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Mercenarios, desquiciados, ignorantes o bandidos

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
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Ponerle oreja a don Daniel Fernández, porta estandarte y mandamás del Proyecto Hidroaysén, quién ha opinado muy convencido y suelto de cuerpo, que las organizaciones pro medio ambiente que se oponen al proyecto que comanda, están siendo digitadas y financiadas desde el exterior, y que las mismas hacen lo que hacen, es decir oponerse tenazmente a su mega proyecto, sencillamente porque para eso se les instruye y se les paga.


Conozco a una mujer madura, profesional e izquierdista a tiempo completo, que de un tiempo a esta parte viene abrazando con verdadera pasión y persistencia la causa de los derechos de las mascotas. Ella casi  no habla de otra cosa y saca a colación su obsesionante  tema a propósito  de cualquier asunto,  para proceder a machacarnos sin misericordia con su interminable letanía, con una devoción a veces admirable y en ocasiones insufrible.

Sus amigos y conocidos han desarrollado las hipótesis más peregrinas y disparatadas sobre su súbita  conversión desde el izquierdismo extremo a la causa de los animales domésticos. Pero no he escuchado jamás a alguien afirmar que la  explicación del vuelco temático de esta mujer, la justificación última de su constante  prédica, tenga que ver con que algún interés oculto la esté alentando. Como por ejemplo, alguna secreta e inconfesable complicidad con alguna  marca de alimentos para perros y gatos que le estaría financiando generosamente  su activismo en pro de las mascotas,  haciéndole agitar sin pausa ni medida  esta cuestión, incluso a riesgo de quedarse en soledad,  solo en compañía de sus animalitos.

El que se descarte por el momento  en este caso preciso la sospecha  del  interés pecuniario oculto no es poca cosa. Pues la tendencia más actual e irreflexiva,  tanto de la gente de la calle como se ciertos forjadores de opinión, es la de explicarse todo, o casi todo lo que los seres humanos dicen o hacen, e incluso hasta lo que optan por no hacer o callar,  en función de las lucas constantes y sonantes que casi siempre se presume estarían en juego respecto a virtualmente cualquier asunto. Sobre todo si el mismo no se explica  por sí  mismo y de buenas a primeras.

[cita]Ponerle oreja a don Daniel Fernández, porta estandarte y mandamás  del Proyecto Hidroaysén, quién ha opinado muy convencido y suelto de cuerpo, que las organizaciones pro medio ambiente que se oponen al proyecto que comanda,  están siendo digitadas y  financiadas desde el exterior, y que las mismas hacen lo que hacen,  es decir oponerse tenazmente a su mega proyecto,  sencillamente  porque para eso se les instruye y se les paga.[/cita]

Hubo un tiempo, no hace mucho de eso, en que cualquier chileno o chilena era libre de abrazar la causa que le diera la gana. Y frente a estas devociones, fueran políticas, religiosas o de cualquier otra especie,  los prójimos podían declararse adversarios acérrimos, indiferentes o hasta incluso optar por  mofarse abiertamente, pero a pocos se les habría pasado por la cabeza discurrir que quién pensara de una determinada manera o hiciera determinadas cosas en función de esas convicciones, estuviera solo representando un falso y remunerado papel.

Puede que esta tendencia malsana a sospechar de todo y a desacreditar a cualquiera que osara salirse de la fila  viniera desde antes, pero hasta donde se puede recordar, quien primero puso en circulación en Chile este tipo de explicaciones de la conducta humana fue el dictador Pinochet.  Para él cualquiera que se opusiera a su régimen dictatorial no podía de ninguna manera ser sincero y gratuito en su arrojo y valentía al atreverse a desafiarlo, sino que tenía que estar necesariamente movido por intenciones aviesas y en todo caso, siendo pagado por “los dólares rusos”.

Como se recordara, su secuaz,  el beodo Almirante Merino Castro aportó su propia y todavía más ridícula  teoría explicativa, agregando que los opositores no eran más que “humanoides descerebrados”.

Así las cosas quedaban bien explicadas y resueltas  para quienes estimaban tener cerebro y estaban seguros de no recibir ni un rublo o dólar  desde Moscú. También lo estaban para quienes inocentemente  preferían creer que mientras no se metieran en nada relacionado con la política opositora, nada les pasaría. O para quienes optaban por aceptar  que si alguien moría en el intento,  sería porque “en algo andaría metido”. Para todos los otros casos quedaba disponible la explicación del mercenarismo,  la insania  mental, la ignorancia  o el bandidaje.

Hay que convenir en que las explicaciones a las conductas contestatarias que aluden al dinero, a la falta de  cordura, la ignorancia, la mala fe  o a las tendencias irreprimibles  pueden resultar muy adecuadas para quienes no quieren hacerse demasiadas e incómodas preguntas.  Y mientras transcurre  la vida que nos manejan otros,   prefieren conformarse con las respuestas fáciles y estereotipadas.

Por ejemplo, si alguien  se pregunta sobre las  motivaciones más profundas y verdaderas de los defensores y  activistas en pro del medio ambiente, que son las que inspiran y hacen  que miles de seres humanos, esencialmente jóvenes, tanto en Chile como en todo el mundo dediquen buena parte de su vida a esta causa y aún expongan su propia integridad física manifestando por las calles,  tiene dos opciones principales abiertas.

La primera consiste en investigar la cuestión a fondo para saber de qué  trata exactamente esta nueva militancia, qué la explica y justifica y si acaso vale la pena el activismo medio ambientalista. Tal vez  no  para sí mismo, pero si al menos como opción válida  para algún otro que opte  por abrazarla de manera comprensible, legítima y respetable.

La segunda, consiste en ponerle oreja a don Daniel Fernández, porta estandarte y mandamás  del Proyecto Hidroaysén, quién ha opinado muy convencido y suelto de cuerpo, que las organizaciones pro medio ambiente que se oponen al proyecto que comanda,  están siendo digitadas y  financiadas desde el exterior, y que las mismas hacen lo que hacen,  es decir oponerse tenazmente a su mega proyecto,  sencillamente  porque para eso se les instruye y se les paga.

De lo dicho por don Daniel fluye que las organizaciones ambientalistas serían una especie de entidades mercenarias y sus dirigentes, unos viles sujetos a sueldo de oscuros intereses foráneos.  Por lo cual no estarían procediendo por motivos genuinos y de principios, sino que lo harían primordialmente por un afán mercantil.

El señor Fernández se sube al púlpito para intentar desacreditar a sus adversarios, tal vez imaginando que alguien podría creer que el mismo está  donde está por altruismo, por sentido de país, por la matriz energética o algo semejante,  y no por  el sueldo que le pagan los intereses empresariales  muy conocidos y poderosos que están detrás de Hidroaysén.

Pero el ejecutivo  empresarial no está solo en su empeño de tratar de enaltecer su propia posición y denostar y aún de injuriar la ajena. Le acompaña  el senador designado don Carlos Larraín, quién a sus  extensos  años y todavía más añosas ideas  preside sin embargo y paradojalmente un partido que se hace llamar Renovación Nacional, y quién ha tenido a bien señalar en auxilio del señor Fernández,  que los manifestantes contrarios al proyecto Hidroaysén, además de los  bolsillos llenos de dinero,  tendrían también   “la cabeza llena de vapor”.

A la vista de este arsenal teórico explicativo, más de alguien podría estimar que entonces Fernández sería a Pinochet como Larraín a Merino.  Pero la cuestión no es tan sencilla ni lineal, afortunadamente.

A los voceros del verdadero, implacable y rampante  poder, que no son propiamente los del gobierno ni del parlamento  como algún  desprevenido podría imaginar,  sino que son los que hablan y operan a nombre de las grandes corporaciones empresariales y que a todas luces verdaderamente nos gobiernan, les parece siempre que sus propios intereses de grupo equivalen o se asimilan sin falta a los intereses de Chile, es decir a los suyos y a los míos.

Y hay que admitir que no pocas veces efectivamente logran vencer y convencer, pues dominan a la perfección el mentiroso arte de revestir sus propias avideces con el interés colectivo, para lo cual cuentan con todos los medios y las posibilidades que les ofrecen sus posiciones dominantes.  Por eso no vacilan en tratar de hacernos ver a cada paso que nosotros los ciudadanos de a pie no sabemos qué es lo adecuado de hacer ni que lo que nos conviene,  cosa que ellos sí que siempre saben, y por eso nos lo imponen cuando les da la real gana, sea en materia de generación  energética o respecto de cualquier otro asunto.

En consecuencia, todos quienes se opongan a sus designios no pueden ser portadores de una visión  discrepante aunque respetable y en consecuencia adversarios legítimos. Sino que deben ser necesariamente sujetos mercenarios, seres desquiciados y hasta anti patriotas y delirantes. O en todo caso, personas lamentables que nada entienden de matrices energéticas, de proyecciones de crecimiento económico ni de ninguna otra cosa, y cuya supina y despreciable ignorancia es precisamente lo que los  hace actuar de manera idealista e irresponsable. Como precisamente nos quieren hacer creer que está ocurriendo con quienes nos oponemos y nos  y seguiremos oponiéndonos a  sacrificar la Patagonia en el altar de los intereses creados del monopolio energético. Aunque se nos quiera hacer creer que aquello se hace por el bien  de Chile.

Mercenarios, desquiciados o en último término simplemente bandidos. A los primeros el descrédito, a los últimos la policía y sus métodos persuasivos.  Ni más ni menos que como siempre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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