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Mein Kampf

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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Concedo que ser el Presidente de todos los chilenos implica hacerse cargo de muchas realidades y si el AVC apunta a eso, no me opongo; pero ese proyecto institucionaliza y legitima socialmente una forma de vida que es tan legítima como insustentable.


El sábado pasado y mientras oía estoicamente la cuenta pública del Presidente, me descubrí deseando no encontrar en ella guiños a la creatividad del progre. Una vez que hubo terminado el discurso, aplaudí y respiré con alivio: nada sobre el AVC (acuerdo de vida en común) pensé…

Ese día tomé conciencia de lo que significa pertenecer a la especie de los autodenominados “defensores de la familia”. Comprendí que nuestras expectativas son minúsculas comparadas con las expectativas de la fauna que interviene en el debate público; y comprendí que ellas se reducen a que los anhelos del mundo progresista no sean satisfechos. Somos, por qué no decirlo, como el niño envidioso que está mirando siempre lo que le dan al otro, o como la vieja del conventillo que vigila rigurosamente la moralidad de sus vecinas.

También somos ñoños y un poco ramplones, porque mientras los grandes líderes de opinión se ocupan de cosas serias como la matriz energética o la tasa de crecimiento, nosotros insistimos en hablar de cuestiones domésticas. Y lo que es peor, lo hacemos muchas veces sin dar argumentos sino a costa de intuiciones, discursos sensibleros e incluso haciendo referencia a nuestra fe, como si ella tuviera que ser patrón de la conducta ajena.

[cita]Concedo que ser el Presidente de todos los chilenos implica hacerse cargo de muchas realidades y si el AVC apunta a eso, no me opongo; pero ese proyecto institucionaliza y legitima socialmente una forma de vida que es tan legítima como insustentable.[/cita]

El hecho es que sea como fuere, yo formo parte de ese grupo e incluso me atrevería a decir que lidero esa causa, tan poco glamorosa como poco liberal. Y más aún, diría que el hecho de haber enarbolado la bandera de la protección de la familia es la que sustenta mi condición de gran estadista, hasta ahora no reconocida suficientemente por la opinión pública.

Porque un estadista es “una persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado” ¿Y qué mayor saber puede tener el que es capaz de comprender dónde está el origen de todos los problemas y el principio de cualquier solución? ¿Y puede alguien entender un solo problema de los que tiene hoy el Gobierno y la sociedad sin entroncar con la familia? Mi respuesta es categórica: no.

Porque curiosamente el embarazo adolescente tiene mayor prevalencia en ciertos tipos de familia y no en otros. Y el abuso sexual ocurre sorprendentemente al interior de familias donde hay padrastros o parejas que no tienen vínculos directos con los niños abusados. Casualmente también ocurre que la delincuencia está asociada a la carencia de familia y la droga  a experiencias familiares insatisfactorias. El maltrato y la mayor vulnerabilidad de sufrirlo dependen también en buena parte de la familia de origen y de los patrones de conducta que se han aprendido en ella.

Si de estadísticas se trata, entonces, la familia es un dato relevante para casi todos los conflictos sociales. Lo sabemos todos por experiencia y lo saben los psicólogos por su ciencia. Y si ahí está el principio de todos los problemas ¿Por qué no conceder que puede encontrarse en ella también el principio de la solución?

De ahí que yo esté casi convencida de que la descripción de la familia como núcleo fundamental de la sociedad quizá no sea  todo lo arbitraria que parece y aunque el “se casaron, tuvieron muchos hijos y fueron felices para siempre” pueda tener algunos matices (o muchos), eso no obsta para tomar esa idea de familia muy en serio.

Porque hay que decirlo: si persisto obcecadamente en la idea de hacer realidad el “para siempre” (y mi marido tiene paciencia), es probable que mis hijos estén mejor que si decido darle a mi vida un nuevo orden. El papá, la mamá y los hijos será casi siempre mejor que la mamá, los nueve hijos y el “tío”. O que la mamá, los nueve hijos y la suegra. Nadie niega que la familia pueda darse en diferentes formatos, pero es evidente que hay uno que debería tener en el ideario de cualquier gobierno un carácter preferente.

Las políticas públicas, es obvio, no pueden obviar la realidad tal y como ella se da, la pregunta es si ellas deben limitarse a resolver lo que hay o enfocarse decididamente también a mejorar las cosas, porque bueno es que exista el Sename y la Junji, pero mucho mejor sería que no fueran necesarios. No se entiende entonces cómo alguien puede tener metas altas en materia de pobreza, de educación y de salud e ignorar al mismo tiempo una realidad que de seguir como está, acabará con nuestra civilización (entre otras cosas, porque no nos reponemos).

Los grandes pensadores de la actualidad, los llamados líderes de opinión, insisten en hacer patentes los problemas sociales y también en pedir soluciones de parte del Estado. La pregunta es si entienden también cuál es la causa de los problemas y si los previenen con la misma fuerza.

Concedo que ser el Presidente de todos los chilenos implica hacerse cargo de muchas realidades y si el AVC apunta a eso, no me opongo; pero ese proyecto institucionaliza y legitima socialmente una forma de vida que es tan legítima como insustentable.

Mi causa será entonces medio ñoña y ramplona, pero qué duda cabe, es hoy la gran causa de la humanidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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