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Piñera no es Portales

Mirko Macari
Por : Mirko Macari Asesor Editorial El Mostrador
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Esa derecha, la que sostuvo lealtad a Pinochet hasta que saltaron las cuentas del Riggs, creció en la imagen presidencial que construyó la historiografía conservadora. La del gobierno fuerte pero impersonal -portaliano lo llamaron-, donde la majestad presidencial alcanza el summum en una ecuación de austeridad, sobriedad y un inequívoco talante autoritario (¿se acuerdan de los que gritaban “mano dura Pinochet”?).


Asumiendo como cierto eso de que la centroizquierda chilena interpreta a la mayoría sociológica del electorado, se explica razonablemente el nivel de rechazo del Presidente en las encuestas (49 por ciento según la última Adimark). Nada que sorprenda hay en ese guarismo.

Por eso, a un año de haber asumido el gobierno, el dato más complejo para la nueva administración es la pérdida de glamour del piñerismo en su propio sector (sólo un 42 por ciento aprueba su gestión en la misma medición). Lo que no dicen las encuestas pero se respira en el aire, es que  ya no es cool para muchos piñeristas de primera hora decir que su corazón late fuerte del lado del primer gobierno democrático de la derecha luego de 50 años. Ese entusiasmo inicial se enfrió al poco andar. Ahora la derecha social entró a la lógica resignada de “aunque no me guste, este es mi gobierno”.

[cita]Podrá hacer un gobierno bueno o reguleque no más, da lo mismo. Pero ya perdió el cordón umbilical con ese electorado duro, el encanto de interpretar el ideario de los que mandan.[/cita]

Una parte del sector, la más ideologizada, la que viene de los posgrados en el extranjero y cabildean en los círculos de Libertad y Desarrollo, la UDD, Derecho y Economía UC y la Adolfo Ibáñez, acusa la traición técnica. Algo así como “para que ganamos si en el  posnatal, los impuestos, Barrancones, cárceles, estamos en las antípodas del manual de Milton”. Y haciendo exactamente lo que los concertacionistas no se atrevieron a hacer para que no los dejaran de invitar a los pisco sours en Cachagua y Zapallar. Ese lote,  numéricamente pequeño pero altamente influyente, mira más la política pública y obviamente es menos dado a deprimirse con la imagen que proyecta el Presidente por televisión.

Pero hay una derecha más clásica, histórica si se quiere, que lee con fruición las revistas de papel couché –especialmente las páginas sociales-, la que asigna prestigio y status a través de la pertenencia a los colegios exclusivos, de las membresías a los clubes y los asientos en los directorios, en la que anida una pulsión práctica. En el fondo, la derecha chilena heredera de la Hacienda, es anti intelectual. Es la derecha que, por piel, amaba a Lagos y asumía con gusto el chisme de que por  él corría la  sangre de los Alessandri. Esa derecha, la que sostuvo lealtad a Pinochet hasta que saltaron las cuentas del Riggs, creció en la imagen presidencial que construyó la historiografía conservadora. La del gobierno fuerte pero impersonal -portaliano lo llamaron-, donde la majestad presidencial alcanza el summum en una ecuación de austeridad, sobriedad y un inequívoco talante autoritario (¿se acuerdan de los que gritaban “mano dura Pinochet”?).

Ahí, Piñera guatea pesado. Sus excentricidades, sus salidas de libreto chaplinescas, su personalidad expansiva y horizontal, su falta de majestad republicana, choca contra ese ethos. Piñera podrá hacer un gobierno bueno o reguleque no más, da lo mismo. Pero ya perdió el cordón umbilical con ese electorado duro, el encanto de interpretar el ideario de los que mandan. A ellos ahora sólo les queda anhelar (con razonable optimismo) que el próximo mandatario no sólo sea de derecha, sino que encarne con más porte y altura lo que les enseñaron de chicos en la mesa que debía ser el Presidente de Chile. Si me preguntan a mi, se van a sentir más realizados con Felipe Bulnes que con Laurence Golborne.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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