente, el ejército pidió a la población que volviera a sus actividades normales, y en la gran plaza de la Liberación de El Cairo, el centro de las protestas, irrumpieron matones armados con bombas molotov, armas blancas y de fuego, todos hombres, y algunos a caballo o en camello, con consignas pro Mubarak, que embistieron muy especialmente en contra de los periodistas y todo tipo de observadores extranjeros. El viernes volvió la calma y hubo una nueva y gigantesca manifestación multitudinaria.

El último domingo, el vicepresidente Suleimán se reunió con representantes de toda la oposición, incluida la temida Hermandad Musulmana, y anunció que nombraría una comisión de políticos y juristas para estudiar los cambios constitucionales y legales para satisfacer las peticiones de los manifestantes. Las organizaciones asistentes dijeron  que esas promesas eran insuficientes, que Mubarak debía dejar el poder y derogarse las leyes de excepción.

El incierto futuro

¿Cuál es el futuro? La situación está en un punto muerto y, por consiguiente, el futuro es incierto. Toda revolución es inherentemente impredecible. Puede fracasar o un accidente hacerla cambiar el rumbo. Egipto sigue al borde del abismo.

Sin embargo, y con optimismo, me permito citar una famosa frase de Shakespeare para describir el momento: “Hay una marea en los asuntos de los hombres. Que, tomada en pleamar, conduce a la fortuna; pero, omitida, todo el viaje de la vida está circunscrito por escollos y desgracias. En esa pleamar estamos ahora a flote”.

El resultado final depende en gran parte de la unidad de las FF.AA. Si hay descontento en los mandos medios, como lo indican los cables de wikileaks -lo que explicaría la fraternización entre soldados y manifestantes-, los días de Mubarak y sus generales estarían contados.

La influencia de Washington se reduciría a los perdedores. Dentro de poco tendríamos un gobierno provisorio de unidad nacional. Y como dijo El Baradei, el tratado de paz con Israel seguiría vigente, pero también dependería de la contraparte. En otras palabras, si Israel no se somete a los acuerdos del Consejo de Seguridad de la ONU en el conflicto con los palestinos, las relaciones pasarían, al igual que le ocurrió a Tel Aviv con Turquía, de la calidez al congelamiento.

Si, como indican algunos observadores poco mencionados, una de las reacciones del régimen ante la revuelta popular ha sido militarizarlo, solo se pueden esperar cambios cosméticos hasta ahora improbables. A pesar del cansancio de los manifestantes, los esfuerzos del régimen para normalizar la vida todavía fracasan. En ese contexto, la ayuda militar norteamericana le daría influencia para limitar los excesos.

Con todo, si se la revuelta desemboca en esta última opción, repito la frase del presidente Kennedy: “Los que impiden un cambio pacífico, hacen inevitable un cambio violento”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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