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El plan Piñera-Lagos

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Piñera quería llevarse a la derecha al centro despojándola de toda herencia autoritaria, para lo cual necesitaba a la DC. No sólo por cercanía familiar y coqueteos de juventud, sino porque juntos habrían encarnado un programa político perfectamente coherente: cristiano, moderado y pragmático. Tal como ocurre hoy en Alemania con la coalición gobernante de la democratacristiana-centroderechista Ángela Merkel.


El episodio Van Rysselberghe –y la particular reacción de la UDI- debe haber despertado en el Presidente Piñera un viejo anhelo: arrinconar al gremialismo hasta hacerlo desaparecer, y convertir a la derecha chilena en un gran partido de centro reformista como lo hizo el Partido Popular español (PP). Para llegar al Palacio de La Moncloa en 1996 de la mano de José María Aznar, el PP tuvo que pasar por una serie de transformaciones donde la clave estuvo en aislar y finalmente postergar a los elementos franquistas. A diferencia de lo que ocurrió en la Madre Patria, el pinochetismo en Chile siguió alojado por un buen tiempo en la coalición de centroderecha, hasta que finalmente la UDI despegó con alas propias y una insospechada potencia electoral. Piñera, entonces, no pudo consolidar su proyecto. Sin la UDI, lo sabe, jamás habría llegado a La Moneda.

En el otro lado del espectro, un sueño semejante albergaba el ex Presidente Ricardo Lagos. Dotar al eje PS-PPD de la misma fuerza y autonomía política que –también en España- ostenta el PSOE de su amigo Felipe González. Aunque a principios de los 90 tuvo que aceptar la primogenitura de la DC, con el paso de los años el llamado “bloque progresista” fue ganando terreno. En la última elección de diputados, la Falange alcanzó 14,2 puntos porcentuales contra 26,4 de sus aliados (incluyendo radicales). La popularidad con que salió el propio Lagos del poder y la inaudita adhesión a Bachelet podrían haberle hecho creer que “había agua en la piscina” para correr con colores propios y olvidarse de la DC. Pero a pesar de todas las virtudes de Bachelet, si algo no hizo fue promover liderazgos renovadores y menos proyectar nuevos referentes políticos. Que Lagos finalmente se haya restado de competir y se haya sumado a la opción “perder con Frei” es una pista de que parece haber tirado la toalla.

[cita]Lagos, por su parte, quería una centroizquierda en serio, laica y progresista. Le habría regalado la DC a Piñera bajo dos condiciones. Que jugara sin la UDI –la que habría estado condenada a vagar en los márgenes de la extrema derecha, apagándose poco a poco- y siempre que el socialismo renovado pudiera domesticar, civilizar y asimilar a los grupos que a su vez vagaban en el borde izquierdo del mapa.[/cita]

La compatibilidad de las “visiones” de Piñera y Lagos salta a la vista: había que repartirse la torta política en dos grandes tajadas, igual que ahora. Pero los pedazos habrían muy sido distintos.

Piñera quería llevarse a la derecha al centro despojándola de toda herencia autoritaria, para lo cual necesitaba a la DC. No sólo por cercanía familiar y coqueteos de juventud, sino porque juntos habrían encarnado un programa político perfectamente coherente: cristiano, moderado y pragmático. Tal como ocurre hoy en Alemania con la coalición gobernante de la democratacristiana-centroderechista Ángela Merkel. Dicho de otro modo, si hubiera dependido exclusivamente de él, Piñera habría cambiado a la UDI por la DC.

Lagos, por su parte, quería una centroizquierda en serio, laica y progresista. Le habría regalado la DC a Piñera bajo dos condiciones. Que jugara sin la UDI –la que habría estado condenada a vagar en los márgenes de la extrema derecha, apagándose poco a poco- y siempre que el socialismo renovado pudiera domesticar, civilizar y asimilar a los grupos que a su vez vagaban en el borde izquierdo del mapa. (El lector se habrá dado cuenta que, si algo así ocurriera, el espectro político chileno se desplazaría levemente hacia la izquierda).

Aunque todo esto es, por supuesto, política ficción -la UDI ronca fuerte con 40 diputados instalados en Valparaíso y la DC vive un proceso de decadencia que puede durar varios años-, las huellas del españolísimo plan Piñera – Lagos son visibles para el observador. Que el experimento Ravinet no haya funcionado no quiere decir que Piñera ya no le tenga ganas a la DC mientras sigue en un matrimonio mal avenido con la UDI. Al otro lado, cada vez que se activa la agenda valórica o algo parecido al eje Girardi-Ominami, el fantasma de una Concertación sin DC reaparece, especialmente después de haber pasado la prueba de la inclusión del PC. En unos años más, por lo menos, da para una cumbre de jubilados en Caburga o Caleu.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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