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El Beato Juan Pablo II y Chile


Juan Pablo II quiso venir a Chile porque sabía exactamente lo que había ocurrido acá antes y después de 1973 y conocía la verdad de lo que estaba ocurriendo en 1987. Su visita era «políticamente incorrecta», porque la izquierda mundial, que manejaba y maneja las comunicaciones y determina el curso de la corriente dominante en la opinión pública universal, había decretado la condena mundial del Gobierno Militar chileno y en particular del Presidente Pinochet, jamás habría tolerado que Juan Pablo II hubiera venido a darle un espaldarazo. Pero vino y se lo dio, apareciendo junto a Augusto Pinochet en un balcón de La Moneda ante una multitud en la plaza de la Constitución, en una imagen que dio la vuelta al mundo y valía más que mil mensajes de la propaganda contraria a aquél.

Es que Juan Pablo II tenía en Chile a un amigo, contemporáneo, sacerdote y polaco, el padre Bruno Rychlowski, que residía acá y, como la casi totalidad de los europeos residentes y conocedores de la realidad interna, era un ardiente partidario y defensor del Gobierno Militar. El padre Bruno hablaba frecuentemente con su amigo Carol Wojtila y lo mantenía informado de la verdad de lo que sucedía en Chile… y en la Iglesia chilena; y de quiénes eran, realmente, los «buenos» y los «malos».

Recuerdo, en particular, que cuando los izquierdistas de la Vicaría de la Solidaridad quisieron montar toda una escena susceptible de aprovechamiento político con el tema de los derechos humanos, Juan Pablo II los dejó con un palmo de narices. Ni siquiera entró al local, interrumpiendo la diatriba de algún funcionario, que pretendía recibirlo con una proclama contra el gobierno, con un gesto y diciéndole «ya sé, ya sé» y marchándose sin ingresar a la escenificación preparada por los defensores del extremismo.

Porque sabía que el extremismo se había enseñoreado de esa Vicaría, que ella prestaba auxilio logístico (clínicas) y jurídico (defensas judiciales) a los terroristas del FPMR, que en los años 1985 y 1986 cometían los peores crímenes contra las personas y sus derechos humanos. Tanto que el Archivero de la Vicaría era, a la vez, alto dirigente comunista y jefe del FPMR, cosa que sólo se supo cuando los servicios de seguridad detuvieron a un frentista, Bruno Malbrich, quien confesó palmariamente que había sido reclutado para el FPMR en la Vicaría y por el Archivero de la Vicaría, José Manuel Parada.

El extremismo, durante la visita papal, procuró crear un escenario de violencia que diera la vuelta al mundo cuando Juan Pablo II presidió una Misa multitudinaria en el Parque O’Higgins, pero el gobierno tuvo buen cuidado de evitar cualquier represión y dejó que los extremistas llegaran hasta a amenazar la seguridad del Pontífice, que así reafirmó «de visu» su convicción acerca de quiénes eran los reales culpables de la violencia en Chile, los extremistas de izquierda.

Juan Pablo II fue un milagro histórico, pues su pontificado fue decisivo para provocar la caída del que Ronald Reagan tan acertadamente describiera como «Imperio del Mal», que provocó, según los investigadores franceses del «Libro Negro del Comunismo», cerca de cien millones de muertos en el mundo. No por nada un asesino a contrata quiso poner término a su vida, sin que hasta hoy se haya aclarado a qué intereses servía, pero cabe sospechar a cuáles convenía su muerte.

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