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Protección social a la vena

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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¿Es esta otra de las características de la “nueva derecha”? Probablemente. Claramente demuestra que en materia de protección social no piensa abandonar la senda demarcada por los gobiernos socialdemócratas chilenos, sino por el contrario, sacarle más trote. Primero fue el postnatal de 6 meses y ahora da el segundo paso.


Durante mucho tiempo se dijo que la Concertación había “humanizado” el modelo de Pinochet. Adoptando las reglas de una economía de mercado, hizo los ajustes que consideró necesarios desde su rol de centroizquierda moderada a tono con los tiempos. A lo largo de veinte años logró tejer, poquito a poco, su preciada red de protección social. Como era previsible, el gobierno de Piñera ha representado la continuidad de lo realizado por sus predecesores. Una vez que el modelo ya ha sido “humanizado”, habría llegado la hora de hacerse cargo de sus ineficiencias.

En ese contexto, a mi juicio, se enmarca la propuesta del Ingreso Ético Familiar, cuya primera parte se empieza a aplicar el próximo mes para estar completamente operativo en 2012. Concentrando beneficios dispersos (algunos de ellos incluidos en el Chile Solidario del ex presidente Lagos), y condicionando nuevos recursos al cumplimiento de ciertos comportamientos del grupo familiar, el nuevo programa social de la centroderecha en el poder es la expresión de un consenso político indiscutible: el Estado debe asegurar a todos los chilenos un nivel de vida digno.

Algunos dirán que todavía es insuficiente. Les doy toda la razón. Pero para cada una de las 130 mil familias que viven en la pobreza extrema –los destinatarios del programa- esta es una inyección de recursos valiosísima. Piénselo así: si usted pertenece a una familia indigente que tiene un  ingreso promedio del orden de los 60 mil pesos mensuales, la asignación que promueve el gobierno puede aumentar esa cifra hasta en un 50%.

[cita]Una Sociedad de Seguridades, como le llama el Presidente, tampoco es lo mismo que un Estado de Bienestar con todas sus letras. Cuánto redistribuir es todavía una pregunta cuya respuesta divide aguas. Sin embargo, como solía decir el ex ministro Andrés Velasco, ya no es sostenible decir que Chile tiene un modelo neoliberal puro.[/cita]

No me detendré en los recovecos técnicos de la medida ni en los avatares de su proceso legislativo; quiero reflexionar sobre el sentido que la sustenta. Lo primero que llama la atención es que funciona como un subsidio a la vena, plata fresca garantizada a todo evento. Que algunos dirigentes de la Concertación se quejen por eso resulta por lo menos curioso, cuando la política de bonos fue generosa en sus tiempos. Es difícil determinar con claridad si la idea viene de la derecha (como el “Impuesto Negativo sobre la Renta” de Milton Friedman) o de la izquierda (a partir de la teoría del “Ingreso Básico” de Philippe Van Parijs). Adaptando la discusión a un viejo adagio, pareciera que se está entregando el pescado y no enseñando a pescar. Los beneficios de esta práctica, sin embargo, son probados. De todos ellos, me quedo con su capacidad de atenuar la sensación de incertidumbre y angustia en la que viven miles de jefes de hogar que sencillamente no saben si el mes siguiente trae algo o no trae nada.

Ahora considere que sólo una fracción del aporte está asegurada. Para ganarse la otra parte hay que cumplir ciertas condiciones (control del niño sano, matrícula y asistencia escolar, formalización laboral de la mujer), dándole la oportunidad al Estado de promover ciertas responsabilidades sociales e individuales. Volviendo al adagio, la mitad del pescado se condiciona a aprender a pescar. Con esto, asumo, el nuevo Ministerio de Planificación quiere mejorar los índices de “egreso exitoso” de la indigencia respecto de los que actualmente exhibe el Chile Solidario.

Pero hay más detrás de todo esto. Se va consolidando en la cultura política chilena –sin excepción- una noción de derechos sociales mínimos. Pero es la idea misma de libertad la que se complejiza y enriquece cuando supera su etapa meramente formal. Es cierto que los indigentes son tan libres como los millonarios a la hora de ejercer la libertad de expresión, asociación o desplazamiento, en el sentido que ninguna fuerza física o legal se los prohíbe. Pero el valor -o la efectividad- de esa libertad es diametralmente distinto para unos y otros. Medidas como éstas apuntan a fortalecer lo que Amartya Sen llamaba las “libertades sustantivas” del ser humano. Ofrecer sólo libertad formal a quienes batallan por pan, techo y abrigo, como reconocía Isaiah Berlin, es reírse de su condición.

¿Es esta otra de las características de la “nueva derecha”? Probablemente. Claramente demuestra que en materia de protección social no piensa abandonar la senda demarcada por los gobiernos socialdemócratas chilenos, sino por el contrario, sacarle más trote. Primero fue el postnatal de 6 meses y ahora da el segundo paso. ¿Significa esta similitud que no hay diferencias entre ambas tribus políticas? Vámonos con calma. No es lo mismo combatir la pobreza extrema que promover una sociedad más igualitaria. Una Sociedad de Seguridades, como le llama el Presidente, tampoco es lo mismo que un Estado de Bienestar con todas sus letras. Cuánto redistribuir es todavía una pregunta cuya respuesta divide aguas. Sin embargo, como solía decir el ex ministro Andrés Velasco, ya no es sostenible decir que Chile tiene un modelo neoliberal puro.

Hace unos años en Guatemala escuché a un calificado orador sostener que la clave del éxito chileno en el contexto regional era su “continuidad en las políticas públicas”. Ahora, lo anterior no tiene mucha gracia cuando el mando se traspasa dentro de la misma coalición. En cambio, cuando asumen los adversarios y los esfuerzos continúan orientados en la misma dirección, da para abrigar un contenido optimismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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