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Delirio peruano

El futuro nunca está necesariamente escrito. Todavía existe la posibilidad que el próximo presidente del Perú tenga la necesidad de practicar un ejercicio del poder realista y responsable.


“Los peruanos en la segunda vuelta tendrán que elegir entre el Sida y el Cáncer”. Estas fueron las palabras que utilizó el último Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, para describir la segunda vuelta electoral en el Perú entre los candidatos Ollanta Humala y Keiko Fujimori.

Mario Vargas Llosa conoce en primera persona la realidad de la política peruana, no sólo por ser un comentador habitual de temas contingentes, sino porque personalmente fue un protagonista de ella, con su candidatura presidencial de 1990.

Parte de los recuerdos y experiencias de dicha aventura presidencial en el Perú se encuentran en su libro “El pez en el agua”, en donde señala que: “Fue candoroso de mi parte creer que los peruanos votarían por ideas. Votaron, como se vota en una democracia subdesarrollada, y a veces, en las avanzadas, por imágenes, mitos, pálpitos, o por oscuros sentimientos y resentimientos sin mayor nexo con la razón”. En resumen, Vargas Llosa fue capaz de constatar en primera persona “la fuerza del mito ideológico, capaz de sustituir totalmente la realidad”.

[cita]El delirio en el poder termina contaminando todo a su alrededor y si no queremos vivir en un continente arrasado por la tormenta populista, debemos tomarnos más en serio nuestro rol de país exitoso en la aplicación de un modelo de mercado que ha logrado reducir en forma importante los peores índices sociales.[/cita]

La actual segunda vuelta electoral en el Perú, sin duda que hará reflotar la experiencia que recuerda el Premio Nobel, al enfrentar la enfermedad más perniciosa e indestructible no sólo de su país sino de América Latina en su conjunto: el populismo.

Ésta ha sido la batalla histórica en el alma latinoamericana. La lucha entre populismo y mercado ha dejado su rastro en todas las últimas décadas de nuestra historia y con pesar debemos reconocer que, en los últimos tiempos, las fuerzas liberales y democráticas de Latinoamérica no se encuentran en su mejor momento.

¿En qué consiste este populismo latinoamericano que tan bien se expresa en la segunda vuelta del Perú? En su libro “Populismo o Mercados: el dilema de América Latina”, Sebastián Edwards nos entrega una buena definición de populismo: “Un enfoque de la economía que pone el énfasis en el crecimiento y la distribución del ingreso e ignora los riesgos inflacionarios, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante políticas gubernamentales agresivas”.

Es así como haciendo un esfuerzo de síntesis, podríamos resumir esta definición en una sola palabra: delirio. El delirio que implica la convicción de que se puede hacer todo sin preocuparse de nada o, en otras palabras, la irresponsabilidad institucionalizada.

Ahora bien, como señala el propio Edwards en su texto, “el problema no es el énfasis en los objetivos y metas sociales. El problema es poner en marcha políticas insostenibles a largo plazo y que después de un corto período de euforia generan estancamiento, inflación, desempleo y salarios más bajos; políticas que en vez de mejorar la vida de los pobres hacen que ésta sea más dolorosa y frustrante”.

Sin embargo, el problema del delirio no es que solamente tenga consecuencias internas para el país que lo sufre; hoy en día se puede apreciar que el delirio y la irresponsabilidad son contagiosos. Es así como se parte con los discursos de campaña, se pasa por aplicarlo a la política interna y ante el desastre que lleva necesariamente el delirio, se le utiliza en la política exterior, en cuyo ámbito el delirio siempre tiene un nombre muy concreto para algunos de los políticos populistas del Perú: Chile.

Ante este rebrote neopopulista en nuestra región, es necesario que Chile tome un rol cada vez más activo en América Latina. Los años recientes nos han demostrado que Chile no puede ignorar a sus vecinos (como lamentablemente lo hicimos por mucho tiempo). Es necesario volcar nuestra mirada con mayor profundidad a nuestras relaciones vecinales, pues como ya hemos señalado, el delirio es contagioso y cuando adquiere vuelo propio no hay como detenerlo.

El delirio en el poder termina contaminando todo a su alrededor y si no queremos vivir en un continente arrasado por la tormenta populista, debemos tomarnos más en serio nuestro rol de país exitoso en la aplicación de un modelo de mercado que ha logrado reducir en forma importante los peores índices sociales y que junto con Brasil y Colombia constituyen las luces de esperanza sobre nuestro continente.

Sin embargo, el futuro nunca está necesariamente escrito. Todavía existe la posibilidad que el próximo presidente del Perú tenga la necesidad de practicar un ejercicio del poder realista y responsable. Luiz Inácio da Silva, conocido universalmente como Lula, lo hizo en Brasil a pesar de todos los vaticinios de terror que se vivieron en Latinoamérica después de su triunfo.

Ojalá que Mario Vargas Llosa se equivoque y que de la segunda vuelta en Perú salga un producto más cercano a Lula que a nuestro tristemente conocido comandante Hugo Chávez.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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