Lo novedoso, en fin, en tan sombrío escenario es la constatación de que Piñera no resultó, después de todo, ni tan buen gerente, ni tan eficiente gestor: quedo irremediablemente capturado por las presiones corporativas de Novoa y Cía.
Tanto ruido y tan pocas nueces. Digo por lo de la “nueva forma de gobernar”.
Por de pronto, no es de gobernar. Con o sin Piñera, padecemos un sistema político donde la voluntad de la mayoría es irrelevante: gane quien gane –incluso la derecha-, las grandes decisiones sobre nuestra sociedad siguen entregadas a una pequeña elite de conservadores tipo Novoa, Coloma o Longueira. Son los milagros del sistema electoral y su sobrerrepresentación de la minoría.
Ni tampoco es nueva, por supuesto. Durante 20 años la Concertación se excuso con sus electores –sin entusiasmo ni arrepentimiento- de que nada más podía hacer: había una minoría – con el respaldo electoral del 30 por ciento de los chilenos- que tenía el poder institucional para bloquear a la mayoría, cualquiera que esta fuere.
“El mercado es cruel” expreso con tono conformista Aylwin y sello la suerte de nuestra democracia.
Ahora, la última victima de este drama ha resultado ser – esplendida paradoja- el propio Piñera.
De hecho, la UDI le ha aplicado a Piñera –en el caso de la Coca- el mismo trato que a la sociedad chilena en su conjunto: la del rehén.
[cita]Lo novedoso, en fin, en tan sombrío escenario es la constatación de que Piñera no resultó, después de todo, ni tan buen gerente, ni tan eficiente gestor: quedo irremediablemente capturado por las presiones corporativas de Novoa y Cía.[/cita]
Los límites de verdad –le han venido a decir a su excelencia- los fijan ellos: hay temas de los que no se hablar (por ejemplo, el aborto), hay otros de los que no se puede decidir (por ejemplo, el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios) y hay personas a las que no se puede tocar (por ejemplo, la Coca).
Y, por supuesto, hay cosas de las ni siquiera se puede pensar –constituyen herejías dignas de excomunión- como pretender reformar el modelo económico (Afps, Isapres y otras herencias de la dictadura), donde ellos y sus aliados son los absolutos triunfadores.
No es necesario enumerar el complejo tinglado que la Constitución del 80 organizó para que ese pequeño grupo de “salieris” de Guzmán tuvieran la llave de oro de la democracia chilena (senadores designados, sistema binominal, nombramiento del tribunal constitucional, leyes orgánicas constitucionales, etc.).
Y como buenos conservadores creen a pies juntillas, además, que ellos son un grupo de iluminados que debe guiar al resto, pobres ovejas descarriadas que entregadas a nuestras pasiones, posiblemente no terminemos creyendo ni en Dios, ni en la familia, ni en la propiedad privada.
Hay que reconocerles, eso sí, que han logrado con eficiencia digna de gerente de retail convencer al chileno de calle, que ese tipo de cuestiones son politiquería y no cosas, como diría Lavín, “que le importan a la gente”. Cada vez que alguien repite que “da lo mismo quien gobierne, igual tengo que trabajar” el espíritu de Guzmán recibe una nueva ofrenda.
Es interesante, en todo caso, constatar que después de este tipo de episodios –donde se hace la vista gorda de la mentira grosera a las instituciones y el uso clientelistico de los cargos públicos-, la retórica de la excelencia y la eficiencia liberal, de la que hacían gárgaras todos los técnicos de derecha que nos anunciaban venían a cambiar el país, comienza a pasar al baúl de los recuerdos.
Quedará como el slogan que siempre fue.
Lo novedoso, en fin, en tan sombrío escenario es la constatación de que Piñera no resultó, después de todo, ni tan buen gerente, ni tan eficiente gestor: quedo irremediablemente capturado por las presiones corporativas de Novoa y Cía.
Y de seguir así, Piñera comenzará a correr el riesgo de quedar cercado entre un pueblo que, pese a sus esfuerzos mediáticos, no lo quiere, y una elite conservadora –la de la Udi- que, pese a sus gestos, no lo acepta.
Y la Udi –ya bien lo sabe Piñera- se parece mucho a ese niño muy malo para el futbol, pero que tiene una sola gracia: es el dueño de la pelota. Cuando su equipo va perdiendo comúnmente decide –ni corto ni perezoso- llevársela.
El resto de los jugadores tiene que encogerse de hombres y hacer como la ministra Matte y su voltereta digan de Atenas: encoger los hombros, morder el polvo y hacer como que el partido terminó por causas naturales.
Es el destino de los rehenes.