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Un libro como un relámpago


El nuevo libro de cuentos del mexicano Antonio Ortuño, La señora Rojo (Páginas de Espuma, 2010), tiene algo de engañoso. Quizás sea su brevedad –el hecho de que se puede leer de una sentada–, o su prosa carente de florituras: todo parece fácil, demasiado fácil. Un libro que es como un relámpago podría pasar de puntillas en la avalancha de novedades. Y sin embargo La señora Rojo queda. Es notable el mérito de Ortuño: ha hecho que lo que parece poco sea mucho.

Ortuño, escogido hace poco por la revista Granta entre los mejores narradores jóvenes en español, transita por diversos registros, desde el relato breve que ha hecho escuela en la literatura latinoamericana hasta los cuentos de corte más clásico, desde las exploraciones de la individualidad desquiciada en la primera parte de La señora Rojo –una individualidad que se agita en medio del contexto social– hasta los universos más amplios de la segunda parte, en los que lo político y lo histórico se convierten en las formas fundamentales por las que se constituye el sujeto contemporáneo. Hay un diálogo con la tradición, pero también una apropiación muy particular de esta: Ortuño ya tiene un mundo propio, un estilo inconfundible.

El tono principal de Ortuño es el del humor negro, el de la sátira descarnada: hay malicia y crueldad, aunque en general estas no suelen ser gratuitas (hay excepciones). “Agua corriente”, el primer cuento del libro y uno de los mejores, prefigura lo que vendrá: el narrador, “con una madre abandonada por el marido con un hijo pequeño y otro imbécil”, pertenece a una familia tan pobre que las cenas se preparan en base a sobras. Por suerte hay agua caliente: eso permite “limpiar la sangre que le escurría a mi hermano de la boca cuando se despeñaba por la escalera o caía en mitad de un pasillo y se machacaba en las esquinas de los muebles”. Se leen de paso observaciones afiladas en torno a la sociedad (el narrador se embrutece en la escuela “con las cenizas de educación pública que recibía”).

En este libro hay varios cuentos magníficos: “El Grimorio de los vencidos”, el más divertido y burlón; “La señora Rojo”, que funciona a nivel literal (una inmensa tortuga invade el jardín de una familia de clase media) y a nivel metafórico (una alegoría del destino aciago de nuestras sociedades, en las que un obstáculo es reemplazado por otro); “Pavura”, que comenta con lucidez acerca de la paranoia contemporánea del control y la seguridad (un encargado de seguridad obsesionado con su trabajo se enfrenta al miedo de que los controles sean burlados, pero en el fondo su inconsciente ya ha sido tomado: vive con el miedo de saber que bastará un parpadeo para que “el enemigo, el mal, la demencia infinita” ingresen en “nuestras entrañas”); “Héroe”, que se puede leer como una variación de un cuento de Borges (“Tema del traidor y del héroe”).

Como en buena parte de la cuentística latinoamericana, los cuentos de Ortuño suelen decantarse por el golpe de efecto, la vuelta de tuerca del párrafo final. Si el impacto no es el deseado, el cuento se resiente. En ese sentido, hay textos como “El día del amor” y “La culpa de las revueltas” en los que la violencia final es más bien caricaturesca y su fuerza inicial se diluye. Aquí el humor negro y la crueldad no son un medio para un fin sino un fin en sí mismo. Detalles menores: La señora Rojo es un libro sólido, uno de los mejores de la narrativa mexicana contemporánea; Ortuño, capaz de imaginar a los ancianos “cerúleos y frágiles” que caminan por los pasillos de un hospital como si fueran parte de “un ballet decadente y espantoso”, ha alcanzado la originalidad y madurez que anunciaban libros como Recursos humanos (2007) y El jardín japonés (2007).

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