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De la puerta giratoria a la puerta abierta


Desde que don Otto, para poner término a la infidelidad de su señora, vendió el sofá en que ésta lo engañaba, no se había oído una propuesta tan absurda como esta de poner en libertad a miles de presos para remediar el hacinamiento carcelario.

El principal problema de los chilenos, según numerosas encuestas, es la delincuencia. Ésta pasó a serlo con la llegada de la Concertación al gobierno y su vocación por favorecer a los delincuentes, tal vez agradecida, porque en gran parte había fundado su eficacia política en la colaboración armada de una parte de ellos, los terroristas de izquierda, para debilitar al Gobierno Militar.

Así, la legislación penal, durante veinte años, estuvo dedicada a disminuir la dureza de las sanciones. La principal preocupación legislativa fue buscar una mejor defensa y protección de los ofensores de la ley. Derogación de la detención por sospechas. Castigos a los policías severos. Jueces de garantía, defensoría penal pública, penas que se cumplen en libertad, juicios abreviados. Todo dirigido a evitar que los delincuentes estuvieran como deben estar, presos.

El resultado es que a diario nos enteramos de asaltantes sorprendidos in fraganti, que andaban libres pese a tener un nutrido prontuario o condenas pendientes. Pero seguían «trabajando» en lo que sabían hacer. Y tras ser apresados, una y otra vez, casi siempre son dejados casi inmediatamente de nuevo en libertad.

¿Y los ciudadanos honrados? Esos sí que están presos. Tras cercos que han debido levantar para que no los asalten. Y en las poblaciones, sin poder salir de sus casas cuando oscurece. Sálvese quien pueda. Alarmas, guardias, alambrados eléctricos, «no ponga su cartera sobre el asiento», «no tenga armas en su casa porque los delincuentes pueden usarlas en contra suya», «no se defienda con armas, porque las familias o los cómplices de los delincuentes se vengarán de usted», «entregue sus armas en la comisaría más cercana o en una parroquia». No sea que las vaya usar contra los privilegiados de hoy, los delincuentes. ¡Y pobre de usted si se defiende y resulta que su revólver no estaba inscrito o lo utilizó fuera del lugar en que estaba autorizado para mantenerlo!

De lo que se ha tratado ha sido de hacer que el delincuente se sienta cada vez más seguro y protegido, de que el costo de delinquir sea cada vez más bajo, de que no vaya a caer a la cárcel y, ahora, si es que cayó, de que sea indultado y salga libre para evitar el hacinamiento.

Se dice que hay más presos que en el pasado. Claro, pero es que hay todavía muchos más delincuentes que en el pasado, debido a todos los incentivos perversos creados a lo largo de veinte años. Y a la disolución de las familias, pero ése es otro tema. De modo que el sentido común nos indica que debería haber todavía mucho mayor número de presos.

La reforma carcelaria que debe hacerse es la de crear penales más amplios y sin hacinamiento, en algunas de las innumerables islas de que es dueño el ente más rico de Chile, el Estado, propietario de 17 mil inmuebles.

En corto plazo pueden establecerse en espacios abiertos, donde los presos puedan trabajar, para pagar efectivamente «su deuda con la sociedad». Y licitarse su administración a particulares, que ciertamente discurrirán muchas ideas de producción para que el sistema sea autosustentado, constructivo y eficaz.

Pero, claro, nada de lo anterior es políticamente correcto. Luego, se terminará cumpliendo la promesa electoral de poner fin a «la puerta giratoria», reemplazándola por «la puerta abierta».

Don Otto no lo habría hecho peor.

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