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Isidora Aguirre nos deja la Pérgola y otras diabluras

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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El peor enemigo de Isidora Aguirre, el factor que la hacía sospechosa, era precisamente la forma gozosa y triunfal en que el público culto y sobre todo el popular acogían la Pérgola. Demasiado alejada del teatro clásico, demasiado ajena a la vanguardia, demasiado alegre, demasiado fácil, demasiado folclórica, demasiado híbrida con su demasiado pegajoso “Yo vengo de San Rosendo a vivir a la ciudad”…


Isidora Aguirre ha muerto, pero seguiremos de fiesta con su Pérgola.

Eso sí, ya no estará en su departamento sin cerrojo de la calle Rengo, sentada en medio de la cama entre varias pantallas, aplastada por los libros, hablándonos con los ojos y la ametralladora de su palabra desde la grandeza de su baja estatura, iluminada por su eterno entusiasmo.

Cuando le pedí que presentara un libro mío me contestó el pasado 28 de diciembre: “Llámame cuando llegues y nos ponemos de acuerdo para ver si te acompaño a la presentación. Cariños, Nené”. Pero el 11 de enero no pudo venir y me escribió con algunos tropezones: “No quisiera fallarte, pero estoy en tratamiento y no depende de mí, alguien debe acompañarme y cuidarme. Tuve una operación y no he recuperado mi normalidad. Disculpa, si llego, llego, si no ¡lástima! Ven  a verme y trae el libro….  Llama para avisar, ven a tomar té por ejemplo…”

La llamé y la fragilidad de su voz era inquietante. El libro se lo envié anunciándole: “Cuando vaya a Stgo te llamaré para que tomemos el esperado tecito”. Me respondió el 6 de febrero desde isiaguirre@hotmail.com: “O K. Nené”. Y vine este fin de semana con el propósito de entregarle por fin los chocolates de Mozart que siempre le traía. Llegué tarde. ¿Habrá alcanzado a leer el libro?

[cita] Isidora no irá más, como íbamos en aquellos tiempos, a terminar la fiesta en el Bosanva, el antro maravilloso de la Carlina, Vivaceta adentro, donde los travestis del Blue Ballet se codeaban en la pista con las “niñas” y los clientes, entre ponchera y ponchera.[/cita]

Aunque La Pérgola de las Flores, con música de Francisco Flores del Campo, ha sido la obra de teatro más estrenada y reestrenada y que más público ha atraído a lo largo de las generaciones, la Nené Aguirre nunca recibió el Premio Nacional de Teatro y eso le dolía. Le dolía que habiendo sido profesora del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, sus colegas que incluían la Pérgola entre las obras que daban a estudiar a sus alumnos, el día en que integraban el jurado se volvieran exquisitos y dieran su voto a otro o a otra. El peor enemigo de Isidora Aguirre, el factor que la hacía sospechosa, era precisamente la forma gozosa y triunfal en que el público culto y sobre todo el popular acogían la Pérgola. Demasiado alejada del teatro clásico, demasiado ajena a la vanguardia, demasiado alegre, demasiado fácil, demasiado folclórica, demasiado híbrida con su demasiado pegajoso “Yo vengo de San Rosendo a vivir a la ciudad”… Demasiado ligera Isidora Aguirre en sus comedias Anacleto Chin-Chinin, Dos y dos son cinco y Amor a la africana; demasiado comprometida en Población esperanza, Los papeleros, Los que van quedando en el camino; demasiado apegada a la historia chilena y latinoamericana en Lautaro, epopeya del pueblo mapuche, El adelantado don Diego de Almagro, Los libertadores Bolívar y Miranda. Demasiado ella misma, Isidora Aguirre…

Por allí anda remasterizada la película en que la joven Nené coronó sus estudios de cine en Francia con tres niños actuando en Saint-Germain-en-Laye: uno de rey, una de reina y el que escribe esta nota de trovador. Siguen rodando los recuerdos de su amistad con Gérard Philipe y Nicole, pareja del gran actor, bajo la mirada celosa de Bidet, el perro salchicha. Gerardo Carmona, su marido tanquista de la República Española parecido a Gary Cooper, y el pintor Peter Sinclair, su marido inglés parecido a Van Gogh, formaron parte de un entorno que junto a Isidora Aguirre no podía ser sino bullente. Hijas, hijos y nietos, y amantes –el último de ellos cuando tenía 80 años, me contó– y el amado recuerdo evanescente de Roque Dalton, el poeta asesinado por sus propios, desquiciados compañeros, y las camaradas y los camaradas que ayudó a ocultar en los años más duros, y los admiradores que tenía en Chile y en muchos países, a veces más allá que acá… La Nené deja huella.

Isidora no irá más, como íbamos en aquellos tiempos, a terminar la fiesta en el Bosanva, el antro maravilloso de la Carlina, Vivaceta adentro, donde los travestis del Blue Ballet se codeaban en la pista con las “niñas” y los clientes, entre ponchera y ponchera. Nunca más recorrerá Chile de Norte a Sur con Don Miguel y los actores voluntarios e improvisados presentando en campos, barrios y poblaciones su obra Los que van quedando en el camino, sobre la masacre campesina de Ranquil, en la última campaña de Allende. Ni tendrá que escabullirse en Antofagasta con la complicidad de Ligeia la noche en que el candidato se le puso cariñoso.

¡Subiendo… último hombre! fue su obra postrera, en la que describió, sobrecogiéndonos, el cierre de las minas de carbón de Lota.

Hoy su muerte nos sobrecoge nuevamente. Pero seguiremos de fiesta con su Pérgola.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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