Publicidad

El Acuerdo de Vida en Común y los díscolos

“¡Hay que defender al Gobierno!”, es el grito destemplado que se escucha en los pasillos del Congreso Nacional, en boca de algunos parlamentarios y ministros de Estado, quienes con los ojos en blanco y con una excitación propia de quinceañeras apuntan con el dedo acusador a quienes no votan como el Gobierno quiere en determinados proyecto de ley, los que muchas veces ni siquiera han leído.


Hace poco tiempo, se pudo leer en la prensa que algunas autoridades y políticos de Gobierno pedían sancionar a los parlamentarios “díscolos”, argumentando que su impunidad podría dañar al Gobierno y a sus partidos.

Esta argumentación es propia de un insigne personaje de la cultura popular de nuestro país. Me refiero a don Otto, quien ante el engaño de su señora, nada menos que consumado en su sofá preferido, optó por tomar el asunto en sus manos y terminar con dicho escándalo que lo hacía objeto de todas las burlas del barrio, y así, con el dolor de su alma… vendió el sofá.

La misma lógica revela la idea de sancionar a los parlamentarios supuestamente “díscolos”. Pensar que la existencia de éstos puede ser la causa de un daño para el Gobierno, es no darse cuenta de algo elemental, para lo cual hay que alejarse de la lógica de don Otto. La existencia de “díscolos” no es la causa de que exista un mal manejo político del gobierno, sino por el contrario, es la consecuencia de ello.

“¡Hay que defender al Gobierno!”, es el grito destemplado que se escucha en los pasillos del Congreso Nacional, en boca de algunos parlamentarios y ministros de Estado, quienes con los ojos en blanco y con una excitación propia de quinceañeras apuntan con el dedo acusador a quienes no votan como el Gobierno quiere en determinados proyecto de ley, los que muchas veces ni siquiera han leído. Pero eso no les interesa, lo importante es que  ¡hay que defender al Gobierno!

[cita]Un importante diario de circulación nacional  menciona que el Gobierno estaría realizando encuestas de opinión pública para determinar la forma de apoyar el proyecto de ley conocido como Acuerdo de Vida en Común. Los diputados de la Alianza que voten en contra, serán ¿díscolos o consecuentes?[/cita]

Un gobierno con un equipo político eficiente debe buscar lealtades, no complicidades; y las lealtades en política se construyen, no se exigen. La lealtad se logra principalmente cuando los parlamentarios le creen al gobierno y confían en que éste se la juega por liderar políticas públicas beneficiosas para el país, pensando en los próximos treinta años, y no solamente  en la encuesta del próximo mes.

Creer que los parlamentarios están para decir que sí a cualquier propuesta del gobierno, es no entender la democracia y mucho menos respetarla. El debate y el confrontar opiniones es parte del sistema. Para evitar estas “molestias”, la alternativa es suprimir el Congreso. ¿Es esa la fórmula? Al menos sería la siguiente sugerencia de don Otto.

Las amenazas a los parlamentarios “díscolos” demuestran decadencia política y recuerdan a los famosos “congresos termales” del siglo pasado,  donde unos pocos connotados se juntaban un par de días en las termas de moda, con un puro en la boca, un buen vaso de whisky y jugando dominó (juegos más complejos requerían de una preparación mayor) y definían quienes iban a conformar el Congreso Nacional, siempre con la lógica de quien es más “leal” al Gobierno (entiéndase ojos en blanco y excitación de quinceañera ante las propuestas del Ejecutivo) y no tanto por quien representa mejor el sentir de las chilenas y chilenos.

Si no están los votos para determinados proyecto del gobierno, de quien será la culpa. ¿Del Congreso o del equipo político del gobierno?

Este tema vuelva a surgir ahora. Un importante diario de circulación nacional  menciona que el Gobierno estaría realizando encuestas de opinión pública para determinar la forma de apoyar el proyecto de ley conocido como Acuerdo de Vida en Común. Los diputados de la Alianza que voten en contra, serán ¿díscolos o consecuentes?

Alguien me dijo una vez que de todas las clasificaciones posibles que se pueden hacer de los políticos, había una sola que superaba todas las pruebas de universalidad y era aquella que los clasifica en políticos por ambición y políticos por convicción. Esto último requiere muchas veces ir contra la corriente. ¿Díscolos?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias