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El populismo soft de Piñera

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Aunque las encuestas no reemplazan la ritualidad electoral ni constituyen deliberación política propiamente tal, contribuyen a que los gobiernos estén mejor conectados con las aspiraciones de los ciudadanos. A mí me suena a más y no a menos democracia.


Las personas y los grupos que ejercen el poder pueden verse tentados por dos extremos opuestos. Por un lado, el de hacer sólo lo que a ellos les parece importante, adecuado y necesario, sin gastar tiempo en dialogar o preguntarle a nadie. Son los autoritarios. En el otro rincón, el de hacer todo lo que “la gente” quiera que se haga, independiente de si la mayoría está o no en lo correcto desde un punto de vista “técnico”. A estos se le suele decir populistas. En otros términos, el líder del primer tipo es el que guía a su pueblo mientras que el segundo es el conduce hacia donde su pueblo le indica. ¿A cuál se parece más el gobierno de Sebastián Piñera?

Según algunos columnistas de oposición, este sería una especie de “populismo soft”, que habría abandonado las convicciones viscerales de la derecha profunda para no disgustar a los chilenos. Los grupos más ortodoxos que pueblan los centros de pensamiento de la Alianza estarían –según esta tesis- decepcionados de la marcha de la actual administración. A renglón seguido, desde varios sectores se le acusa al Presidente de “gobernar mirando la encuestas”. En lugar de osadía para emprender grandes transformaciones –aquellas que exigió la derecha en la oposición durante 20 años- tendríamos en cambio un revival aylwiniano de hacerlo todo “en la medida de lo posible”.

[cita]La Matthei versión senadora de oposición estaba notoriamente más a la derecha que la Matthei versión ministra de Estado. La ortodoxia ya no rinde. La flexibilidad y el pragmatismo se premian. ¿Se le puede llamar a esto “populismo soft”? Quizás. Pero en ese caso no veo razón para avergonzarse.[/cita]

A mi juicio, esto no tiene nada de malo ni tendría por qué sorprendernos. No pretendo hacer una defensa del populismo per se, pero sí me gustaría subrayar una vez más que “otra cosa es con guitarra”. La prudencia política, aquella que según Aristóteles estaba en el justo medio entre el exceso y el defecto, debe ser la compañera de un gobierno con las características del actual.

Examinemos primero la demanda por transformaciones radicales. Los historiadores políticos saben muy bien que los cambios de esta especie suelen ocurrir en dictaduras o regímenes donde el poder es hegemonizado por un solo grupo. Pinochet no tuvo que negociar con ningún parlamento la reforma previsional ni la municipalización de la educación. Ninguna comisión investigadora complicó la privatización de las empresas a fines de los 80. Nunca tuvo que mendigar el voto de díscolos e independientes. En democracia el ritmo es más lento y apunta a la creación de grandes consensos políticos. Lo hubo respecto de la reforma procesal penal o el AUGE, en tiempos de la Concertación. Hoy es la centroderecha la que debe salir a buscar esos acuerdos, tal como lo hizo en materia educacional. Es la única manera de avanzar, sobre todo tomando en cuenta que al frente no tiene una oposición particularmente generosa o magnánima.

Ahora veamos si es tan dramático utilizar las encuestas como brújula política. Usualmente nos quejamos de lo pobre que es nuestra participación democrática: una raya en un papelito una vez cada ciertos años. Los sondeos de opinión, cuando son serios, cumplen una función importante al recordarle periódicamente a la autoridad cuáles son los intereses y las posiciones de la ciudadanía. Los gobernantes se nutren de esta forma de información dinámica y aplicada a políticas públicas concretas. Piñera, en particular, tiene clarísimo el potencial de esta herramienta. Sabe qué opinan los chilenos sobre determinadas materias y está dispuesto a acomodar la línea del gobierno a estas sensibilidades. Aunque las encuestas no reemplazan la ritualidad electoral ni constituyen deliberación política propiamente tal, contribuyen a que los gobiernos estén mejor conectados con las aspiraciones de los ciudadanos. A mí me suena a más y no a menos democracia.

El problema es que nada lo anterior resulta romántico o revolucionario. Por eso es tan chocante el tono mesiánico que a veces se utiliza desde La Moneda. Pero así funciona la política: las campañas que prometen poco no venden y las apuestas deben ser altas si el objetivo es que los electores se cambien de bando. Una vez en el poder, se nota quienes quieren conservarlo. La Matthei versión senadora de oposición estaba notoriamente más a la derecha que la Matthei versión ministra de Estado. La ortodoxia ya no rinde. La flexibilidad y el pragmatismo se premian. ¿Se le puede llamar a esto “populismo soft”? Quizás. Pero en ese caso no veo razón para avergonzarse.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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