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El culo de Kast, la lengua de Díaz

Los sistemas democráticos, pero especialmente uno tan poco competitivo como el chileno, tienden a generar esta sensación de “amistad cívica” entre quienes ejercen el poder, al punto de bastar fundamentos como las “impresiones personales” o el “buen nombre” de sus miembros para resolver cuestiones públicas.


Mideplan sí estaba dispuesto a pagar $3.500.000.- por un sillón de cuero de 4,5 metros para el despacho del ministro; los datos públicos de la licitación y razonamientos de sentido común lo mostraron claramente pese a la improvisada explicación oficial sobre los tramos.

En suma, fue muy poco presentable todo esto, precisamente en el ministerio cuya labor son las políticas contra la pobreza, ya sea por la torpeza mostrada por las personas involucradas (el Ministro incluido) ya sea por la inaceptable frivolidad de pretender comprarlo.

Un diputado denunció, las redes sociales y los medios procesaron el asunto. La compra no se llevará a cabo y el Ministro pidió disculpas, todo lo cual esa es una buena noticia, no por el sillón, sino porque muestra que, después de todo, el poder está bajo escrutinio, que el pequeño gusto o la torpeza de un alto funcionario y/o de sus asesores, puede a veces no estar por encima del sentido común de la comunidad y que ciertos mecanismos institucionales incentivan y resguardan eso.

[cita]No es justo que incluso tipos honestos, jóvenes, preparados e inteligentes, como parecen ser Kast y Díaz, crean que sus impresiones personales o su buen nombre valen más que las precarias armas que da la democracia a todos los demás;  sobre todo porque muchas de las “nimiedades” de la agenda pública por estos días son y serán bastante más sustanciosas que el condenado sillón.[/cita]

Todo habría quedado en eso si no fuera porque antes del desenlace y sumándose a varias voces que defendieron a Kast,  Francisco Díaz (ex asesor y ghostwriter de Michelle Bachelet durante su gobierno) después de “confesar” haber festinado en Twitter con el famoso sillón nos dice, en una columna de opinión, que este ejercicio social e institucional no ha sido correcto, que no es correcto lo que él mismo hizo, pues tiene la impresión personal  de que Kast es honesto, con vocación de servicio, preparado para el cargo y de que no va andar preocupado de “nimiedades simbólicas” como el bendito sillón para el Ministerio de la pobreza.

La explicación de su conducta  –“¿… por qué diablos yo también me presté para la risa?” preguntó – fue que la derecha cometió  también muchas veces esa pequeña felonía contra el “buen nombre” de gente del gobierno mientras él estaba en La Moneda.

Su idea parece ser, en el fondo, la misma que fundó la pública carta de Ricardo Lagos a Agustín Edwards hace unos años: “¿Por qué me critica, si usted me conoce?”.

Díaz (así como Lagos en su momento) llevó la cosa a un nivel que merece un par de reflexiones más allá del sillón.

Los sistemas democráticos, pero especialmente uno tan poco competitivo como el chileno, tienden a generar esta sensación de “amistad cívica” entre quienes ejercen el poder, al punto de bastar fundamentos como las “impresiones personales”  o  el “buen nombre” de sus miembros para resolver cuestiones públicas. La clase política frente a la sociedad, parece a ratos un club de amigos, una comunidad de intereses.

Los políticos deben decidir  entre intereses contrapuestos todo el tiempo. La democracia consiste en gran medida en la promesa de que las decisiones públicas zanjarán estas cuestiones considerando del modo más igualitario posible los intereses involucrados, corrigiendo así la inequidad de poder que, especialmente en Chile, hay en la sociedad. En ese contexto,  la “amistad cívica” de los políticos y sus derivadas (el culo de Kast, la lengua de Díaz) deben ser mantenidas a raya, incluso en “nimiedades” como el uso de los recursos públicos.

La mayoría de las personas sólo tienen el acceso a la información, la ley y argumentos razonables para exigir el cumplimiento de la promesa democrática, por eso es que no es justo que incluso tipos honestos, jóvenes, preparados e inteligentes, como parecen ser Kast y Díaz, crean que sus impresiones personales o su buen nombre valen más que las precarias armas que da la democracia a todos los demás;  sobre todo porque muchas de las “nimiedades” de la agenda pública por estos días son y serán bastante más sustanciosas que el condenado sillón.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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