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Control de daños para Lavín

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Lo más lamentable es que el actual conflicto nos remite a un juego de suma cero. Las modificaciones que pretende el Ejecutivo van, en muchos aspectos, en sentido contrario a las demandas estudiantiles. Un actor poderoso las podría haber sacado adelante por impopulares que fuesen, sin embargo Lavín ha resentido parte importante de su capital político en los últimos meses.


Salvo en el particular mundo del presidente de la UDI, el manejo de Joaquín Lavín frente a las movilizaciones estudiantiles no merece nota azul. El ministro de Educación apostó por el desgaste del movimiento de secundarios y universitarios, sin resultados positivos. La potente marcha de ayer evidencia la buena salud de la demanda y nos regala una vez más la imagen de un gobierno reactivo.

Partió bien Lavín. Las malas lenguas dijeron que Piñera lo había “quemado” haciéndolo cargo de una cartera social complicada como Educación. El terremoto le fijó como primera prioridad la vuelta a clases de los miles de niños que se quedaron sin escuelas. Lavín cumplió, y hasta el episodio de la mina San José que catapultó a Laurence Golborne, era el mejor evaluado del gabinete. No pocos presagiaron –con cierto desgano ante la falta de novedad- que la contienda presidencial del 2013 tendría como protagonistas a la ex presidenta Bachelet con el ministro de Educación en su tercer intento por llegar a La Moneda. “Una disputa de liderazgos afectivos”, dijeron.

Si bien Lavín no es Martín Zilic ni Yasna Provoste -tiene peso específico suficiente para resistir el chaparrón en su puesto- su círculo ya debería estar haciendo un control de daños, los que a mi juicio no son menores. Su participación –fundacional, académica y comercial- en una universidad privada terminó salpicándolo cuando los estudiantes apretaron la demonización del lucro. Una vez más, un miembro del gabinete fue noticia por su pasado antes que por su gestión a la cabeza de un ministerio.

[cita]El ministro de Educación apostó por el desgaste del movimiento de secundarios y universitarios, sin resultados positivos. La potente marcha de ayer evidencia la buena salud de la demanda y nos regala una vez más la imagen de un gobierno reactivo.[/cita]

¿Podía Lavín haber hecho algo distinto a lo que está haciendo, tomando en cuenta que legítimamente no comparte las propuestas del movimiento estudiantil?

En primer lugar, buscar aliados. La reforma de enero había satisfecho a varios grupos con autoridad en el tema (entre ellos, Educación2020), pero con la ansiedad que caracteriza a este gobierno, se apuraron en cantar victoria y dijeron que la pega en el ámbito escolar ya estaba hecha. Mientras varios actores reclamaban la falta de una hoja de ruta para los próximos años, Lavín insistía piñerísticamente en hablar de una revolución en materia educacional. Nadie tiene claro en qué consiste tan radical transformación. Salvo Lavín, que aparece muy solo.

En segundo lugar, salir a convencer. La crítica de RN apunta justamente a la incapacidad que ha tenido el ministro para comunicar sus planes. Es similar a la crítica que desde la derecha le hicieron al gobierno por no saber socializar los beneficios del proyecto HidroAysén. Aunque en lo personal todavía no leo ningún razonamiento que me convenza de la conveniencia de devolver los colegios a una oficina centralizada del MINEDUC, o de lo aberrante que es obtener una recompensa económica –transparente- por labores educativas, la desmunicipalización y el fin del lucro son eslóganes que se repiten en las calles y en las redes sociales como el credo. Es verdad que la Alianza se ganó el derecho de conducir al país hasta marzo del 2014, pero debería hacer un mínimo esfuerzo por ganar la batalla de los argumentos.

Es probable que Lavín no estimara necesario involucrarse en ese debate. Conociendo la dinámica, debe haber pensado que la violencia y los desórdenes asociados a tomas, marchas y paros minarían la credibilidad pública del movimiento. Sin duda, su mejor momento fue la pseudo-agresión que sufrió hace algunas semanas por parte de un grupo de universitarios hiperventilados. Fue la víctima y generó solidaridad transversal. En cambio, cuando los estudiantes se manifiestan pacíficamente, las descalificaciones y aprensiones de Hinzpeter y Lavín quedan fuera de juego.

Una tercera opción era politizar la discusión. La opinión pública tiene claro que los comunistas no comen guaguas, pero en general desaprueba las instrumentalizaciones. Lavín podría haber salido a enfrentar directamente a los superiores partidarios de Vallejos y cía. Podría haber encarado a la Concertación, que desorientada estaba dispuesta a firmar cualquier petitorio para no quedarse abajo del tren. Pero Joaquín no tomaría un camino tan áspero y de inciertos dividendos. Su método es la negociación y el consenso, en circunstancias que su interlocutor en las calles quiere todo o nada.

Lo más lamentable es que el actual conflicto nos remite a un juego de suma cero. Las modificaciones que pretende el Ejecutivo van, en muchos aspectos, en sentido contrario a las demandas estudiantiles. Un actor poderoso las podría haber sacado adelante por impopulares que fuesen, sin embargo Lavín ha resentido parte importante de su capital político en los últimos meses. Por otra parte, es evidente que el movimiento secundario-universitario-docente no vencerá al Gobierno. Le está haciendo pasar un muy mal rato, pero no es previsible que éste acceda de la noche a la mañana a transformaciones profundas que contradicen su ADN ideológico. Les sale más corto participar en las próximas elecciones y elegir a representantes de izquierda a quienes puedan exigir cuentas.

Que no se preocupen por Lavín. Resiliente y todo, el daño político puede ser suficiente para sepultar una nueva carrera presidencial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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